Si me preguntaran cual es mi pintor favorito no respondería nada. Me quedaría en blanco pensando en pintores y miraría fijamente a los ojos a mi interlocutor hasta que se diera por vencido. ¿Por qué esa manía de tener un pintor, escritor, director de cine, grupo de música, actor, actriz… favorito? Yo tengo muchos favoritos de todos, no puedo quedarme solo con uno. Van Gogh, Klimt, Munch, Warhol, Dalí, Rothko, Tamara de Lempicka… No te puedes quedar con uno como el favorito porque incluso si así lo haces, hoy puede ser uno y mañana o tal vez dentro de seis horas, puede ser otro.
En el caso de Goya, me gusta lógicamente, sino no habría leído este cómic, y figura también entre mis predilectos. Pero me gusta más que nada por su parte oscura. Las llamadas Pinturas negras, (con las que decoró su casa, la Quinta del Sordo), y otras anteriores. Tal vez por ser tan nocturnas y oscuras; por tener la mitología y la brujería de fondo en unos tiempos en los que la Inquisición aún rondaba por estas tierras; por lo que tienen de pesadilla malsana, de irrealidad, de cercanía a la enfermedad, la vejez y la muerte; por estar descentrados y por crear una sensación de angustia y pesimismo vital. Por lo innovador y rompedor. Por todo eso o qué sé yo porqué, me gustan estas obras goyescas.
Y por eso, y porque al guion estaba El Torres (Camisa de fuerza), tenía que leer sí o sí este Goya: Lo sublime terrible.
Conviene advertir que esta no es una biografía. Este cómic, siendo quien es el autor y conociendo la obra de Goya y los sucesos que vivió, no podía ser de otro género que no fuera el del terror.
Un pintor que se está recuperando de una enfermedad a partir de la cual ha cambiado su temática. Una enfermedad que le ha dejado sordo y que le hace sufrir fiebres y alucinaciones. ¿O puede que no sean alucinaciones? ¿Hay algo más terrorífico que caminar al filo de la navaja? ¿Que no saber si es real o invención de nuestro cerebro lo que estamos viendo? Es cierto que el no poder distinguir la realidad es un recurso muy visto, pero no por ello menos atractivo y, en este caso además, queda de primera. El Torres se inventa, y combina a la vez con hechos históricos, la razón de las extrañas obras surgidas a raíz de esa enfermedad, las cuales terminarían desembocando en las Pinturas negras, y somos testigos del proceso de lucha interna de un hombre ilustrado y racionalista contra sus propios demonios internos (que, por extensión, podríamos generalizar a los demonios de todos aquellos creadores), la superstición y el miedo imperante en el país. Y por culpa de, o mejor dicho, gracias a, esa lucha Goya dará rienda suelta a su creatividad, alejándose de encargos convencionales que limitaban su arte haciéndolo ceñirse a unas normas académicas y del buen gusto.
“Ay, Goya. Pintas a los ricos, los nobles y sus santos… Los ídolos que matan la libertad del individuo. Tienes recompensas materiales, claro. Pero con cada santo, matas tu arte. Con cada noble matas tu propia grandeza.”
Por otra parte, la forma en la que se introduce a la Duquesa de Alba (inspirada en Eva Green) en la historia me ha parecido muy acertada. Nunca se ha sabido si fueron amantes o no y la idea que se propone aquí encaja como un guante dentro del contexto de la trama.
En cuanto al dibujo. ¡Soberbio Fran Galán! Estamos viendo a Goya, a las brujas, al macho cabrío, las viejas, los fusilamientos y sobre todo el tratamiento de la luz y la recreación de escenarios y vestuario y nos lo creemos todo, todito, todo.
En resumen, Goya: lo sublime terrible es un pedazo de cómic que gustará a quienes les guste Goya, hará las delicias de los que quieran una buena historia de terror y saciará a todo aquel que se acerque a él.
Después de leerlo, verás la obra de Goya de otra manera. Eso está garantizado.
Sin duda este cómic dará que hablar y es ya, por derecho propio, uno de los mejores del año. ¡El Torres ha vuelto a hacerlo!