Historia de amor sin título, de Rubén Ochandiano
Imagina. Imagina estar en un pasillo, en uno lo suficientemente largo como para que no aprecies bien el final. Tú quieto, en medio, y la gente pasando a tu lado, caminando desde la entrada a la salida, y así sucesivamente. En esa quietud tú cierras los ojos, y puedes verlo, lo sientes. Observas a la persona que fuiste, a la que no quisiste ser, a la que te dijeron que tenías que ser. Y la gente sigue su curso, pero tú estás parado, como anclado al suelo, a esas baldosas que ahora son la tierra por donde pisas. Abres los ojos y ya no estás en la realidad, es otra cosa, es algo distinto, como una pequeña historia de amor a la que no sabes ponerle nombre ni lugar. Vuelves a cerrar los ojos, fuerte, casi te haces daño, y vuelves a ver a esa persona, al amor que todo lo puede, que te da la vida, que te la quita en un segundo, y al abrir los ojos te das cuenta, lo notas. Nada ha sido real, pero tú lo has vivido como tal. Historia de amor sin título es ese pasillo, es ese recodo donde los sueños corren a esconderse y donde la vida, con todo el puñetazo que puede dar, se muestra tal como es, con sus mentiras y sus verdades, con las palabras que se prestan al silencio, con las puertas abiertas y cerradas de los armarios que guardan los secretos que nunca dijimos. Es una historia de amor, que en realidad no lo es, o que lo es porque nosotros la hemos creado, la hemos pensado, la hemos sentido. Después, cuando abramos los ojos de nuevo, nos daremos cuenta. Lo que vivimos es lo que sentimos. Las emociones son nuestras dueñas y, las palabras, no servirán de nada en un mundo lleno de silencios que lo significan todo.
Mario está ingresado en un psiquiátrico. Berta recibe el encargo de contar su historia. Así, sumando toda la información junto con las entrevistas a los implicados, se irá desgranando una historia de amor que se creó en un cuerpo y que explotó influyendo en todos. ¿Qué es el amor, sino una bomba a punto de estallar?
Eran las 4:00 a.m., y yo no podía dejar de leer. No podía, necesitaba esa dosis de lectura, ese sólo una página más que tantas veces ocurre cuando una historia te atrapa. No lo entendía. Mi cuerpo tenía sueño, mi mente empezaba a abotargarse, pero Rubén Ochandiano conseguía que mis sentidos se mantuvieran intactos, que todos y cada uno de ellos se fijaran en su novela y yo tuviera que seguir leyendo. Historia de amor sin título es algo extraño. Imaginaos una historia que crees que irá encaminada de una manera, que será una lectura de las sencillas, de las que los ojos pasan por sus letras y uno se acostumbra a los personajes. Pero no, no lo es. Es algo más. Es todo, quizá dentro de la nada que nos abarca muchas veces, pero en todo caso resultan curiosos los sentimientos que afloran cuando el lector huye de la realidad y se refugia en sus letras. Una desesperación, la empatía de sentir que Mario, su protagonista, sólo luchaba por lo que él creía de verdad, el entendimiento, el ir de la mano, cogido de un fantasma, de un espíritu que deviene en maligno tiempo después, aunque nosotros no nos demos cuenta, y de rechazo, ante el sistema que dice protegernos pero que sólo nos echa a los leones cuando nos diferenciamos. Es un paisaje tan vivo, tan directo, tan certero como los cuchillos que se clavan en la oscuridad, que uno siente cierto dolor al cerrar el libro, al terminarlo, al pensar en todo lo que ha sentido, porque en el dolor, junto al amor, están las verdaderas necesidades de los seres humanos. Dos extremos de, quizás, una misma línea.
Eran las 4:00 a.m., y yo seguía dándole vueltas a un posible rumbo que tomar en mi vida. Rubén Ochandiano no firma una novela, sino que firma en parte la vida, la que se esconde como en el juego de la infancia, la que aprieta pero no ahoga, sólo por diversión, por vernos sudar y renunciar a todo lo que nos estaba escrito. Supone un grito, fuerte, rudo, desde el estómago, a toda esa verdad que nadie quiere decir, que nadie dice, o que callan por miedo. ¿Estamos locos o sólo nos dejamos llevar? He cerrado los ojos, durante un segundo, quizás un poco más, para poder terminar esta reseña. Y en el fondo, aunque no haya aparecido físicamente, una lágrima se quedado en algún lugar, esperando el momento justo de aparecer y anegarlo todo. Porque en esa lágrimas, como en Historia de amor sin título nos encontramos con que en el mundo, como en nuestro cuerpo, hay demasiadas contradicciones y demasiados amores que, sin ser comprendidos, siguen siendo reales.