Osamu Tezuka siempre fue un autor empeñado en mostrarnos las grandezas y bajezas de la condición humana. Lo logró sobradamente gracias a ese puñado de grandes personajes que salieron de su privilegiada imaginación. En su obra, el telón de fondo para poner a prueba a sus personajes podía ser una megalópolis ultra futurista o el Japón feudal. Aunque, en ocasiones, la narración lo llevó a describir acontecimientos históricos que acaecían en aquel preciso momento. En el cómic de Cráter, por ejemplo, hay una historia titulada El hombre derretido en la que las huelgas estudiantiles forman parte del paisaje por el que transcurre la acción. En esa historia Osamu parecía pasar de puntillas por el tema político del momento, pero el mensaje subyacente allí quedaba. Más tarde pondría toda la carne en el asador con el manga MW y no dejaría títere con cabeza en lo que respecta a la corrupción política. Esos hechos trascendentales eran un toque de realidad a unas historias repletas de ciencia ficción o fantasía y en ocasiones, y debido a sus efectos colaterales, marcaban ciertos giros de la trama. En Grand Dolls la Revolución Cultural de China (movimiento sociopolítico que movilizaría a millones de ciudadanos entre 1966 y 1977) es el pistoletazo de salida a una historia de ciencia ficción en la que nadie parece ser quien dice ser.
Es octubre de 1966 y acaba de estallar La Revolución Cultural en China. Un periodista japonés, cumpliendo con su deber de informar, encuentra una extraña muñeca antes de ser expulsado por las autoridades del país. A miles de kilómetros de allí Tetsuo Utsuki va de camino al instituto y encuentra a una niña muerta en la calle. Tras dar parte a la policía y volver al lugar de los hechos el cuerpo ha desaparecido. Solo encuentra una muñeca. Lo que empieza siendo una historia algo creepy de terror psicológico, rápidamente deriva hacía la ciencia ficción. Grand Dolls se inspira en La invasión de los ladrones de cuerpos, por ello, al igual que en la novela de Jack Finney, el principal escollo que deberá superar el protagonista es desenmascarar una invasión extraterrestre silenciosa y bien orquestada.
Aunque el tema de los extraterrestres y su rebuscado plan es interesante, en Grand Dolls remarcaría la cotidianeidad en medio de lo extraordinario como el punto fuerte de la obra. Pues mientras Tetsuo se enfrenta a extraños seres, no deja de ir al instituto, de tener una vida familiar o de, incluso, vivir una historia de amor. De hecho, el cómic llega a dejar de lado lo inverosímil durante un buen puñado de páginas, para contarnos las vicisitudes del protagonista para conseguir entrar en el club de kárate. En esa trama el protagonista curtirá del todo su carácter. La naturaleza de elegir desobedecer cuando algo es injusto y de crear nuestras propias convicciones es un mensaje que se repite y que se muestra como revelador tanto si te enfrentas a unos abusones en el instituto, a unas leyes injustas o a unos extraterrestres que quieren hacerse con el planeta.
En Grand Dolls Osamu Tezuka vuelve a la carga con un dibujo redondito y amable, con caricaturas de grandes narizotas y ojos inmensos. Esos rasgos infantiles pueden llevar a más de uno al error, pues los personajes de Tezuka pierden toda su inocencia cuando se manchan las manos de sangre o se meten en asuntos de dudosa legalidad. Y estos pasan por asesinar a personas, boicotear manifestaciones o suplantar identidades. En lo referente a la narrativa secuencial cualquiera que haya leído algo del Dios del Manga sabe lo que le espera: virguerías propias del cine plasmadas en papel. Con todo, no deja de sorprender, por ejemplo, esa escena en la que vemos como despega un avión y parece cruzarnos por encima, o esa acción desenfrenada en la que dos seres gigantescos luchan (a lo película clásica de Godzilla) mientras la ciudad sufre las consecuencias.
En resumidas cuentas, Grand Dolls, publicado por Planeta Cómic, nos sumerge en un thriller de ciencia ficción donde cualquiera puede ser el enemigo mientras se mantiene el interés del lector gracias al buen equilibrio entre lo misterioso, lo surrealista y lo cotidiano.