Para buena parte de los fans de los Beatles, Helter Skelter es solo una canción más de aquel gran álbum en cuya grabación las cosas comenzaron a torcerse—The White Album, considerado uno de los diez mejores de la historia para la revista Rolling Stone—. Acelerada y rabiosa, compuesta por McCartney en un momento en el que cada uno de los miembros de la banda empezaba a ir por libre y a experimentar nuevas formas de expresión, no deja de ser una canción sencilla (de tres acordes de guitarra) con una letra bastante pobre. Las alusiones al amor y a un tobogán en forma de espiral, sin embargo, fueron entendidas por Charles Manson como un mensaje en clave que le enviaba la banda para que iniciase una revolución racial que llevaba profetizando durante años. Un plan al que, como bien es sabido, Manson arrastró a decenas de jóvenes y que dejó un reguero de cadáveres brutalmente asesinados por el camino.
No cabe duda de que los asesinatos de Sharon Tate, Jay Sebring, Voytek Frykowski y Abigail Folger el 8 de agosto de 1969 y los de Leno y Rosemary LaBianca una noche después conmocionaron al mundo. Esto no se debió, como bien comenta Jordi Amat en el prólogo de Helter Skelter, ni al volumen de asesinatos (ha habido asesinos en serie mucho más prolíficos antes y después de Manson y su “Familia”) ni a la fama de las víctimas (Tate, mujer del director Roman Polanski y la más conocida de todas, era todavía una actriz emergente). Fueron la rareza de los crímenes y toda la mística que rodeaba a Manson y a su pseudofilosofía las claves de que, todavía hoy, cincuenta años después de los hechos y con su principal protagonista bajo tierra, sigamos no solo escalofriándonos, sino también interesándonos febrilmente cada vez que oímos que sale su nombre a relucir.
Bugliosi, coautor de este extenso libro, que fue publicado por primera vez en 1974, fue el fiscal encargado de defender al pueblo de Los Ángeles en los juicios contra los asesinos, y, de acuerdo con lo que narra, el artífice de demostrar el móvil de estas matanzas y cómo Manson consiguió que se perpetrasen sin tener que derramar personalmente ni una gota de sangre. No quiero desvelar demasiados detalles de la trama, ya que creo que, a pesar de tratarse de unos crímenes sobradamente conocidos, la mejor forma de acercarse a ellos es con la menor información previa posible. Así, uno puede ir construyendo el rompecabezas poco a poco, de la misma forma que lo hicieron los investigadores del caso, que, como narra Bugliosi, cometieron no pocos errores graves durante los primeros días de pesquisas.
La narración da comienzo el mismo día de los asesinatos, continúa con la fase de investigación, a la que siguen los juicios, y finaliza con un posfacio en el que, 25 años después de los crímenes, el fiscal da cuenta de la situación de cada uno de los involucrados. Y estos no son pocos; a pesar de haber vivido la mayor parte de sus días entre rejas, de medir poco más de metro y medio y de no tener aparentemente mucho que ofrecer al prójimo, Manson tenía unas dotes sociales sorprendentes. Hasta tal punto que, en una ocasión, el padre de una joven a la que había captado fue al rancho en el que vivía el falso mesías con la intención de matarle y acabó, a las pocas horas de conocerle, adorándole de rodillas.
Lo más escalofriante del relato son, sin duda, los testimonios de algunos de sus acólitos, quienes, incluso ya detenidos y enfrentándose a una posible sentencia a muerte, seguían protegiendo con uñas y dientes a aquel que tantas veces, sin decirlo explícitamente, se había hecho pasar por Jesucristo. Estos jóvenes, en su mayoría provenientes de familias de clase media-alta y con un pasado problemático, abrazaron con entusiasmo el popurrí esquizofrénico que les ofreció el melenudo ególatra: racismo, ultraviolencia, machismo, ecologismo… todo ello convenientemente maridado con dosis ingentes de amor, drogas y sexo, y mezclado con tal destreza que sus fieles, como se nos muestra de mil y una formas, eran capaces de vivir y de matar por él.
Helter Skelter, recientemente reeditado por la editorial Contra, podría, por su gran ritmo narrativo, su detallismo, su morbosidad… ser una gran novela negra, un thriller que poco o nada tendría que envidiar a los ideados por Agatha Christie o Philip Kerr. Y así sería de no ser, claro, porque los hechos que narra este excelente libro ocurrieron realmente en el 10050 de Cielo Drive cuando un eficaz y demoniaco embaucador decidió que había llegado el momento de desatar su particular Apocalipsis.
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