Reseña del libro “Hijos de los hombres (Edición 30 aniversario)”, de P.D. James
La raza humana, tarde o temprano, se extinguirá. Tendemos a pensar que ocurrirá de forma abrupta. Un meteorito, cambios repentinos e inesperados en el clima o, en el mejor y más interesante de los casos, tras un encuentro con alienígenas. Este razonamiento, marcado por la potente maquinaria del cine hollywoodiense, está muy lejos de la visión real y científica. Las extinciones masivas ocurren de forma lenta, a lo largo de cientos o miles de años. De hecho, ya ha habido tres ocasiones en la historia que el ser humano ha estado al borde de la extinción. Somos gente dura, nos recuperamos de casi todo. Sobrevivimos con afán de transmitir nuestros genes así como nuestra cultura e historias. Nos aferramos a la vida con uñas y dientes. Pero, ¿y si no hubiera nadie a quien traspasar nuestros conocimientos? ¿Y si no hubiera una generación de reemplazo? ¿Y sí, simplemente, fuéramos conscientes de nuestra propia extinción? En 1992 la autora P.D. James planteó estas preguntas en un libro de ciencia ficción que, treinta años después y con una natalidad que por diversos factores cada año va a la baja, parece que fue el oscuro presagio de lo que nos aguardaba en el futuro.
Hijos de los hombres (ahora en su edición 30 aniversario publicada por Ediciones B) cuenta la historia de un hombre solitario en un mundo repleto de soledad. En la Tierra hace veinticinco años que no nace un niño. Así, una raza humana descreída e individualista, se enfrenta a su propia extinción mediante el hedonismo más acérrimo. Si el mundo se acaba que me pille entretenido. Como he comentado al principio, los lectores seremos guiados por este mundo donde ya no se oyen risas ni lloros de niños por un solo hombre. Primero a través de su diario: narración íntima para conocer mejor a Theo Faren; narración cercana para descubrir su pasado y su relación con Xan Lyppiat, el Guardián de Inglaterra, un despótico mandatario que dirige con mano de hierro el país. Luego, cuando tenemos al protagonista y su relación con ese desolado mundo esbozado, el narrador se torna omnisciente. Un grupo de disidentes entra en acción. Quieren cambiar las cosas. Quieren que Theo Faren se implique. Diario y narración en tercera persona se irán alternando para ir rellenando huecos, pensamientos, sentimientos y pasajes de esta historia de ciencia ficción costumbrista que se toma su tiempo para mostrar el día a día, las actividades más mundanas, de las personas que habitan en esa realidad distópica.
Hijos de los hombres, y gracias a esa narración calmada, lenta y casi de otra era (en ocasiones me pareció estar leyendo una novela de la época victoriana) invita a la reflexión. Mediante escenas algo más truculentas, como esa en la que somos testigos del Quietus (ceremonia en la que se ven implicadas las personas mayores y que es una forma brutal para hacer ahorrar dinero al contribuyente) o el uso que se hace de la isla de Man, la autora da un toque de atención al lector y nos hace recapacitar cuánto cuesta nuestro propio confort en una sociedad individual que decide no implicarse en temas sociales. Reflexiones sobre la condición humana y el abuso de poder se suceden en una historia que avanza a paso de caracol, que en ocasiones se torna monótona y que invita a la modorra, con unos personajes con los que no acabamos de empatizar del todo y con un protagonista sumamente cínico que relata su propia tragedia familiar como el que lee, a desgana, un libro de cocina.
A pesar de ese ambiente asfixiante de soledad que se te mete hasta por los poros de la piel, a pesar de unos personajes que rezuman hipocresía y desconfianza por el mundo, a pesar de una última y apática generación de jóvenes, Hijos de los hombres es sobre todo una novela sobre la esperanza, de cómo aparece en los lugares más insospechados, de cómo cambia la forma de pensar y de cómo, al final, consigue moldear la sociedad y el intrínseco tejido que da forma al mundo.