La vida es muy puñetera. Tan pronto como estás bien, recibes una mala noticia. Tienes un trabajo y al segundo no lo tienes. Te ríes o lloras según el momento, el sentimiento, o las palabras que te hayan hecho recordar lo que has vivido. Y a veces resulta que todo este caos resulta tremendamente divertido. Sonrisas que se escapan, extravagancias que resultan un espacio para dejar aparcados ciertos problemas, historias tan reales como sorprendentes de cómo la realidad puede intentar hacernos caer por todos los medios, pero con las que nos levantamos cueste lo que cueste. Eduardo Mendicutti suele tener ese humor socarrón y cercano al absurdo para describir a la perfección los problemas que surgen en el día a día. Y tiene la capacidad, sagrada e infinita – espero – de hacer cambiar el rictus a quien se adentra en una de sus historias. Con Furias divinas sucede una cosa curiosa: lo que estamos leyendo puede ser un auténtico drama, pero nosotros lo vivimos como una comedia. Y en ese viaje entre lo trágico y lo cómico es donde nos moveremos sin descanso por una novela que, sin ser perfecta, consigue lo que tenía estipulado: plantar un homenaje al mundo drag caigan las mentes obcecadas que caigan. Y nosotros, tan sonrientes.
En la Algaida se va a celebrar una fiesta por todo lo alto. El Baile de las Diademas. Un grupo de parados que de día son hombres y de noche unas drags de cuidado, decidirán asaltar el cielo de los ricos para reivindicar que, en un país donde la gente se muere de hambre, el despropósito de las clases altas puede salirse con la suya.
¿Qué es la literatura gay? Eso me pregunto siempre que leo un libro de Eduardo Mendicutti. Aunque creo que, matizando, la pregunta correcta sería: ¿Qué tipo de historias se consideran literatura gay? No soy amigo de las etiquetas, de ninguna clase, y con Furias divinas uno se plantea si el público general entenderá la historia que se cuenta. Cierto es que poco tiene de extraño o de mundo aparte, ya que lo que aquí se nos cuenta no dejan de ser problemas que todos tenemos, pero cuando algo empieza ya a describirse como una historia protagonizada por homosexuales es el gran público el que tiende a apartar la vista e irse a otras historias donde puedan “verse reflejados a la perfección”. Ese error, inherente a muchos lectores, es precisamente lo que hace que se pierdan por el camino novelas que dan respuesta a muchos de los interrogantes que todos los géneros, identidades, orientaciones, o como queramos llamarlo, tenemos. El autor crea así una historia disparatada, unos monólogos que se leen como si nos estuvieran hablando a nosotros, tomando un café o una cerveza, sobre las vicisitudes de unos personajes tan extremos como reales, que una vez terminados cierran el círculo de todo lo que ha sucedido hasta el momento en una ciudad tan pequeña como cotilla. Y es que no hay nada mejor que ponerse el mundo por montera y mandar a la mierda las convicciones.
Furias divinas es diversión. En eso se resume todo. Pero una diversión que entronca directamente con el humor negro de quien ya no tiene miedo a narrar lo que le apetece, sin pelos en la lengua, y soltando estocadas a quien se ponga por delante. Así disfrutaremos de balas contra la política, contra esta sociedad de la información, las redes sociales, el colectivo LGTBI, desde el respeto de quien sabe reírse de uno mismo como lo hace tan bien en cada una de sus novelas Eduardo Mendicutti. Alabar, además, la nota que cierra la obra: un alegato sobre no olvidar de dónde se viene, hacia dónde se parte y lo que nos puede esperar. Porque no hay que olvidar que, un buen día, fueron algunos los que lucharon porque hoy, en pleno siglo XXI, tuviéramos la suerte de poder amar a quien nos diera la gana sin necesidad de escondernos en un bar a oscuras. Una diversión inteligente que nadie debería dejar pasar de largo.