Alberto Olmos se pasa al relato corto por fin, después de una decena de libros publicados, casi todo novelas, y a la tierna edad de cuarenta años. Tras su anterior Alabanza había muchos que tenían ganas de hincarle el diente a cualquier novedad del segoviano; esta incursión en un género que él mismo ha declarado que considera “refugio de mediocres” ha hecho que muchos colmillos se hayan afilado antes de abrir las primeras páginas de Guardar las formas (Literatura Random House).
Doce son los cuentos que componen la recopilación, que fue finalista del premio Ribera del Duero antes de llegar a nuestras manos. Doce relatos independientes entre sí, cuya extensión no alcanza las veinte páginas en ningún caso, y que abarcan géneros tan dispares como el terror y el humor, el retrato psicológico o la epístola. No en vano, el propio autor se ha cansado de decir a quien quisiera escucharle que hay pocas cosas más aburridas en su vida de lector que los libros de relatos que trazan un camino, aquellos en los que todos los elementos cuelgan de la misma cuerda de tender. En Guardar las formas, valga el juego de palabras, se ha aplicado el cuento.
Sin riesgo de contradecirle, se pueden no obstante anotar un par de rasgos comunes a todos los relatos. Por un lado la recurrencia de algunos temas, entre ellos la soledad, el desasosiego ante el (sin)sentido de la vida o la importancia de la memoria y del registro que cada uno va dejando en este universo. Y por otro, el hecho de que cada cuento pivota sobre uno o dos personajes centrales, alrededor de los que el autor establece la tela de araña que forma el relato en sus tres, cinco o quince páginas. Son protagonistas muy particulares los de Alberto Olmos: el jubilado que anota el nombre completo de todo aquel con el que habla, el artista que trata de acostarse con todas las mujeres de su vida en orden inverso, o aquel que quema todas sus pertenencias antes de morir. Como hijos de la era de Internet, nuestro día a día está bombardeado por historias similares a las que se describen en el libro, pero no deja de parecerme meritorio el hecho de inventarlas, de sacar de la nada más absoluta a estos caracteres que después quedan en la memoria.
Ellos resultan lo más memorable del volumen, por lo sorprendente de sus historias pero a la vez por lo naturales que las hace parecer el autor. En este sentido Olmos hace las veces de un dios inconsistente: da vida a esas criaturas, los define con bastante acierto (uno de sus puntos fuertes), los coloca en situación y después, en muchas ocasiones, los abandona y deja al lector con la impresión de que ese mundo recién nacido seguirá su curso en alguna dimensión paralela. Como él mismo dice en Los sentidos, uno de los últimos relatos, parece que estuviera tratando de impugnar deliberadamente la realidad. Así que, a pesar de algunos finales abruptos, cerrados, es Guardar las formas un libro que sirve para pensar, para reflexionar cuando se cierra la última página, que en este caso es un ejercicio que se llega a realizar hasta doce veces en el curso de la lectura.
Fuera de estas semejanzas generales, los relatos son completamente independientes. Lo son de raíz, ya que ni siquiera el estilo permanece de uno a otro. Y en casi todos aparece consistente una prosa que los hace creíbles. Todo ello contribuye a que se pueda afirmar que Olmos sale bastante airoso de esta primera vez.
Luego, claro está, habrá quien disfrute más o menos con ello. En ese sentido, pienso en Alberto Olmos estos días como en un literario Andrés Iniesta (el futbolista, ya saben). A la vista está que tiene una capacidad salvaje para tocar en corto. Es capaz de sortear a cinco contrarios en una baldosa, en tres páginas o cinco, y la sensación que queda después del escorzo es de gran belleza. Algunos dirán no vale de gran cosa el esfuerzo cuando no sirve para culminar la jugada, cuando no fragua en algo mayor, un gol, una novela de trescientas páginas. Pero otros disfrutarán, y mucho, de esos gestos pequeños, del detalle, habrá quien se ponga la jugada una y otra vez, play and rewind, como el niño que ve repetidamente El asesino de Pedralbes en uno de los relatos del libro.
Entre los dos extremos, me quedo con la sensación intermedia de que, en lo que esperamos a que llegue el famoso gol en la prórroga, no está nada mal disfrutar de las virguerías que ofrece Alberto Olmos en este Guardar las formas.