Reseña del libro “
Gideon la Novena fue una de las novelas de género que más llamó la atención el año pasado. El estreno de la escritora neozelandesa Tamsyn Muir con una historia atípica en la que se mezclaba terror gótico, ciencia ficción, fantasía y grandes dosis de misterio fue un éxito. Le llovieron nominaciones a varios premios y obtuvo el Premio Locus 2020 al mejor debut. Aunque la mejor, y supongo que más reconfortante, recompensa fue el éxito que granjeó entre los lectores que enseguida respondieron creando todo tipo de fan art y especulando sobre lo que podría ocurrir en posteriores entregas de la saga de La tumba sellada. Hablando en plata: Gideon la Novena lo petó muy fuerte. Y por este motivo las ganas de que Nova publicara Harrow la Novena para ponerme manos a la obra eran tremendas, así como las ansias por descubrir qué ocurrió tras ese pedazo de cliffhanger con el que la autora dio cierre a la primera novela y que nos dejó a los lectores con el corazón hecho papilla.
Si en Gideon la Novena la irreverencia marcaba el tono en Harrow la Novena lo hacen el caos y la locura. Convertirse en lictora ha fracturado la mente de Harrow. Debido a esto la protagonista se torna una narradora poco fiable, su credibilidad se ve comprometida prácticamente desde el principio. ¿Lo que ve es cierto? ¿Sus recuerdos son correctos? De hecho, volveremos a revisitar algunas de las escenas de La Morada Canaán, aunque muchas de ellas no serán como las recordábamos. El thriller psicológico está servido. Toca volver a montar el puzle. En las primeras 100, tal vez 150 páginas, la autora nos hace descender en una espiral de confusión y demencia que probablemente acabará con la paciencia de los lectores que esperaban una narración más lineal. Y es que nada más empezar seremos lanzados a pocas horas antes de que uno de los misterios sea revelado para, acto seguido y mediante un gigantesco flashback, volver atrás en el tiempo. Por añadidura, capítulos con una narración en tercera persona se irán alternando con otros en segunda. Nadar en este desconcierto no habrá hecho más que comenzar y, sinceramente, para mí ha resultado una sensación extraordinaria. Como ir en una montaña rusa a toda pastilla mientras intentas resolver una operación matemática.
La ambientación vuelve a tener un papel muy relevante en esta entrega. Si en Gideon la Novena la acción transcurría en una estación espacial que se asemejaba a una catedral gótica, para esta ocasión la autora nos tiene preparado un escenario más tétrico y mucho más solitario. El Mitreo es un mausoleo que sirve para que el Emperador de las Nueve Casas (Nigrolord, Dios Imperecedero y otros sobrenombres para dejar claro que es el que corta el bacalao) se refugie de sus enemigos y así pueda planear una táctica antes de que aparezcan. En este lugar aislado e incomunicado Harrow será instruida en el arte de la lictoridad. A través de las enseñanzas que recibirá, los lectores también aprenderemos quiénes son los enemigos del Emperador, cómo dominar los poderes que ostenta un lictor y qué carajos es el Río. Con cada nuevo concepto que descubriremos el libro irá alcanzando nuevas cotas en lo referente a lo bizarro: planos existenciales más allá de la muerte, fantasmas de tamaño planetario y monstruos tentaculares dignos de un relato de Lovecraft se irán añadiendo a todo lo que conocíamos para crear un potaje tan extraño como difícil de etiquetar.
Aunque el desarrollo de los personajes es muy desigual los tres lictores y el Dios Supremo se muestran como unos seres los suficientemente interesantes y repletos de misterios como para estar atentos a cada una de sus extraños comportamientos y al precario equilibrio de poder que mantienen. Repletos de claroscuros, y con unas tendencias hedonistas que en no pocas ocasiones recuerdan a los vampiros literarios que seducen muchachitas y que viven entre riquezas por los siglos de los siglos, uno de ellos se empecinará en asesinar a Harrow, otro en adiestrarla y alguno incluso en tratarla como a una niña. Un desconcierto de comportamientos que obligarán a Harrow a formar equipo con Ianthe. Una relación de tira y afloja y de amor-odio que curtirá la personalidad de ambas y que las obligará a crear una especie de equipo mal avenido de investigación para hallar esas piezas con aristas que no acaban de encajar del todo en el guion y que con el primer plot twist (previsible desde el capítulo uno) deja al lector con la sensación de haber sido engañado por omisión. Tras el pequeño mal trago, unos cuantos de buen néctar de los dioses, pues Tamsyn Muir se pone en plan tragedia shakesperiana, con giros narrativos que dan sentido incluso a esas pequeñas pistas (casi imperceptibles) que quedaron a la espera de ser resueltas en Gideon la Novena. El último cuarto de Harrow la Novena es un subidón de adrenalina, de cultura pop (referencias a películas que se convierten en gag de humor) y literaria (a tope con Shakesperare), e incluso musical (¡Eminem!), que se engarzan de forma notable para llevarnos al final de una novela en la que predomina el baño de vísceras, así como de sentimientos, pero que en el fondo trata sobre el dolor de la perdida.