Hace cuatro años que descubrí a Mónica Ojeda, ya he leído tres de sus obras, y no exagero si digo que es una de las voces más interesantes que ha dado la literatura en la última década. Es obvio que no he leído a todos los autores que han surgido en estos diez años (qué más quisiera yo), pero Mónica Ojeda tiene ese algo fuera de lo común que se detecta con tan solo leer unas páginas.
Nefando, su primera novela, es una de las lecturas que más me han impactado en mi vida y que nunca me cansaré de recomendar. Con Mandíbula, la segunda, me confirmó que le queda muchísimo por decir. Y hasta tal punto llega mi devoción por esta autora que me he animado a leer Historia de la leche, que es poesía, un género en el que rara vez me adentro.
He leído tan poca poesía que hasta me da reparo reseñar Historia de la leche. Quizá, mis compañeras Victoria Mera o Ana Segarra, lectoras de poesía y hasta autoras de poemarios, lo harían mucho mejor que yo, pero creo que también es interesante conocer mi punto de vista, por si sirve para derribar los miedos o prejuicios de los poco habituados a este género.
Historia de la leche comienza con un excelente prólogo de Daniela Alcívar Bellolio, que disecciona lo que nos vamos a encontrar en las siguientes ciento veintiuna páginas. El título de la obra ya deja entrever que, igual que hizo en Mandíbula, Mónica Ojeda se adentra en las relaciones femeninas y familiares y, especialmente, en la figura de la madre, que, como Daniela Alcívar Bellolio señala, es «violenta y amorosa —amorosamente violenta—, (…) presencia total, omnisciente, capaz de todo, la ternura y el naufragio, la salvación y la condena…».
En Historia de la leche, la tríada bíblica de Dios, Caín y Abel se transforma en una tríada femenina, donde una hermana mata a otra para luchar por el amor de la madre. Y la que toma la palabra es la asesina, que habla a su hermana muerta y a su madre, regodeándose en la culpa, en el crimen y en el amor que la llevó a él, y pone de relieve la destrucción como una forma de creación.
Como es habitual en las obras de Ojeda, la violencia lo impregna todo, pero también la belleza. Esta mezcla, que a primera vista parece incongruente, de la mano de esta autora no solo es posible, sino arrebatadora. Cada verso está repleto de simbolismos, y aunque estoy lejos de entender cada uno de ellos, han logrado conmoverme, pues la capacidad expresiva de Mónica Ojeda es abrumadora.
Hay quienes dicen que Historia de la leche es un poema largo, mientras que otros aseguran que es una novela poética. Independientemente de la etiqueta que se le ponga, creo que es una excelente obra para atreverse con este género y, sobre todo, para descubrir o redescubrir a Mónica Ojeda, una de esas autoras que jamás deja indiferente, ya sea en narrativa o en verso.