Hilda, de Marie NDiaye
Una fábula moderna, en forma de breve obra de teatro, sobre la relación entre el poderoso y el sometido.
Algunos conceptos, generalmente los más importantes, no precisan de grandes discursos para ser transmitidos. Es el caso de Hilda, una brevísima obra de teatro que puede leerse como un relato en apenas veinte minutos. Su argumento es básico: la relación entre dominante y dominado, entre poderoso y sometido. A partir de esta idea, sobre la que se han escrito multitud de libros, desde farragosos ensayos a dramas desgarradores, Marie NDiaye compuso una sencilla pieza teatral –tres personajes y menos de cien páginas, sin indicaciones, sólo diálogo– que, por su tono de fábula clásica, puede calar más en la conciencia del lector que los miles de páginas que han tratado el tema anteriormente.
La señora Lemarchand quiere contratar una sirvienta, pero no está dispuesta a conformarse con cualquiera. Está buscando a una chica trabajadora y disciplinada, eso queda por descontado, pero hay más requisitos. Tiene que ser francesa; la señora Lemarchand está harta de esas indolentes muchachas extrajeras. Necesita una mujer hermosa, ni flaca ni gorda, “que se preocupe de su aspecto. Mi sirvienta va a tener que ocuparse de mi casa y de mis hijos. ¿Cómo va a hacerlo como es debido si ni siquiera es capaz de vigilar su propio cuerpo?”. Debe ser despierta, elegante, discreta… la lista de exigencias es interminable.
La señora Lemarchand, que no es precisamente una persona pasiva, ya ha tomado una decisión: quiere a Hilda, la mujer de Frank, un carpintero que eventualmente se encarga de las reparaciones en la casa de los Lemarchand. Hilda nunca se ha dedicado al servicio doméstico y no está buscando trabajo, pero la señora Lemarchand ha investigado, ha decidido que Hilda es la persona que está buscando y se ha convencido de que necesita contratarla.
Tiene que tenerla en casa mañana mismo. Que no se preocupe, va a tratarla bien, aunque a cambio exige que se dé cuenta de la suerte que ha tenido entrando al servicio de un ama comprensiva y de izquierdas, que sabe lo que Hilda necesita mejor que ella misma. Va a educarla, van a ser amigas, va ponerla a su altura “aunque al fin y al cabo no sea más que una doméstica”. Va a quererla y a conseguir que ella la quiera, aunque para ello tenga que destruirla a ella y a los suyos.
Parece una exageración, ¿verdad? Ya les dije que la obra tiene un cierto aire de fábula, pero si se piensa bien, la exageración de Hilda es sólo formal, porque el comportamiento de la señora Lemarchand no dista tanto del de cualquier poderoso paternalista.
Lo curioso es que, desde la primera página, el carácter autoritario y mesiánico de la señora Lemarchand queda patente en sus propias palabras. Lo fácil hubiera sido ir desvelando las intenciones de la señora Lemarchand poco a poco, creando tensión, buscando la identificación del lector con Hilda. Marie NDiaye habría escrito, probablemente, una gran novela. Pero ha preferido concentrar toda la intensidad de la historia en unas pocas páginas, desvelar las reglas del juego desde el inicio de la partida y dejar a Hilda fuera del desigual enfrentamiento entre la señora Lemarchand y Frank por poseerla. Lo que pretende la autora, en realidad, no es narrar el drama de Hilda, sino componer una fábula moderna sobre el poder y la manipulación.
Para reforzar la idea, Hilda no aparece en escena en ningún momento; ni tan siquiera se la escucha hablar, a pesar de ser el personaje que da título a la obra y alrededor del cual gira el argumento y los diálogos. ¿Cómo podría hablar si le han arrebatado todo, hasta la voz?
Marie NDiaye es una de las escritoras más valoradas en Francia. Con menos de cuarenta y cinco años ya ha recibido el premio Femina en 2001, por su novela Rosie Carpe y el prestigioso premio Goncourt en 2009 por Tres mujeres fuertes.
No me extraña; Hilda me atrapó desde la primera página, devoré el libro fascinado ante el espectáculo del diálogo tenso, inverosímil en la forma y cruelmente real en el contenido, entre la señora Lemarchand y Franck. Y no crean que me liberó cuando lo terminé; es de esos libros a los que uno se queda dando vueltas y vueltas. No tengo dudas de que tarde o temprano leeré más libros suyos.
Por desgracia, es muy fácil extrapolar la historia de Hilda más allá de la relación entre amo y criado. Por todas partes encontramos personajes que, en nombre de algún ideal elevado –la democracia, la salvación del alma, la dignidad de la patria–, se arrogan el derecho de decidir por los demás, ya que saben mejor que sus súbditos, que sus empleados, que sus seguidores qué es lo que a estos les conviene. ¿Cómo van a reparar en medios para conseguir sus objetivos, si todo lo hacen por nuestro bien, incluso cuando nos hacen daño? Pobres de nosotros, una sociedad de Hildas, en manos de un puñado de señoras Lemarchand.
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
Llevo mucho tiempo, años ya, sin leer teatro. Y Hilda parece una obra ideal para retornar a este género. Ese tono de denuncia me llama mucho. Apuntada queda la recomendación.
Besotes!!!
es teatro…no es larga…¿cómo no apuntársela? la verdad es que este género lo tengo muy descuidado…me quedé pensando en eso de ¿cómo va a cuidar de mi casa si no cuida de sí misma? ¡que manera de juzgar un libro por su cubierta ehh!
No suelo leer teatro, pero si se lee en 20 minutos y es genial, y a eso le sumás que tu reseña engancha… Allá voy!!!! Saludos!
Sí, Hilda es ideal para retomar o iniciarse en el género, porque está a medio camino: es teatro pero se lee como un cuento.
Además es una obra que mucho, mucho que pensar sonre nuestra sociedad.
Muchas gracias, Margarita, Ale y Roberto por vuestros comentarios.
¡Hola, Javier!¿Qué tal? Pues yo también tomo nota de la autora y del libro, aunque lamento que se lea tan rápido, cuando una lectura me gusta me da pena terminarla, intentaré paladear cada frase para estirarlo un poquito… Un abrazo, que pases un estupendo verano, Susana.