Reseña del cómic “Goya. Saturnalia”, de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero
¡Qué locurón, joder! ¡Pero qué locurón! Por cómics así vale la pena montar una editorial. Los cómics de superhéroes están bien (no todos), pero esto de hablar de una de las glorias nacionales le da mil vueltas. Que sí, que mola mucho la etapa de Jason Aaron al frente de Thor. Pero mucho. De lo mejor que se ha hecho con el personaje, pero es que este Goya… Buff…¡Friquerío patrio al poder! Y es que no sé qué extraña fascinación tiene Goya que me gusta tanto y que vuelvo a caer en él cada vez que sale al mercado algún cómic relacionado con él, como ya hice en su día con el magnífico Goya: Lo sublime terrible de El Torres, autor del prólogo de la obra que nos ocupa. Es una cosa superior a mis fuerzas. Es, tal vez, la fuerza salvaje que desprende, el choque demoledor de sus demonios internos, de sus pesadillas y alucinaciones y de la enfermedad que dio un giro a su pintura frente a la razón pura que él tanto defendía (a pesar de que produce monstruos) contra supersticiones, incultura e Inquisición.
O puede que tal vez sea que Goya es, parafraseando este cómic, “la mano que duda, el pigmento y el aceite desligados, el color que tiembla, la pincelada deshecha y el trazo desordenado, la ira, la incapacidad y la parálisis, el gesto y el desgarro”, pero también es “la mano que no duda, el pigmento y el aceite emulsionado, el color que no tiembla, la pincelada certera y el trazo que no miente…” Todos esos Goyas caben en Goya.
En Goya. Saturnalia, tenemos el tenebrismo puro. Una paleta de colores oscuros, y aún así llenos de vida y pasión. Tenemos unas composiciones estructuradas en forma de retícula 3 x 4 en su mayoría y unos tonos ocres, grises, negros e incluso dorados que tratan de reproducir, ¡y pardiez que a fe mía que lo consiguen!, la obra del pintor. Tenemos mezclados el desvarío y cordura propios de la mente de un genio creador que da rienda suelta a su pincel sin estar sometido a las ataduras de los retratos de nobles y santos.
Goya. Saturnalia narra un pedazo de vida, un momento del tiempo del de Zaragoza. Sus últimos años, algo huraño y amargado debido al aislamiento por partida doble en la Quinta del Sordo (que por cierto, no se refiere a él, sino a su anterior propietario, sordo también): por un lado apartado de la Corte y por otro por su propia sordera (gran idea la de los bocadillos en blanco). Y también narra el proceso creativo y la soledad de un artista (que podría hacerse extensible al de todos los artistas) sabedor de que tiene mucho aún que aportar pero poco tiempo para hacerlo. Un Goya que se dedica a explorar artísticamente la pintura y a hacerlo en las paredes de su finca, sin intención de venderla ni tampoco de perdurar gracias a ellas. Las ansias le devoran como Saturno a sus hijos, y su nervio está cargado de oscuras ideas.
Sea como sea, y como refleja muy acertadamente este cómic, Goya ha influenciado a todo tipo de artistas posteriores a él. Desde músicos como Beethoven a pintores como Picasso, Rothko y Bacon, pasando por escritores como Lorca y Blake.
Si amáis el arte, si amáis a Goya, amaréis este cómic pues es puro arte y puro Goya y no puede faltar en vuestras casas. Lo leeréis regularmente porque se nota que hay un gran trabajo de documentación detrás, porque la historia que nos cuenta nos atrapa, porque el dibujo posee un hipnotismo arrebatador y porque el color parece sacado de la misma paleta que usaba Goya.
Arte con mayúscula. Bien por Manuel Gutiérrez, bien por mi paisano Manuel Romero y bien por Cascaborra, que ha elaborado una edición preciosa en un formato ideal. ¡Y bien por Goya!