¡Fuego a discreción!, de Javier Sanz y Guillermo Clemares
Mi madre suele decirme que me repito más que la morcilla, pero es que no puedo evitarlo. Si tuviera que hablar de dos acontecimientos de la Historia que me llamen la atención son, sin duda alguna, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Y como yo soy muy dado, además, a la celebración o estar al tanto de los aniversarios, ver que este 2014 era el centenario de la I Guerra Mundial me hizo darme un paseo por las librerías, para ver qué títulos podían interesarme. Y tuve sensaciones encontradas porque, si bien la avalancha de títulos es abrumadora, una parte de mí saltaba feliz y contenta por tener tanto donde elegir. Suelo seguir a ciertos autores, ver lo que publican, lo que nos traen de nuevo por estas tierras baldías en que se convierten a veces los que yo considero mis templos. Así que no hay que imaginarse demasiado la situación de encontrar, de nuevo, un libro de Javier Sanz que, además, esta vez trataba en concreto de esos dos acontecimientos, de esos dos grandes conflictos bélicos, que siguen haciendo correr ríos de tinta, pero que además son fuente inagotable de novelas y ensayos a partes iguales. El caso es que, tras mi periplo por la librería, tras observar de lejos este libro – no tenía en ese momento dinero para comprarlo -, resulta que aparece en mi casa un paquete y al abrirlo me encuentro ¡Fuego a discreción!, y, por si no lo había dicho nunca, no creo demasiado en las casualidades, pero en este caso hice una excepción, porque parecía como si se hubiera encontrado una especie de conexión entre vete tú a saber qué y yo. Es igual. Lo importante es lo que viene aquí dentro, no de la reseña, que también, sino del libro que, como siempre, es para aparentar tranquilidad cuando lo que realmente quieres es gritar de la emoción.
Cuando en el trabajo hablo de Historia sólo hay un compañero que me sigue el juego. Él es tan apasionado de este mundo como yo. Los demás, me miran raro. Y yo les digo siempre que no saben lo que se pierden, que leer algo sobre la Historia no tiene que ser eso tan aburrido que nos enseñaban en el instituto, sino que es mucho más. Si tuviera que describir ¡Fuego a discreción!, de alguna manera, sería como uno de esos capítulos de tu serie favorita que no quieres que se acabe nunca. Así es como, en esta ocasión, me decidí a leer este libro para saborearlo como se merecía. Mi poco tiempo – dos trabajos, cursos, tener un poco de vida social, respirar – me impedía ponerme a devorar con intensidad el nuevo libro de Javier Sanz a pesar de quererlo, por eso me fui tomando la dosis necesaria cada día hasta llegar aquí, a esta reseña, en la que puedo contar que podréis encontrar los datos de la fábrica de bebés y niños nazis, que os daréis de bruces con las intenciones de EEUU de atacar Japón con tsunamis, o que conoceréis a Aristides de Sousa Mendes. Todo esto, conjugado en 370 páginas donde cada una de las informaciones que tanto Javier como Guillermo Clemares son capaces de condensar con la profesionalidad que les caracteriza y con las ganas de divertirnos, de que aprendamos, sin toda esa pompa que algunos intentaron meternos con calzador allá cuando los comentarios de textos en la asignatura de Historia eran una tarea obligatoria para, poco tiempo después, no haber aprendido nada. Porque no hay nada más amable que unos autores se acerquen a los lectores y le den todo lo que tienen, la información necesaria para acercarse, sin gafas contaminadas, a aquellas anécdotas que poblaron estos períodos de la Historia, pero que no aparecieron en nuestros libros de texto.
Siempre he dicho que sigo a Javier Sanz desde su primer libro. No lo puedo evitar, es algo superior a mis fuerzas. Desconocía, en parte, la labor de Guillermo Clemares, pero se dibuja como un compañero de batallas perfecto para un autor por el que siento devoción y al que sigo y sigo a través de cada una de las publicaciones que saca para todos los lectores. Hay un inmenso abismo que separa las buenas lecturas, las que te hacen aprender, de las que te dejan, simplemente, con la sensación de haber leído un libro, pero poco más. Esta lectura, llamada desde ya otra de las lecturas a tener en cuenta este año, convierte el vacío en letra, en anécdota, en conflictos bélicos visto por los ojos de dos autores que saben de lo que hablan, que lo disfrutan, que nos hacen partícipes a todos de ello y por lo que yo, que me siento muchas veces a escribir estas reseñas, agradezco infinitamente. Además, ¿quién dijo que era tarde para aprender sobre la Historia? Al fin y al cabo, ¿no miramos siempre atrás por otro tipo de motivos?