Los grandes clásicos de la literatura son complicados. Y no lo digo porque sean inaccesibles o puedan estar obsoletos. Si no que precisamente lo digo por todo lo contrario. Hemos construido tal idealización y mitología a su alrededor que hace más difícil acercarse a ellos ya que se ha extendido la idea entre la sociedad de que son libros que si no eres una rata de biblioteca no vas a comprender, te vas a aburrir, no los vas a conseguir acabar y/o no te van a gustar. No ayuda tampoco el que las primeras veces que nos acercamos a ellos sea por obligación, en el colegio, y con la presión de un examen rondándonos la cabeza. Pero basta dar el paso y atreverse a leer alguno libremente para darse cuenta de que no es así. Por supuesto, unos son más accesibles y otros menos y unos te gustarán y otros no, pero es lo mismo que pasa con los libros contemporáneos.
Hace poco me animé a leer Frankenstein, de Mary Shelley. No es que le tuviese miedo, ni a su comprensión ni al monstruo, pero es de esos libros que tienes en una lista interminable de libros que te gustaría leer, que cada día crece más, y que vas dejando hasta que les llega su momento y este era el suyo. La novela, como todos sabemos, trata sobre la creación de una criatura terrorífica por parte de un joven científico que, horrorizado por su obra, lo abandona a su suerte. Pero aunque todos conocemos la historia porque ha sido infinitas veces adaptada, pocos saben que el verdadero Frankenstein es el científico creador del monstruo que a lo largo de la historia es conocido simplemente como criatura, monstruo, engendro, creación o demonio,. Y pocos son los que conocen también que su autora, Mary Shelley, escribió esta obra con tan solo 18 años y debido a un reto que hizo con su pareja, el poeta Percy Bysshe Shelley; su hermanastra Claire; y un par de amigos, el famoso Lord Byron y su médico personal, John William Polidori. Ocurrió durante unas vacaciones en Villa Diodati, una mansión ubicada en Suiza, propiedad de Lord Byron, durante una desapacible noche de tormenta a causa de la erupción de un volcán en los Mares del Sur, que provocó el invierno más frío del milenio. El reto lo lanzó el anfitrión y consistía en ver quién era capaz de escribir durante la noche un relato de terror. Influenciada por el desafío y los temas que habían tratado a lo largo de la velada, la joven Mary tuvo una pesadilla y de ahí surgió la idea para escribir una de las novelas de terror y/o ciencia ficción más famosas de la historia.
Hay cientos de ediciones de esta obra y pocas recogen la historia tal y cómo la concibió la propia autora. La edición de la colección singular de Austral, publica la novela tal y cómo la redactó y publicó la autora por primera vez, es decir, dividida en dos volúmenes, con la distribución de capítulos original. El libro comienza con una serie de cartas de un marinero a su hermana en las que le va contando sus vicisitudes en el mar. Al principio no sabemos muy bien de qué va y quién es esta persona, pero pronto entendemos el motivo de estas misivas. Así pues, pronto nos adentramos en la historia del Doctor Frankenstein, que nos narra en primera persona cómo creció, las desgracias que le acompañaron en su juventud y su marcha a Ginebra para estudiar. A partir de ahí nos adentramos en los conocimientos que va adquiriendo y que le llevarán a creerse capaz de insuflar vida a un cuerpo muerto. Esta parte de la historia destaca, primero, por las ínsulas de Dios del doctor que completamente enajenado se cree capaz y en derecho de tal obra, y después, por el horror al despertar de la locura y ver lo qué ha hecho y la culpa que eso conlleva. Tras la narración del doctor, viene otra parte en la que el protagonista es la criatura que nos cuenta, también en primera persona, cómo despierta en el laboratorio del doctor, cómo se ve abandonado en un mundo del que no entiende nada y cómo a su paso aterroriza a todo el que se encuentra. Personalmente, aunque todo el libro es interesante e intenso, esta es la parte que más me ha gustado. Ver y sentir la soledad de este pobre hombre contrahecho que no encuentra su sitio y cómo de manera autodidacta va entendiendo el funcionamiento del mundo en que se le ha soltado y de esa sociedad que lo rechaza por su horrible físico. Sentir el propio miedo que él siente, la incomprensión y la tristeza por su soledad, la curiosidad por conocer y la furia y el odio ante la falta de aceptación.
Cuando miraba a mi alrededor, no veía ni oía que hubiera nadie como yo. ¿Era entonces un monstruo, un error sobre la Tierra, un ser del que todos los hombres huían y a quien todos los hombres rechazaban? […] el conocimiento sólo logró aumentar mi pesadumbre. ¿Oh…! ¡Ojalá me hubiera quedado para siempre en mi bosque primero, sin saber ni sentir nada más que el hambre, la sed o el calor…!
¡Qué cosa más extraña es el conocimiento! Cuando se ha adquirido, se aferra a la mente como el liquen a la roca. A veces deseaba sacudirme todas las ideas y todos los sentimientos.
Es increíble cómo una autora tan joven puede narrar de manera tan fiel y realista sentimientos tan intensos y profundos como la enajenación, la culpa, la soledad, la curiosidad, el amor, el miedo o la ira. Son los sentimientos más fundamentales que experimenta el ser humano a lo largo de su vida y aquí están narrados de un modo detallado y con mucha sensibilidad. El libro, a pesar de los prejuicios que penden sobre las obras antiguas, se lee fácilmente y solo. Avanzas casi sin darte cuenta con genuino interés por los personajes y su final, incluso aunque lo conozcas de antemano.
Me alegro de haberme adentrado por fin en el Frankenstein de Mary Shelley, porque siempre hay que volver a los clásicos. Son el germen de los libros que se escriben hoy en día. No hay prácticamente nada sobre lo que se pueda escribir ahora, que no haya sido contado y desgranado hace decenios. Por algo son libros imperecederos y de culto. Así que, os animo a todos a que metáis las narices en las bibliotecas, públicas o las personales, y quitéis el polvo a esos libros que llevan años ahí, esperando a que os atreváis a adentraros en ellos. Seguro que no os arrepentiréis.