Reseña del libro “Helena”, de Yannis Ritsos
En la necesaria revisión de la selección e interpretación patriarcal de los mitos, Yannis Ritsos juega un papel crucial. Acantilado publica otro de sus deliciosos monólogos. En este caso, quien toma la palabra es Helena en el último tramo de su vida. La misma editorial ha publicado ya sus versiones de las voces de Ismene, Fedra, Crisótemis y otros personajes masculinos como Áyax, Agamenón y Orestes.
Yannis Ritsos actualiza en esta interesante recreación a la heroína griega, célebre por su belleza y por su culpa, en las visiones más conservadoras y tradicionales. El poema recogido en su edición bilingüe transita la simbología de las distintas facetas femeninas: la mujer-hermana, la mujer-madre, la mujer-viuda, la mujer-amante, la mujer-tierra o la mujer-vida.
Helena fue publicado en 1970 y pertenece a los poemas de madurez del autor nacido a principios de siglo. En estos años, la dictadura de la Junta militar en Grecia condena al exilio a un Yannis Ritsos que encuentra en el mito una fuga o vía de escape para la penosa situación que vivía en tiempos de represión y censura. “Y los hombres, inocentes, / se hincaban en los ojos horquillas para el pelo, se / golpeaban la cabeza / contra el alto muro sabiendo, por supuesto, que el / muro ni se desploma / ni se agrieta, para ver por lo menos a través de una / rendija” (p. 55)
La estructura del poema sigue la misma pauta que otros. En esta ocasión Helena se dirige a un joven guerrero. El tiempo narrativo en el que se sitúa la voz es en esa revisión que la vejez permite si decides mirar atrás y evaluar los hechos que conforman tu experiencia. O en el caso de la “bella” Helena volver a calibrar lo que verdaderamente importa, pues la juventud y lo que los otros opinan, pasa y se olvida. Y todo lo bélico pierde su sentido, si es que alguna vez lo tuvo. “Poco a poco las cosas fueron perdiendo su / importancia, se vaciaron; pero / ¿acaso tuvieron importancia alguna vez? (…) / las palabras – / siempre huecas” (p. 17)
Así, mediante el recuerdo de la guerra de Troya y la fatalidad de los Atridas, Ritsos rememora el trágico destino de su familia. Helena junto con El regreso de Ifigenia, cierra el ciclo dedicado a esta guerra. El escenario del monólogo es un lugar indeterminado de Grecia, una mansión solitaria, habitada por Helena y sus sirvientas, con manifiestos signos de decadencia y abandono. Una ruina dice el texto, que se advierte ya desde lejos y es presentada con breves pinceladas en la acotación introductoria: los muros sin enlucir, las ventanas descoloridas, las rejas del balcón oxidadas, las cortinas hechas jirones, las plantas asilvestradas o los árboles sin podar. Todo apunta a la decadencia de la vejez con la proximidad de la muerte. Aunque ante el joven guerrero, Helena se sabe la única superviviente, que se ha liberado por fin del peso de los muertos. Cansada ya y con deseo de terminar su historia: “Tengo sueño – / quiero cerrar los ojos, / dormir, no ver ni fuera ni dentro, / olvidar / el miedo al sueño y el miedo al desvelo. No puedo / más” (p.79).