Harry Potter y el misterio del príncipe, de J.K.Rowling.
No puede ser verdad. No… no me lo creo. Tiene que haber algo oculto, magia tal vez. Es imposible, injusto y doloroso que su vida termine así, repentinamente, cuando todos los lectores de la saga de Harry Potter lo imaginábamos presente en la última página del último libro. Sí… yo sé que aún tengo que leer el final de la historia, y hasta creo que volverá, que aparecerá, sobre todo si me baso en dos o tres detalles que me hacen pensar que todo se trata de una puesta en escena. O tal vez intente convencerme porque en el fondo de mi ser me niego a aceptar que ya no va a estar entre nosotros, guiándonos.
Y encima, no lo puedo mencionar, porque esto que estás leyendo es una reseña y si bien se suelen señalar muchos aspectos de una novela, lo importante de la trama se mantiene en silencio para el disfrute de los futuros lectores.
Esos mismos lectores que al terminar de leer este sexto libro, Harry Potter y el misterio del príncipe, seguramente quedarán tan obnubilados como yo y expresarán casi temblando: no, no puede ser que haya muerto así.
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Después de enamorarme de la serie con la lectura de los primeros cuatro libros, de los cuales mi preferido fue Harry Potter y la cámara secreta, me había desilusionado y bastante con la quinta entrega. El sexto libro aparecía ante mí no solo como la posibilidad de seguir disfrutando de las aventuras del (ya no tan) pequeño mago, sino también como la posibilidad de reivindicarme con la historia y con su autora. Al terminar de leer Harry Potter y el misterio del príncipe puedo afirmar que mi relación con esta saga apenas sufrió un peleíta de pareja, más no una ruptura, ya que la reconciliación es todo un hecho y seguiré con ella hasta el final: tal es la relación amorosa que genera la saga con sus lectores.
El libro, de una extensión mucho menor que su antecesor (decisión inteligente y conveniente), vuelve a retrasar el tan ansiado encuentro final entre el bien y el mal, o sea entre Harry Potter y Lord Voldemort, pero a diferencia del libro anterior, las nuevas aventuras del “mientras tanto” resultan atractivas, agradables, atrapantes y sobre todo llenas de contenido que “hacen” a la historia.
Y la historia, que suele analizar el pasado para comprender el presente y preparar el futuro, es la que trae ante nosotros el principal punto de la trama: los orígenes de Lord Voldemort. A través de viajes al pasado (o mejor dicho a los recuerdos que Dumbledore guarda en un “pensadero”) conoceremos a un niño llamado Tom Riddle, que como todos sabemos luego pasará a convertirse en el mago más tenebroso, ese que no debe ser ni siquiera nombrado. Resulta interesante, pues, escarbar en su niñez y más tarde en su adolescencia para entender (más no compartir) el porqué de su odio a los “muggles sangre sucia” (humanos no magos) y sobre todo para analizar de qué manera una inteligencia suprema puede ser utilizada, por decisión propia, para ejercer el bien o el mal.
Sin embargo, por supuesto, no todo resulta tan simple, ya que si bien Dumbledore posee recuerdos propios y ajenos a los que acudir, éstos no son muchos e incluso pueden estar modificados o incompletos, como ocurre con el recuerdo del nuevo profesor de Pociones, Horace Slughorn, un personaje bastante divertido, aficionado a organizar fiestas de alumnos destacados. Reconstruir al pasado, como en la vida real, requiere no solo un ejercicio mental sino de la capacidad de hacer autocrítica y de eliminar las barreras de la autocensura.
De la mano de los recuerdos aparece la historia de los Horrocruxes, ya que Dumbledore y Harry Potter no solo analizarán el pasado, sino que a través de las conclusiones que obtengan (o no) accederán (o no) a diferentes claves que les permitirán (o no) ir en busca de estos importantes objetos pertenecientes a Voldemort y en los que, sin exagerar, el hombre oscuro guarda algo tan importante como su propia vida.
Al mismo tiempo, y a lo largo de toda la trama, Harry tiene acceso a un misterioso libro escrito por un tal “Príncipe Mestizo” que le ayudará a realizar correctamente todas las pociones durante las clases con el profesor Slughorn y al mismo tiempo entablar una relación de amistad con él que más tarde le abrirá necesarias puertas. No obstante, y he aquí una de las pocas críticas que le encuentro a esta sexta parte de la saga, ese libro no resulta ser tan importante en la historia como para merecer convertirse en el título de la portada, que además tiene una traducción totalmente incorrecta e ilógica.
