Reseña del libro “Gambito de dama”, de Walter Tevis
Hasta hace unos meses si preguntabas qué era el gambito de dama es probable que la respuesta generalizada fuera un encogimiento de hombros. Alguno que había oído campanas y no sabía dónde quizá se atreviera a aventurar que era el componente de un grupo de superhéroes. Solamente alguien con ciertos conocimientos de ajedrez te daría una respuesta correcta. Te explicaría que es una apertura de ajedrez, uno de esos movimientos en los que sacrificas una pieza para obtener ventaja. Enroque, clavada, defensa siciliana o doblar peones son algunos de esos términos del ajedrez que ahora nos suenan, que hemos buscado por internet para informarnos de forma más detallada o que incluso, aquellos que hasta entonces sabíamos de ajedrez lo justo para que nos dieran una soberana paliza, hemos intentado probar. El motivo de este súbito interés por el ajedrez es una miniserie que Netflix estrenó en octubre de 2020. A través del boca a boca y con tan solo siete capítulos Gambito de dama se metió en el bolsillo a la crítica y sobre todo al público, que es lo que realmente interesa. Pero antes que una serie Gambito de dama fue un libro de culto para los ajedrecistas, una brillante reflexión sobre el empoderamiento femenino y una gran novela sobre la américa de los años 50 y 60.
En Gambito de dama, publicado por Alfaguara, Walter Tevis crea la maestra de ceremonias perfecta (y que ya es prácticamente imposible no asociar con la actriz Anya Taylor-Joy) para guiar al lector por el intrincado y apasionante mundo del ajedrez, un mundo tan complejo como la vida misma. La primera vez que nos encontramos con Beth Harmon, la protagonista, es una niña huérfana que se enfrenta a la cruel verdad que resulta criarse en un hospicio. Una figura de corte dickensiano que incluso, y debido a una prosa directa, que obvia las florituras y que emplea un tono cercano al cuento, inicialmente recuerda a la Matilda de Roald Dahl. Pero a diferencia de la niña con poderes telequinéticos, Beth enfoca toda su inteligencia en una sola cosa: el ajedrez. Un juego que parece liberarla de toda esa ansiedad y tensión que crispa sus nervios y que la llevará a tomar todo tipo de sustancias adictivas para avanzar en el día a día. El cuento, irremediablemente, acaba arrinconado por el drama.
Walter Tevis es un experto a la hora de indagar en el significado de la victoria y la derrota mientras sus personajes se enfrentan a sus propias debilidades humanas. Lo hizo con El Buscavidas, novela que sería adaptada al cine y que nos mostraría, a través de un jugador de billar que es todo un truhan, las lecciones más duras sobre el fracaso. En Gambito de dama Beth está destinada al fracaso desde el mismo inicio de la novela por el simple hecho de ser mujer. “Las niñas no juegan al ajedrez.” Así que, no solo deberá enfrentarse a los propios problemas de genio incomprendido, sino que además deberá luchar por abrirse camino en ese establishment del ajedrez dominado por hombres. Y eso significa toparse con desdén, envidias de toda clase e incluso de absurdas trabas burocráticas, además de medios de comunicación que deciden resaltar más su condición de mujer que su propia inteligencia. Pero si hay que resaltar algún atributo del poliédrico personaje de Beth Harmon es su competitividad, esa capacidad para seguir levantándose y dar guerra cuando parece que no quedan razones para hacerlo.
Viajar de torneo en torneo junto a Beth nos lleva a la constatación de dos hechos. El primero y más evidente es que Walter Tevis escribe con pasión las partidas. Movimientos audaces, jugadas repletas de tensión y finales de partida de infarto. Una parte importante de la novela que se disfruta cuanto mayor nivel de conocimiento del juego se tiene. Con todo, Tevis las describe en ocasiones como batallas medievales, luchas acérrimas y épicas que incluso el más novato en esto del ajedrez podrá disfrutar un poquito. El segundo hecho es que en Gambito de dama descubriremos los Estados Unidos de la década de los 50 y 60: las tensiones raciales, el comunismo como enemigo invisible, la decrepitud bajo el maquillaje de la elegancia y la doble moralidad americana. En conjunto, ingredientes más que suficientes para acompañar a la protagonista y saborear junto a ella el agrio sabor de la derrota y el dulce néctar de la victoria.