Hace cuarenta años

Hace cuarenta años, de Maria van Rysselberghe

Hace cuarenta años

Una hermosa y sencilla historia de amor narrada desde una sensibilidad diferente.

 

 

Me gustaría que el recuerdo de mi felicidad
perdurara más allá del tiempo.

André Gide

 

¿Tienen los artistas algún tipo de sensibilidad especial de la que carecemos el resto, algo que les permite no solo crear, sino también vivir de manera diferente?  De ser así, eso explicaría por qué Hace cuarenta años sobresale por encima de otros cientos de historias autobiográficas similares sobre amores imposibles.

Lo digo porque a mí, en principio, los relatos decimonónicos de amantes desesperados, desgarrados por tener que elegir entre seguir a su corazón o comportarse como los decentes burgueses que se supone que son suelen desesperarme un poco.  En cuanto empiezan a acumularse páginas y páginas de ¡oh! amada mía, te adoro, pero no soy digno de tu amor y ¡oh! querido mío, sólo de pensar que algún día podrías sostener mi mano entre las tuyas me siento desfallecer, a mí me entran unas ganas terribles de gritarles ¡oh!, pánfilos míos, decidíos ya de una vez, que no tengo todo el día.

Sin embargo, el breve relato con el que Maria van Rysselberghe trata de rendir homenaje a lo que sintió cuatro décadas antes me ha resultado encantador, entre otras cosas porque no tiene nada que ver con el estereotipo romántico del amor irrealizable.  ¿Será precisamente porque los implicados fueron personas profundamente ligadas al mundo del arte y poseían esa rara sensibilidad a la que me refería al principio?

En 1936 la mítica editorial Gallimard publicó un hermoso y delicado relato escrito por una mujer que, escondida tras el pseudónimo de Saint-Claire, recordaba una historia de amor sucedida cuarenta años atrás.

“Ocupaban mi vida un amor muy alegre y la ternura de una hija.  Mi existencia transcurría plena y placentera, sin frivolidad: el arte al que servían quienes me rodeaban era un dios difícil.” La narradora no podía pedir más al destino, pero… siempre hay un “pero”; de los “peros” nacen las historias.  En esta ocasión el “pero” se llamaba Hubert y era un buen amigo de su marido.

MARIA VAN RYSSELBERGHESaint-Caire resultó ser Maria van Rysselberghe, hija de una conocida pareja de editores belgas, íntima amiga de André Gide (cuyos pensamientos y reflexiones recogió a diario en los Cuadernos de la “Petite Dame”) y esposa del pintor Théo van Rysselberghe, que tantas veces la retrató inmersa en la lectura de alguno de esos libros que adoraba, probablemente por haberlo leído junto a su amado Hubert.  Hubert no era otro que el poeta Émile Verhaeren, a su vez casado con la pintora Marthe Massin, la Agnès del libro.  Como ven, aunque la obra de Maria van Rysselberghe es extremadamente breve, vivió rodeada de arte.

Hubert necesitaba pasar una temporada junto al mar por motivos de salud y acordó con los van Rysselberghe alojarse unas semanas en la casita de la duna, a orillas del Mar del Norte, donde por aquel entonces residía Maria.  Probablemente era inevitable que mientras estaban allí los dos solos, compartiendo lecturas y paseos por las playas desiertas, la afinidad que siempre habían sentido se convirtiera en un amor tierno y apasionado al mismo tiempo.

A diferencia del tópico de la novela romántica, Maria y Hubert no trataron de negar sus sentimientos ni se resistieron a su amor.  A pesar de saberla irrealizable, pues no estaban dispuestos a hacerle ningún daño a sus respectivas parejas, reconocieron su pasión y la asumieron, pues pronto se convirtió en la única fuerza que les alentaba.  ¿Cómo resolver entonces el dilema?  Evitando la existencia de un dilema: viviendo plenamente su amor, pero canalizándolo a través de su pasión por la literatura, por el arte, por la vida.

“Yo leía, casi de memoria: El río se muestra blanco bajo la luna, negro en la sombra; las mariposas revolotean alrededor de mis velas y por las ventanas abiertas se cuela el aroma de la noche.  Y tú, ¿duermes? El silencio y la dulzura que transmitían la palabras me colmaban de cálidos impulsos.  Perdí mi timbre de voz, y él me pidió:  «Déjeme seguir a mí».(…)

Hallaba en Flaubert la fogosidad de Hubert, tan bien domeñada, y la implacable franqueza que permitía y suscitaba aquella tierna reciprocidad.”

A nadie se le escapa que pasados aquellos días dichosos cada uno siguió su existencia junto a su pareja legal; en caso contrario no hubiera sido necesario esperar cuarenta años ―hasta que todos los implicados menos Maria hubieran fallecido― para contar la historia utilizando nombres falsos.  Hoy, cuando han trascurrido cuarenta años y otros cuarenta más desde que Maria van Rysselberghe volcara sobre el papel los recuerdos de aquellas jornadas en la casita de la duna puede parecernos inverosímil la manera en que se comportaron ella y su amante.  Pero leyendo Hace cuarenta años es muy fácil de entender que no hubo renuncia alguna en sus decisiones; eran dueños de su destino y eligieron libremente.

“Con la mano que tiene libre describe un amplio arabesco con el que parece acariciar la forma de las nubes, la línea sinuosa de las dunas y el nácar de las aguas.  Pero este gran universo no es sino un acompañamiento; el canto lo llevamos dentro de nosotros, nace de ese fecundo acorde del que nunca nos saciamos, que nunca se apagará y que seguimos descubriendo”.

Eligieron que su amor durara para siempre y se perpetuara en la lectura de aquellos poemas que compartieron.  Eligieron utilizar su pasión para crear, no para destruir.  Eligieron encontrar belleza donde otros sólo serían capaces de hallar dolor y sufrimiento.

Puede que por ser artistas, por haber dedicado sus vidas a la creación de obras hermosas, Maria y Hubert tuvieran la capacidad de transformar la desdicha en felicidad.  ¿O quizá yo me equivoco y no tiene nada que ver, quizá esa capacidad sea patrimonio de los que, sencillamente, aman la vida con intensidad?

Javier BR
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MARIA VAN RYSSELBERGHE

Théo van Rysselberghe

 

La dame en blanc – Portrait de Mme Théo van Rysselberghe

 

Óleo sobre lienzo
1926
Musée d’art moderne et d’art contemporain de Liège

 

 

 

2 comentarios en «Hace cuarenta años»

  1. ¡Qué me he reído con tu comentario sobre los relatos decimonónicos! Jajajaja, es que me pasa algo parecido. Te entran ganas de meterte en la historia y decirle a cada personaje que se espabilen de una vez. Sobre este libro, desde luego me lo llevo apuntado, como siempre, que si te ha convencido.
    Besotes!!!

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  2. Me alegra que te hiciera gracia la pequeña broma sobre ciertos libros románticos; en mi caso no puedo evitar tener ese impulso. Este libro es diferente, aunque se trate de una historia de amores imposibles e infidelidades (o fidelidades, mejor dicho) culposas, sus protagonistas son capaces de conducir su pasión desde otra sensibilidad. Gracias por tu comentario, Margarita, espero que te guste.

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