Hijos de hombres, de P.D. James
¿Cómo se imaginan el fin de la humanidad? ¿A lo grande, con bombo y platillo y banda de pífanos, como por ejemplo, aniquilados por una invasión de zombis, o por explosión de la Tierra o impacto de ésta con un meteorito gigante? Ésta parece la fantasía preferida por los libros, el cine y los videojuegos, pero no parece la opción más verosímil. Mucho más lo es el escenario distópico ideado por P.D. James: un día, los hombres y mujeres se dan cuenta de que ya no pueden reproducirse, de que ya no nacen más bebés. El sueño de muchas personas -poder practicar sexo sin temor a un embarazo- se ha cumplido, pero ha devenido pesadilla. Los seres humanos ya saben cuántas generaciones quedan hasta la que será la última, y se preparan, cada uno a su manera, para la despedida final.
La humanidad vive ahora en una especie de narcosis hedonista falsamente eufórica: la generación más joven ya tiene 25 años, no hay niños que cuidar, no hay responsabilidades familiares de peso, y tampoco hay sueños de posteridad cuando ésta se acaba a la vuelta de la esquina. Se debate qué hacer con museos, bibliotecas, universidades; qué hacer mientras haya personas sobre la faz de la tierra. Muchos ya imaginan cómo decaerán esas construcciones humanas cuando la Tierra sea dominio de los animales y de los vegetales. Mientras tanto, quien se consuela es porque no quiere: las mujeres de maternidad frustrada pasean muñecos en cochecitos y llevan gatitos a bautizar. Los pueblos y las ciudades menores se van despoblando paulatinamente en favor de las grandes urbes, que también ven su población diezmada. ¿Se imaginan un mundo así?
En ese mundo al borde de la muerte vive Theo Faron, profesor en Oxford, también él sumido en un modo de vida anestesiado, tratando de olvidar que nada de lo que haga o deje escrito tiene realmente mucha importancia, porque ya no hay trascendencia ni esperanza de que la haya. Aun así, Theo no parece totalmente desgraciado. Inglaterra languidece bajo el mando férreo de Xan Lyppiatt, llamado guardán de Inglaterra y, a la sazón, primo de Theo, con quien le une el recuerdo de una infancia cuya infelicidad compartieron ambos, pero del cual ahora está distanciado. Nuestro protagonista se nos da a conocer a través del diario que un buen día empieza a escribir: el día en que la persona más joven del mundo muere en una reyerta.
Hijos de hombres se ha vuelto a poner de moda gracias a la película de Alfonso Cuarón, a pesar de que el filme está inspirado en el libro de forma bastante liberal. Podemos adelantar ya -quienes hayan visto el filme, y muchos que no, ya lo saben- que en esta historia hay, sí, un embarazo y la promesa de una nueva esperanza para la humanidad. Pero este embarazo no se da a conocer hasta mediada la lectura. Y no hace falta, porque el relato de esa vida a punto de extinguirse es absolutamente fascinante, tanto por su morbidez como por las reflexiones que, partiendo de esa distopía, nos propone P.D. James, de la mano de su personaje, Theo. La narración es lenta, pero apenas si se nota, porque nos atrapa la fuerza de esas consideraciones, muy pertinentes y nada futuristas. Consideraciones -preguntas- acerca del sentido de la vida, de cómo afrontamos la senectud y la muerte, de qué hacemos con nuestras culpas pasadas y de qué manera éstas nos condicionan para con decisiones futuras de gran calado moral; acerca de la prepotencia natural de la juventud y de hasta dónde puede ésta llegar; acerca de las consecuencias de elegir un estilo de vida centrado en la satisfacción de las aspiraciones vitales superfluas; también, reflexiones sobre la eutanasia, sobre la maternidad y paternidad, sobre el papel del estado, sobre la sed de poder y de cómo a menudo se disfrazan deliberadamente ambiciones muy mundanas bajo una endeble pátina de superioridad moral…
La carga de reflexión, de introspección -la que lleva a cabo Theo y, de paso, el lector-, disminuye a medida que la acción toma protagonismo. Theo es abordado por Julian, una mujer miembro de un grupo secreto formado por cinco personas disconformes con el gobierno de Lyppiatt y con muchas de sus medidas, quien lo insta a hablar con su primo y proponerle un cambio en su modo de gobierno. La relación entre Theo y el grupo de disidentes sólo acaba de comenzar, y en un momento dado incluirá ese hecho aniquilador y a la vez esperanzador -pero muy peligroso para ellos- del milagroso embarazo.
Se dice -y la misma autora así lo confirmó- que Hijos de hombres es una especie de relato de la Natividad pasado por el tamiz de la ciencia-ficción. En concreto, P.D. James definió resumidamente su obra como “una fábula cristiana”. Las simbologías y las alusiones a la Biblia y a los fundamentos del credo cristiano son numerosas y, en efecto, hay un evidente subtexto a la historia que se nos cuenta. Pero, aun sin llegar a esa alegoría, el relato de esta peripecia y de estos personajes ya es lo bastante atractivo, y es interesante hacer notar que, de todos los personajes que se nos presentan, sólo uno es moralmente tan intachable como pueda serlo una persona; el resto, por mucho que enarbolen la bandera de la justicia, y por muy protagonistas que sean -motivo por el cual el lector tiende a empatizar con ese protagonista por el mero hecho de serlo, a dejarse llevar por él-, presentan sombras oscurísimas, empezando por el propio Theo, quien, a medida que avanza la narración, va tornándose más y más ambiguo, incluso reprobable.
Hijos de hombres concentra su fuerza y su principal atractivo en su primera mitad y, paradójicamente, se debilita algo cuando llega a su punto de inflexión -el primer embarazo en 25 años- hasta culminar en un desenlace que repara algo el declive. Con todo, en conjunto, es una fábula muy provocadora de considerable densidad filosófica.