George Orwell fue amigo mío

George Orwell fue amigo míoConocía dos formas de quedarse solo. La primera es ver cómo aquellos que te importan se van alejando a través de un desplazamiento físico o emocional. La segunda es ver cómo aquellos que se marcharon vuelven sin ser los mismos. El cambio queda patente y las presentaciones se vuelven necesarias. De un modo u otro, uno sufre una pérdida y la consecuente amalgama de soledad y reinvención. Sin embargo, tras leer a Adam Johnson he aprendido seis nuevas formas de pedir comida a domicilio para una persona. Y es que sus seis relatos aquí reunidos, que le valieron el National Book Award de 2015, no sólo demuestran las infinitas posibilidades de estar ajenos a otro humano. También constatan el talento del escritor norteamericano y su capacidad para desenvolverse en cualquier tipo de situaciones. Podemos hablar de tecnología avanzada, de huracanes devastadores, de Corea del Norte y de promesas que nadie nunca debería obligarnos a hacer. Pero sobre todo, podemos hablar de hombres solos y de mujeres ausentes.

Desde ya quiero dejar claro que estamos ante el mejor libro de relatos que he leído desde aquel maravilloso Diez de diciembre de George Saunders. Y quizás ambos comparten unos rasgos muy distintivos. La capacidad de usar el humor y los futuros cercanos para hablar de la miseria del hombre de nuestro tiempo me hacen englobarlos en un mismo conjunto. Sin embargo, he de decir que Johnson tiende un poco más que Saunders a la hermosa introspección a la que uno se abandona cuando el exterior se vuelve implacable. Nirvana, el cuento que abre la colección, brilla justo por eso. En dicho relato un hombre, cuya mujer paralítica no deja de escuchar al grupo de Kurt Cobain, crea un holograma del presidente de los Estados Unidos -asesinado recientemente- para poder enfrentarse a las vicisitudes de su vida conyugal. Este diálogo con el dirigente apenas puede considerarse como un verdadero intercambio de impresiones, pero permite la salida de aquello que el protagonista es incapaz de verbalizar. Y esto es sólo el comienzo. Los otros cinco cuentos restantes no se quedan atrás. En Datos curiosos, la mujer del propio escritor narra sus impresiones tras haberle sido diagnosticado cáncer de mamas. Pero lejos se volverse melodramático o quedarse estancado en lugares comunes, el relato vira hacia una dirección en la que incluso uno se permite el lujo de la risa y la venganza. Es aquí donde tuve que rendirme ante Johnson ya que no sólo el cuento funciona por lo que cuenta, sino porque el relato contiene una cámara secreta de carácter metaficcional que no pude más que elogiar y maldecir a partes iguales. Johnson no se permite flaquear en ninguno de los ejercicios de estilo que nos regala y nos lleva a lugares muy diferentes en cada nueva historia. Si en La sonrisa de la fortuna nos devuelve a la Corea que le valió el Pulitzer, en George Orwell fue amigo mío nos invita a visitar una Alemania reunificada que no olvida el pasado, pero que tampoco lo recuerda bien del todo. Quizás estos dos relatos son los que más tienen en común, ya que ambos ahondan en los abusos cometidos por sistemas totalitarios dejando que el individuo se convierte en un engranaje más de la maquinaria del estado.

Escribir una novela y escribir un relato son dos actos diametralmente opuestos. En ambos casos uno juega a que lo quieran y, en ambos casos, el tiempo juega en nuestra contra. Y es que tan difícil es decir te quiero tras veinte años de matrimonio que tras la primera cita. Uno es escéptico. Uno cree haberlo visto todo y las palabras a veces no llegan o a veces llegan demasiado tarde. Johnson ya había demostrado con creces con El huérfano su talento para las distancias largas. Pero desarrollar en poco más de cincuenta páginas un mundo completamente ajeno al tuyo y en el que se van desgranando cada código y cada conducta hasta que uno acaba ligado para siempre al relato es inaudito. Es mágico y es absolutamente aterrador. En estos términos se manifiesta Pradera oscura, el único relato del que no diré nada. Porque todo lo que llega con él es poético y monstruoso. Nos arrastra desde el rechazo hasta la empatía y nos acaba conmoviendo sin obligarnos a renunciar al miedo. Y todo en la primera cita.

Junto con la soledad siempre hay espacio para la esperanza. Y no sería justo con Adam Johnson si no dijese en esta reseña que en sus textos también nos enseña a mirar con indulgencia el tiempo presente. En sus relatos deja una ventana abierta para que las segundas oportunidades lleguen también a la vida de sus personajes. Y, por ende, a la vida del lector. Aunque estas segundas oportunidades vengan disfrazadas de las formas más inverosímiles posibles. Léase un algoritmo que combina videos y textos colgados en la red para crear una especie de confesor. Léase una eyaculación sobre un jardín de rosas.

George Orwell fue amigo mío se ha convertido en uno de mis libros de 2017 y estoy seguro de que dará que hablar en los meses venideros cuando allá por diciembre estemos hablando de las mejores lecturas del año. Pero que esta predicción no te lleve a error alguno, esta colección de relatos tiene peso suficiente como para no quedarse encorsetada en un tiempo concreto, porque sentirse solo no es una moda pasajera.

 

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