Reseña del libro “Hamnet”, de Maggie O’Farrell
Al leer por primera vez un libro de Maggie O’Farrell, sentí aquello que sucede solamente con algunas lecturas, ese desconcierto delante lo bueno, lo inmenso. Fue La primera mano que sostuvo la mía (Libros del Asteroide, 2018), lo recuerdo perfectamente. Como olvidarlo. Supe, entonces, que el nombre de la irlandesa permanecería ligado a esas lecturas, las que te mantienen en vilo de día y de noche, las que recomiendas pasados los años y sin que se te seque la boca, las que sabes que vas a volver a abrirlas, releyéndolas, porque son capaces de reconciliarte no con la vida, pero sí con aquella monotonía a veces sin sabor.
Leí su última novela, Hamnet (Libros del Asteroide, 2021), a principios de año. Aún no ha sido desbancada de la primera posición del podio; ha habido muy buenas lecturas, pero ese estilo, esa escritura, ese misterio y a la vez refugio que contienen las palabras de O’Farrell no lo encontré, o quizá yo no he sabido encontrarlo, en los libros de mi 2021.
Hamnet, dividida en dos partes, es la historia, o mejor, la no historia. En la Inglaterra del siglo XVII conocemos a Agnes, y la queremos. La queremos por el papel que jugó en la historia, por ser la madre, la hija, la esposa. La mujer. La olvidada. La que curaba con hierbas y abrazaba la naturaleza. La que tenía connotaciones de bruja. Y la queremos, también, porque lo que hace Maggie con ella es un trabajo de orfebrería, de recuperación y de nombramiento de una mujer, la sitúa y resitúa, le vuelve una dignidad que le robaron, justamente por eso, el hecho de ser mujer. Como no empatizar con ella.
También ponemos nombre a las hermanas de Hamlet, Susanna y Judith, y se nos ponen los pelos de punta con la descripción de la conexión entre el primero y su melliza, Judith. Como lo describe Maggie. Como manda entre las palabras. «Como se llama alguien que se queda sin hermano», y toda la piel erizada.
Y es un canto, Hamnet. Es un canto a las mujeres, a la sororidad, a la unión entre una suegra y una nuera delante de la muerte. Cuando todo sobra, los malentendidos, las distancias, lo nunca dicho, y se interpone, feroz, el abrazo, el llanto, la oscuridad que acaba deviniendo en calma.
La plegaria que cierra el libro, «Recuérdame» es, quizá, el grito de Agnes, de las mujeres, delante de la historia. Un grito que pide todo lo contrario al silencio, la voz; lo antónimo a la incomprensión, la escucha.
La grandeza del Hamnet de Maggie O’Farrell radica en no nombrar al hombre que le hizo famoso, y en llenar las páginas de tristeza, de hierbas, de flores, de intuición, de dolor, de hilos, culminando en una segunda que es digna de ser eso, recordada.
Cuando recomiendo Hamnet y absolutamente todas las novelas de la irlandesa es por generosidad. Para que la luz de una escritura, las relaciones ahí tejidas, las palabras y emociones destiladas de ellas no se pierdan, y que sean otras las personas que gocen de una escritora que te pone delante de ti misma y te dice, mírate, te perdono.
Estupenda reseña para uno de los mejores libros de los que yo también he disfrutado este año. Al contrario que tú, yo no tenía la suerte de haber leído antes a esta autora, pero ahora creo que tengo la suerte de que podré seguir disfrutando del resto de sus novelas hasta que contemos con una nueva. Y es cierto, desborda sororidad. Un abrazote!
Un comentario muy emocionante, de verdad, me ha gustado mucho y comparto cuando dice. Un solo «pero», y lo siento mucho: «pero ese estilo, esa escritura, ese misterio y a la vez refugio que contienen las palabras de O’Farrell», ¿tal vez la persona que escribió este comentario leyó la novela en inglés, que es como la escribió Maggie O’Farrell?