Reseña del libro “Hermanito”, de Ibrahima Balde y Amets Arzallus Antia
“Yo no querría hablarte más de estas cosas, porque cuando hablo empiezo a ver (…) Tú ahora estás aquí, escuchándome, pero yo estoy otra vez allí, dentro de mi carne, y cuando te lo cuento empiezo a vivirlo de nuevo” (p. 73). Ibrahima te cuenta su periplo desde África en una segunda persona del singular muy difícil de sostener narrativamente pero muy efectiva emocionalmente. Tú eres cualquiera de los que miran para otro lado o no quieren conocer historias como la de Hermanito.
Sin embargo, lejos de ser agresivo o acusador, Ibrahima, a través de la escritura fiel a su voz de Amets, cuenta su vivencia, su dolorosa experiencia desde Guinea hasta el País Vasco buscando a su Hermanito, Alhassane, que abandonó la casa de su madre, pues no veía futuro. Quieres creer que diriges tu vida, que las decisiones que marcan el ritmo y los lugares de tu existencia te pertenecen. Luego lees la historia de Ibrahima y recuerdas que no. Que la mayoría de la población va a la deriva. Que ninguna de las 144 personas que iban en una barca para 10 como mucho tomaban lo que tú considerarías un decisión “libre”.
Antes de enfrentarme a estas líneas, pensaba que iba a ser un drama. Una de esas historias con las que no paras de llorar desde la primera página. Lo que te cuenta Ibrahima no es para menos pero con sus datos precisos, las horas en las que se monta en el autobús, el dinero que le cuesta, su odisea adquiere un tono de extrañamiento cercano a la locura. Lo es. Es una locura que pase a diario, tan frecuente, tantas vidas, tanta violencia, tanto dolor. “Tenía dolor de cabeza en todo el cuerpo. Concretamente, dos dolores de cabeza. Uno, Alhassane, y dos, mi madre” (p. 98).
“¿Cómo puedo vivir con esta vida mía? (…) Así es la vida, y nunca puedes decir: yo sufro más que nadie” (p. 99). Mi bisabuela decía: “que no nos echen todo lo que podemos aguantar”. Y yo pienso de nuevo en Cortázar y sus “perras negras”. ¡Qué fácil es soltar esas palabras! Cuando el espíritu se revuelve y vuela, como dice Ibrahima, ya no se queda quieto. Contar su viaje, el sinsentido, las semanas soportando un dolor de muela y las semanas siguientes soportando la curación de una extracción brutal, ¿para qué?
Todos atravesamos bosques, mentales, laborales, emocionales. El día a día de la conciencia es complejo y el bienestar psicológico de la población atraviesa momentos de debilidad. Pero nada es comparable con cruzar el desierto sin papeles, ni comida, en continua alerta ante la amenaza de otros seres “inhumanos” contra tu integridad física y tu vida. Ibrahima tiene un horizonte que perseguir. Busca a su Hermanito, quiere hablar largo y tendido con él. No le pegará como hacía su padre. Confía en las palabras, las que se dicen con la boca y las de los ojos, como dice.
Sus rezos son un eje existencial que va perdiendo fuerza a medida que pasan las semanas. Su fe musulmana se va deteriorando en paralelo a los palos que va recibiendo, físicos y psicológicos. Sale de un país, de una cultura y de una familia creyente y practicante pero también le vas a acompañar en esa pérdida de capas, de hojas, de abrigo de creencias. Proporcionalmente, se van derrumbando las vigas racionales y espirituales que mantienen la fortaleza y voluntad de Ibrahima. Miles de kilós, como dice, que sus pies andan hasta inflamarse para reventar. El equivalente a varias “españas”, con muchos kilómetros de desierto y calor extremo, es lo que recorre sin recursos siguiendo la pista de su Hermanito.
Leer Hermanito abre muchas interrogaciones sobre la cotidianidad en esos campos de refugiados, que son centros comerciales de migrantes, dirigidos por la mafia, para completar el “programa” a Europa por 3000€ el pasaje. Si no conocías sobre esta realidad, si eres de los que aplauden las campañas de “quienes no deben ser ni siquiera nombrados”, que ensucian la dignidad de los menores, te recomiendo especialmente que leas la historia de Ibrahima.
Solo leer la reseña me estrujó las entrañas, ahorita no me siento capaz de leerlo pero oro por el Autor y su hermanito y todos los migrantes. Si me interesa leer otras reseñas.
Gloria Montaño