El viajar es un placer que nos suele suceder. Pero hay viajes y viajes. Y entre los segundos, no hay nada que pueda compararse a la experiencia de la India. Hablo, naturalmente, de viajar, y no de comprar un paquete turístico que nos muestre en 10 días y nueve noches las maravillas de la India de los mogules. Hablo de aterrizar en un país de leyenda, sentirte, desde el primer instante, como si control de tierra te hubiera abandonado a tu suerte en Marte, y preguntarte, con angustia, cuántos días podrás vivir con el oxígeno que te queda. Y cuando decides que de perdidos al Ganges, te pones a explorar un planeta donde constatas que sí, que el viajero puede sobrevivir, si bien en condiciones durísimas, hasta que, meses después, a tu regreso a casa, descubres que el planeta hostil quizá es el tuyo. Eso y más es la India.
Gods I’ve seen (Dioses que he visto) es un impresionante libro de fotografía que, por lo menos de momento, está publicado únicamente en inglés. Como el propio título indica, se centra en la religión, y más concretamente, en el hinduismo. No hay que pensar por ello que nos ofrece una visión parcial o reducida de esa sociedad, ya que, como podrá constatar cualquiera que haya visitado ese inmenso país, la India es religión, hasta el punto de que servidor nunca se ha sentido tan cristiano como allí.
Uno llega a la India y, desde el primer momento, empieza a familiarizarse con los dioses más llamativos y populares del descomunal panteón hindú. Nunca llegaremos a conocer a sus cientos de millones de dioses (sí, habéis leído bien), y nos preguntamos si el más venerado brahman los conocerá, pero la verdad es que, para ir tirando y conocer un poquito mejor este increíble país, nos basta con el astuto Hanuman, el dios mono, el entrañable y ubicuo Ganesh, el dios elefante, así como las deidades más conocidas de Vishnu o Shiva.
Abbas, el fotógrafo franco-iraní autor de este extraordinario viaje fotográfico, nos muestra y nos habla de una India tal y como la que se encuentra el viajero. No espere el lector, pues, encontrar aquí la sempiterna leyenda del Taj Mahal y el triste destino de su arquitecto, ni recrearse la vista con palacios imperiales ni el rosa de Jaipur. Con sus fotografías, en su mayoría en blanco y negro, y sus textos, el autor nos habla de su constante desconcierto, indignación, e incluso asco ante una sociedad que para el visitante occidental es casi imposible, no ya de abarcar, sino de comprender a un nivel elemental. ¿Cómo podemos entender la obsesión por la pureza y el rechazo a la casta de los intocables en un país cuyas calles están cubiertas de excrementos de perro, vaca, cerdo, camello, elefante y, por supuesto, humanos? ¿Cómo explicar que en el río Ganges, sagrado para los hindús, podamos ver a alguien lavarse los dientes a diez metros de un desagüe de alcantarilla? ¿Cómo hacer entender a unas gentes que parecen desconocer el concepto de privacidad, que nos molesta que metan la cabeza en nuestra mochila cada vez que la abrimos? ¿Cómo explicar a los habitantes de aldeas donde no conocen más entretenimiento que ver llover, que al extranjero le incomoda tener a cien personas sentadas a su alrededor observando cada uno de sus movimientos? Las preguntas sin respuesta podrían ser tantas como los dioses hindús, pero, en última instancia, Abbas alcanza, en la medida de lo posible, su objetivo: darnos a conocer, y por lo tanto, respetar, y con el tiempo, amar a ese pueblo.
“Agua y viento”, “Fuego y sangre”, “Pandits y Sanayasis”, “Minorías”, “En la carretera” o “La India emergente” son algunos de los títulos de los diferentes capítulos. En ellos nos acercamos a la vida diaria de un pueblo marcado a cada momento del día por la religión. Vemos sus abluciones sagradas, sus festivales, la crueldad de alguno de sus rituales; conocemos al inconfundible personaje del saddhu; nos asombramos y contenemos el aliento al ver esos gigantescos andamios de bambú. Nuestra capacidad de sorpresa tiene un límite, y como le sucede al viajero, esa constante sorna, esa tendencia a indignarse, deprimirse o burlarse se va transformando paulatinamente en curiosidad, interés, respeto y fascinación.
Un indio cosmopolita y bien viajado me dijo un día “hazte a la idea: mi pueblo te hará enfurecer y te volverá loco. Te comprendo. Pero no hagas daño a mi pueblo”. No pierdas la paciencia, venía a decir, con aquél que, como estás haciendo tú, tan sólo quiere conocer al otro. Pues bien, este extraordinario Gods I’ve seen nos ayuda a salvar esa contradicción.