De un tiempo a esta parte estoy escribiendo diversas reseñas dirigidas al teatro. A medio camino entre capricho y estudio, leer teatro se ha convertido en una necesidad para mí. Y digo bien, leer, aunque sea un género concebido para verse representado sobre las tablas. Me gusta mucho acudir al teatro, por supuesto, pero las posibilidades que ofrece tener el texto escrito y poder regocijarte en cada una de las acotaciones que el dramaturgo indica, con sus entradas y salidas de los actores, imaginar la música, ya sea por referencias a canciones o por simples efectos sonoros, notar los cambios de registros con los diálogos de cada personaje y demás detalles que puedes explorar con el texto son cosas que a veces se escapan en la representación.
El teatro, tan antiguo como la propia literatura, tan diverso en cada una de sus épocas, tan especial en todas ellas, está repleto de interesantísimas historias que lo han ido conformando hasta lo que hoy vemos representado en muchas salas de nuestras ciudades. Toda esa historia, que se adivina inabarcable, necesita de unos buenos maestros capaces de compilar, de intentar acercar al lector y amante de este arte, toda la información posible para conocer mucho mejor las capacidades de este gigante género. Y dos grandes maestros de los que podemos presumir enormemente en España son César Oliva y Francisco Torres Monreal, creadores de esta indispensable Historia básica del arte escénico.
De obligatoria lectura en toda escuela de arte dramático, ambos investigadores van a realizar un repaso esencial del arte escénico desde sus orígenes hasta la actualidad, destacando los distintos movimientos, características, temas y autores de cada etapa teatral. El apelativo de maestros que yo les doy no es gratuito, ni mucho menos. Conseguir acometer tamaña empresa en un tomo de unas quinientas páginas y no perder detalle esencial de nada está solo a la altura de los mejores divulgadores. Sus explicaciones, la estructura diacrónica de contenidos y la elección de textos o fragmentos para su análisis hacen de esta obra un libro indispensable en cualquier estantería de aquel que disfrute del teatro.
La editorial Cátedra es sinónimo de calidad en cuanto a la edición de sus volúmenes de estudios literarios. No son pocos los que ya colecciono en mi biblioteca particular y estoy seguro de que seguirá creciendo en número. Apenas me puedo considerar un sencillo aprendiz de todo y, desde que comencé a asistir a clases de literatura en la universidad, ansío encontrar divulgadores que propicien el deleite de todo aquello que pretenden enseñar. Muchos de esos maestros también los he encontrado en los libros: Ignacio Arellano, Montserrat Escartín Gual, Harold Bloom, Francisco Rico, Bertolt Brecht, Terry Eagleton o los propios autores de esta Historia del arte escénico, César Oliva y Francisco Torres Monreal. Son gracias a libros como este por los que uno aprecia la labor de todos estos grandes divulgadores capaces de ampliar nuestro conocimiento y hacernos disfrutar con ello.
Repasada la Historia básica del arte escénico no sabría muy bien con qué etapa quedarme. La del Siglo de Oro resulta de lo más atractiva, interesante y apasionante, llena de mosqueteros que pronto tiraban de hortalizas arrojadizas si la obra era mala; el siglo XX da la impresión de ser una etapa de constante y velocísima evolución, lo que aporta mayor vitalidad a la escena teatral; la Commedia dell’arte italiana, el teatro inglés, el francés o el español, todos llenos de interés por unos u otros temas. ¿Por qué elegir pudiendo disfrutar de todo? Hagamos cada uno, por tanto, un mínimo ejercicio de selección de aquellas obras que, por cualesquiera motivos, consideramos básicas de la escena teatral. He aquí mis aportaciones, de las más actuales a las más clásicas:
Un día cualquiera, de Dario Fo y Franca Rame. Un monólogo de lo más interesante de una mujer que decide suicidarse y a la que le ocurren todo tipo de sucesos surrealistas que se lo impiden. Nunca he llegado a verla representada, pero fueron tales el divertimento y reflexión que me produjo leerla que me pareció perfecta de principio a fin.
Bodas de sangre, creo que sobra citar la autoría, porque simplemente me parece una obra suprema.
Seis personajes en busca de autor, de Pirandello. El término pirandelliano en Italia no solo se emplea para hacer relación a este autor, es un modo de pensar el mundo. Y esta obra da una vuelta al modo de entender el teatro, la autoría, el personaje creado. Gigante.
El misántropo, de Molière. Leer las duras acusaciones de Alcestes a su esposa Celimena, expresando su odio hacia el género humano o la idea fantasiosa de lo que entiende por el amor perfecto, basado en que ella sea solo suya y de nadie más, pone los pelos de punta.
Arlecchino servitore di due padroni, de Carlo Goldoni. Tuve el privilegio de verla representada en el Teatro de la Comedia de Madrid por la compañía Piccolo Teatro di Milano. Con Goldoni se cierra la Commedia dell’arte. El arte de la improvisación, la importancia de las máscaras, el divertimento del teatro en su estado más puro.
El viejo celoso, entremés de Cervantes. El ejemplo moralizante que da Cervantes a cada uno de los personajes, el simbolismo que representan y el acto de censura que realiza de su propia obra para, entre otras cosas, evitar poner en evidencia a la reina Isabel, pone este entremés como un ejercicio de modernidad que hoy sigue siendo de un valor interesantísimo. Al menos, a mí me lo parece.
Hamlet. Sí, es lo más, y todo cuanto intente decir para elevar más su ya de por sí elevadísima calidad no serán más que «palabras, palabras, palabras».
Edipo rey, de Sófocles. La primera obra de género policíaco que instauró el canon. Modernidad en la Grecia clásica y el ejemplo del que se vale Aristóteles en su Poética. Una auténtica maravilla verla representada en el Festival Clásico de Mérida.
Ahora os toca a vosotros, proponed una historia básica del arte escénico.
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