Reseña del cómic “Hay algo matando niños”, de James Tynion IV y Werther Dell’Edera
¿Quién no ha querido matar a un niño alguna vez? ¿O niña? ¿O niñe, niñi o niñu? Si alguna vez hasta lo hemos hecho. En nuestra imaginación. Y con éxito total. Pero una cosa es la imaginación y otra la realidad, claro.
De siempre, matar a niños ha estado mal visto incluso en las historias de terror, aunque esa tendencia se ha ido relajando poco a poco pues la capacidad de asombro y de sentir miedo es algo que con la edad personal y la evolución de la especie necesita nuevos horizontes y líneas rojas que cruzar.
Hay algo matando niños tiene una trama que recuerda a la serie Stranger Things sin tener que recurrir al ya pesado y reiterativo lastre de la nostalgia ochentera. Aquí no hay una cuadrilla de amigos que tenga que hacer algo en equipo (ya sea encontrar el tesoro oculto de un pirata, ya sea luchar contra demogorgons…) para salvar una casa, una ciudad, el mundo… No. En ese sentido es más como una buddy movie, tipo, por ejemplo, Arma letal.
La mandanga va de un pueblecito, el nombre no importa, en el que comienzan a desaparecer niños. La mayoría no vuelven y los pocos que lo hacen cuentan cosas que son difícilmente creíbles. También hay otros que aparecen con los intestinos colgando de un árbol, o partidos en dos, sin brazos… En fin, casquería fina.
James es uno de los chavales que vio algo ¿monstruoso?, vio a sus amigos masacrados y sobrevivió para contarlo. Por si eso fuera poco, en el colegio creen que lo hizo él.
Al pueblo va a llegar una misteriosa rubia de ojazos verdes, Erica Slaughter, (de gran parecido con Emma Stone –ahora que lo pienso, hasta coinciden las iniciales–) que cree a James de cabo a rabo y parece saber qué es lo que está pasando con los niños. De hecho, se la ve muy segura y está dispuesta a acabar con el monstruo. Sí, el monstruo, porque haberlos haylos y Erica conoce muy bien a los de su especie. Erica es como una Sarah Connor (sobre todo cuando viste de camiseta blanca sin mangas). Tiene una gran personalidad, confianza y seguridad y le gusta el mata mata. Da la impresión de que es capaz de solucionar el problema pero a la vez se nos inculca la idea de que es muy posible que falle en el intento. Como decía, los conoce (a los monstruos), pero no solo ella, pues sus actos parecen respaldados por una misteriosa voz al otro lado del teléfono con el que de manera intrigante se comunica.
Y no podemos olvidarnos de que además en todo esto también hay tiempo para meter un pulpo, pero es que tampoco es plan de contar todo.
El dibujo es del bueno bueno, sencillo, limpio y con gran detalle, y el color es… yo creo que lo mejor. El uso de verdes, grises, azules y rojos es gloricioso. Te dan ganas de coger un lienzo y plagiar vilmente a Dell’Edera y Muerto aunque no tengas ni una puñetera noción básica de pintura.
La historia tiene algún toque de humor (la del director del colegio con James) que relaja la tensión y te planta una sonrisa cómplice en la cara, pero en general las páginas de Hay algo matando niños destilan una profunda tristeza sin regodearse en grandes dramas.
Buenos personajes (tanto James como Erica) de los que queremos saber más en futuros volúmenes, sobre todo del pasado un tanto oscuro de Erica, y una buena historia, no muy original en su punto de partida, pero sí en su desarrollo y ejecución.
Un cómic muy entretenido. Estoy deseando leer el segundo volumen.