Me explico: el nombre original del libro es “Harry Potter and the Half-Blood Prince” que traducido correctamente sería “Harry Potter y el príncipe mestizo” Es más, durante el libro en sí se habla del Príncipe Mestizo y jamás del Príncipe Misterioso o del misterio de éste. Más allá de eso, y ésta es una apreciación personal, no me parece que el libro de las pociones, pese a que fue escrito por alguien que cuando nos enteremos nos sorprenderá, resulte ser excesivamente importante ni el tema principal de la historia como para merecer el título de la obra. Resultaría más lógico que esta sexta entrega, por dar un ejemplo, se hubiese llamado “Harry Potter y los Horrocruxes” que sí resultan vital en la idea general de la novela.
Por otro lado, cabe destacar que en esta sexta parte de la saga el ambiente oscuro, negro y de terror que dominó el cuarto y quinto libro luego de la “era infantil” de los tres primeros tomos, es dejada de lado para intentar retornar un poco a la vida escolar en Hogwarts, algo que se había perdido y que, particularmente, echaba de menos. Esta afirmación, como particular que es, puede generar distintas valoraciones, ya que no son pocas las personas que tienen entre sus preferidas las etapas más sombrías de la saga.
Para Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger y Ginny Weasley (aquella niñita que se asustaba al ver a Harry durante los primeros libros) la adolescencia ya es todo una realidad que modifica no solo sus pensamientos, sino también sus humores, que pasan a ser ciclotímicos como buen adolescente, y sobre todo sus hormonas, que florecen como la primavera y que les harán vivir, ahora sí, aventuras amorosas concretas (bueno, no es para tanto) con otros alumnos y hasta en algunos casos entre ellos mismos. Atrás quedaron los tiempos de escarceos tímidos entre Cho y Harry. Las historias, simpáticas, están esparcidas a lo largo del texto y actúan como puntos de distención en los que la autora deja, una vez más, fluir ese humor tan ácido que la caracteriza.
Al mismo tiempo, Harry Potter puede caminar tranquilo por los pasillos de la escuela, ya que su imagen está en pleno auge luego de que se confirmara que eran ciertas sus afirmaciones sobre el regreso de Voldemort y saliera indemne de las críticas del Ministerio y la campaña de desprestigio de El Profeta. Ahora todos lo llaman El Elegido y ni siquiera Draco Malfoy pierde tanto tiempo en molestarlo…
¡Draco Malfoy! ¿Qué quedó de aquél niño más bien bajito que se divertía haciendo maldades y travesuras sanas? Nada, absolutamente nada; ya está hecho todo un hombre y aparece en este libro como una copia casi calcada de su padre Lucius, quien dicho sea de paso no se hace presente en ningún momento de la historia ya que como recordamos fue detenido y pasa sus días y sus noches encerrado en Azkaban. Volviendo a Draco, su hijo, el crecimiento de éste resulta atractivo para la historia y al mismo tiempo un claro ejemplo de la locura de Voldemort; Harry Potter sospechará de Draco a lo largo de todo el libro, ya que lo encuentrará demasiado callado y reservado, lo que relacionado con Malfoy resulta por lo menos sospechoso.
Tan sospechoso como nuestro “querido” y magnifico personaje Severus Snape, quien en Harry Potter y el misterio del príncipe se muestra más ambiguo, impreciso y turbio que nunca y con la suficiente capacidad para que, una y otra vez nos haga preguntarnos de qué lado está.
La angustia, la desesperación y la impotencia que siente Harry Potter logran contagiarse al lector, ya que sabiéndonos dueños de la verdad no podemos no angustiarnos al encontrarnos con el hecho de que Dumbledore, Hermione, Ron y muchos más desestimen tan fácilmente nuestras sospechas, tanto de Malfoy como de Snape.
Y más aún cuando el final nos da la razón y nos quedamos con las manos temblorosas y el rostro lleno de lágrimas y sin dejar de preguntarnos y al mismo tiempo sin querer creerlo cómo puede ser que sea verdad que tan importante personaje de la saga haya dejado de existir.