Este es un libro para reír. Me diréis ¿nada más? Y yo os digo: ¡nada menos! Os aseguro que reírse no es poca cosa. Es algo muy importante en nuestras vidas. Hay estudios que garantizan, prueban y demuestran que reír es buenísimo para la salud, tanto mental como física. A no ser que tengas algo que solo te duele cuando te ríes, que entonces es mejor dejarlo para otro momento. También hay que procurar no reírse de los demás, a no ser que nos acompañen en la broma y tampoco es buena la risa maléfica, sobre todo para el que la sufre. Por lo demás, rían, rían, que mejora muchas cosas: la respiración, el cutis, aunque salen algunas arruguillas más, son chulas, porque son de risa. Aumenta las endorfinas por lo que mejora nuestro estado de ánimo, atenúa dolores y evita la depresión. Nos hace tener más amigos, caer mejor a la gente, que nos tengan más cariño si tenemos cara de risa, que si tenemos cara de palo seco o de pena. Y así podría estar un buen rato, explicando las bondades de la risa, que soy una experta con certificado y todo. Además, lo he probado: he dado cursos de risoterapia y no veas lo que mejora la gente. Tuve una señora que vino una par de veces y me dijo que no volvía, que se lo pasaba bien, pero que ella estaba diagnosticada de depresión y no iba a reírse tomando antidepresivos y tranquilizantes, que no le parecía bien, que a ver que le explicaba ella al doctor y a sus hijas, si dejaba de tener cara de pena todo el rato y se enteraban de que dos veces por semana se iba a reír como una loca con otras diez locas. Necesitaba seguir enferma. Esa ya es una elección de cada uno, claro.
En fin, pues eso, que Guillermo Navarro se ha propuesto que pasemos un buen rato en ¿ha llegado ya la “Bisagra”? y otros disparates farmacéuticos. Aunque no consiga arrancar risas, desde luego sonrisas fijo. Cada uno tiene un sentido del humor diferente y llegar a la risa de todo el mundo por el mismo camino, no se puede, pero os garantizo que vais a pasar un buen rato. Este es un humor blanco, no como el de enfermera saturada, pero se nutre también de anécdotas, del día a día de la profesión, en este caso de farmacéutico. A veces me ha recordado a la señorita puri aunque yo me reí más con ella. Me sentí más identificada con Puri, que con Guillermo, pero aún así, es muy gracioso. Se lee en un periquete y es divertido leerlo con alguien, en alto, para poder compartir los chascarrillos.
Guillermo Navarro es farmacéutico, ahora ya está jubilado. Tuvo una farmacia en una ciudad cercana a Madrid. Tiene un montón de anécdotas de su trabajo durante más de treinta años. Supongo que cualquiera que trabaja detrás de un mostrador o cara al público, se sentirá representado. Entre él mismo y la gente que trabajaron con él, fueron recopilando estas pequeñas cosas graciosas que pasan en algo tan cotidiano como una farmacia. Bueno, alguna cosa no era tan graciosa en sí misma, como cuando cuenta un atraco de los que sufrió, pero es divertido cómo sale del apuro, visto en la distancia. Para acordarse, anotaban en una libreta las cosas que les pasaban, e incluso las notas que les enviaban sus clientes, son graciosísimas. Están recopiladas, algunas de ellas, al final del libro.
Está dividido en 23 capítulos cortos, cada uno dedicado a un tipo de cliente, o a casos que se les daba habitualmente, conversaciones en la farmacia, guardias, atracos, etc. Muchos de ellos los acaba en forma de prospecto, con las indicaciones pertinentes. Algunas parecen increíbles, pero son ciertas, como la vergüenza que pasan algunos para pedir cosas relacionadas con “el sexo y áreas colindantes”, como dice él; entiéndase: condones o pomada para las almorranas, por ejemplo. ¡Las vueltas que da el señor Venancio! En algunos casos me he sentido yo retratada, pero como cliente, sobre todo el capítulo dedicado a la memoria de farmacéutico; nos creemos que ellos se tienen que acordar de todo lo que nosotros tomamos: “dame esas pastillas que tomo yo, las de la caja blanca y azul, que empieza por t, no me acuerdo de más, ya tú sabes…” yo creo que eso lo he dicho yo en la farmacia de mi pueblo, y lo hace aquí casi todo el mundo. Menos mal que tengo una farmacéutica lista y que tiene una paciencia infinita. Le tengo que regalar el libro, para que se ría un rato. 😀