Se titula Historia a pie de calle, pero podría perfectamente haberse titulado Historia viva. Servidor, que ya peina unas cuantas canas, vivió muchas de las historias que conforman este libro, y aquéllas que no, siguen vivas en el recuerdo de mi señora madre. Y allí donde su memoria no llegue, sí lo hará la de muchos de vuestros abuelos. Y ahí para de contar, porque insisto, aquí no hay carlistas ni guerras de Marruecos: esto es historia viva.
La generación a la que pertenezco se ha entregado en cuerpo y alma a la nostalgia, y el fenómeno de alguna página web ha dado lugar a un auténtico bombazo editorial. Pero Historia a pie de calle va bastante más allá de la mera nostalgia y el buen rollo. Nuestra historia reciente comprende ocho décadas, algunas más alegres y prósperas que otras, otras más duras y grises que algunas, y este libro les hace a todas un somero a la vez que completo repaso, recordando nuestras efimeras glorias, sin escatimar los momentos de dolor.
Son del siglo pasado, sí, pero muchos de estos recuerdos parecen aún más lejanos en el tiempo. Y si no, decidme: ¿cuándo terminaron las emisiones del programa de Elena Francis? 1984. ¿Y el NO-DO? 1981. ¿Cuándo dejó de publicarse El Caso? Agárrate, lorito: en 1997.
Sería un error, no obstante, pensar que este libro se limita a entretener, que lo hace y mucho, y a dejarnos en el pecho un suspiro de uf, parece que fue ayer o jo, parece que hace siglos. De lectura fácil accesible y enromemente amena, Historia a pie de calle, ante todo, informa, y además, algo más que meritorio en estos tiempos que corren, lo hace sin recurrir a los tópicos manidos y casi inevitables en los que, por aquello del qué dirán, tantos cronistas se ven obligados a incurrir al recordar los momentos más espinosos de nuestra historia. Y el que quiera entender, que entienda.
Alberto de Frutos ha dividido el libro en seis periodos históricos que, a su vez, están compuestos de pequeños artículos o crónicas. Los de mi generación, desde luego, disfrutaremos con los dedicados a la movida madrileña o el mundial de España, pero, como señalaba antes, no todo ha de ser buen rollo, y de Frutos hace muy bien al recordar episodios tan tristes como el aceite de colza o los años más sangrientos de ETA. Y al lado de estos artículos, digámoslo así, inevitables, también hay otros de gran interés para ver de dónde venimos, como los dedicados al inicio del programa Erasmus, a la huelga general del 88, o a la capacidad de superviviencia del dinosaurio falangista durante todo el periodo de la transición.
Personalmente, sin embargo, y como aprender me gusta todavía más que revolcarme en la nostalgia, he disfrutado sobre todo con el retrato de aquella España en la que crecieron mis padres y abuelos, la de la República, la guerra, la posguerra, el Auxilio Social, el nacimiento de El Corte Inglés, las primeras quinielas, la mariquita Pérez con la que jugaba mi madre o las coplas que tarareaba mi abuela.
Hay muchos libros sobre nuestra historia reciente, pero pocos se dejan leer tan bien como Historia a pie de calle.