Guernica… Me pregunto qué es en lo primero que piensa alguien cuando oye esa palabra: ¿en el pueblo vasco que fue bombardeado por aviones nazis? ¿En la gran obra de Picasso que inmortalizó esa tragedia? ¿O acaso ya son indisociables? Bruno Loth y Corentin Loth nos hablan de ambos en su novela gráfica Guernica, entrelazando los acontecimientos de aquel fatídico día con la crisis creativa que tuvo Picasso para cumplir con el encargo que le había hecho la Exposición Universal de París.
Bruno Loth y Corentin Loth nos muestran cómo aquel 26 de abril de 1937 amaneció tranquilo. Era día de mercado. Las palomas revoloteaban por la plaza; un padre llevaba a su hijo por primera vez a Guernica para vender su caballo; una mujer cantaba nanas a su bebé mientras escribía una carta a su marido en el frente; una vieja con un quinqué le reprochaba a dios que se hubiera llevado a todos sus hijos a la guerra; los gudaris, milicianos vascos republicanos, se retiraban hacia Bilbao. Quien haya contemplado alguna vez el cuadro de Picasso, o estudiado su simbología, ya habrá reconocido en estas líneas gran parte de sus elementos. Y, de repente, el horror: las campanas repicaron, avisando del peligro, y todos acudieron a los refugios. La Legión Cóndor bombardeó el pueblo durante horas. El caballo enloquecido, el bebé muerto en los brazos de su madre, la mujer coja, el miliciano muerto, un buey atrapado entre el amasijo de vigas, el quinqué iluminando la escena.
Todo eso vemos en la novela gráfica Guernica, pero también el proceso creativo de Picasso. Invitado de honor en la Exposición Universal de París, no lograba dar con nada que estuviera a la altura de su cometido: defender la república española y asestar un golpe al franquismo. Pero entonces le llegó la noticia de lo ocurrido en Guernica, aquel pueblo de 5000 habitantes que siempre había sido símbolo de la paz y libertades vascas. Durante tres semanas trabajó obsesivamente, encolerizado, hasta concluir una de sus obras más importantes: un lienzo de 7,5 x 3,5 metros en el que plasmaba la brutalidad de aquel bombardeo y el dolor de su gente.
Tras el relato de los acontecimientos, Guernica da paso al testimonio de Luis Iriondo, el último superviviente del bombardeo y autor de El chico de Guernica. Relata cómo vivió aquel día, haciéndonos sentir el ambiente de los refugios y el impacto de ver su pueblo devastado. Bruno Loth y Corentin Loth también adjuntan el discurso del presidente alemán Roman Herzog, quien pidió disculpas a Guernica por aquella atrocidad protagonizada por su país sesenta años atrás, y la respuesta del pueblo, siempre ejemplo de paz y hermandad.
Guernica nos hace recordar aquel bombardeo, el primero de la historia que arrasó deliberadamente a una población civil, un hecho que marcó al mundo entero, sin duda. Pero, como bien recuerdan sus autores, solo fue la antesala de muchas otras ciudades que serían destruidas del mismo modo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Una barbarie que hoy en día se repite en muchos países del mundo. Nada ha cambiado, desgraciadamente. Por eso es tan necesario este recuerdo y homenaje a Guernica. Las nuevas generaciones tienen que conocer lo que sufrió este pueblo; las anteriores, no olvidarlo. Quizá así, algún día, aprendamos a no repetirlo.