Desde que supe de la existencia de Gabo, memorias de una vida mágica, deseaba leerlo. Porque las novelas gráficas publicadas por la editorial Rey Naranjo sobre las vidas de Juan Rulfo y Jorge Luis Borges me habían fascinado y porque, esta vez, estaba dedicada a mi idolatrado Gabriel García Márquez, uno de los escritores que han marcado mi vida literaria, como lectora y como escritora.
Como buena seguidora que soy de García Márquez, hace ya años leí su autobiografía, Vivir para contarla, por lo que muchas de las curiosidades que aparecen en las páginas de Gabo, memorias de una vida mágica ya las conocía. Sin embargo, he descubierto muchas otras e incluso me ha parecido una obra más emotiva.
¿Cómo puede ser que una vida contada por otros me haya resultado más entrañable que la escrita por el propio protagonista? Quizá, porque García Márquez concluyó su relato en 1950, año en el que se casó, mientras que la memoria gráfica escrita por Óscar Pantoja e ilustrada por Miguel Bustos, Felipe Camargo y Tatiana Córdoba llega hasta 1982, año en el que se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. Pero no solo eso ha hecho que para mí la lectura de Gabo, memorias de una vida mágica haya sido especial. La razón principal ha sido que el epicentro de estas memorias es Cien años de soledad, la primera obra que leí de este escritor colombiano y la que me hizo caer rendida a sus pies.
Gabo, memorias de una vida mágica comienza con aquel viaje en coche que García Márquez hizo con su familia allá por 1965, en el que saltó la chispa para que por fin se sentara a escribir la historia que llevaba rumiando veinte años. Mientras miraba la carretera, a su mente acudió una frase que acabaría siendo uno de los inicios más famosos de la literatura: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo».
A partir de ahí, Gabo, memorias de una vida mágica va hacia delante y hacia atrás en el tiempo, para unir todos los momentos vitales que llevaron a García Márquez a crear el universo de Macondo. Desde su infancia en casa de sus abuelos, con una abuela que adivinaba el porvenir y un abuelo que no dejaba de contarle historias de la Guerra de los Mil Días, el ejército liberal y la compañía bananera, hasta el viaje junto a su madre, siendo ya adulto, en el leyó la palabra «Macondo» en el cartel de una finca en mitad de la llanura, «el único lugar que conservaba lozanía y vitalidad en aquella zona devastada por el olvido», sin saber aún que ese sería el nombre de uno de los pueblos ficticios más inolvidables.
Los autores de estas memorias consiguen trasladarnos a la infancia mágica de García Márquez y hacernos sentir el amor del escritor por su esposa, Mercedes, pero también las estrecheces económicas que sufrieron durante años, hasta que la publicación de Cien años de soledad se convirtió en un éxito instantáneo. Y, finalmente, nos emocionamos con la entrega del Nobel de Literatura, el mayor reconocimiento posible para un hombre que llegó a dormir en los bancos de un parque y a empeñar sus anillos de boda para perseguir su sueño literario.
Gabo, memorias de una vida mágica es una lectura imprescindible para todo aquel que haya leído a García Márquez alguna vez. La mejor forma de descubrir al hombre de carne y hueso que creó el universo de Macondo y fascinarse de nuevo con el realismo mágico escondido en Cien años de soledad.