Huck Finn: la novela gráfica, de Olivia Vieweg
Todo comienza, siempre, con un aviso. En este caso, será el siguiente para todos aquellos que abran esta novela gráfica por primera vez. Las personas que intenten encontrar un motivo en esta historia serán procesadas. Las personas que intenten encontrar una moraleja serán desterradas. Las personas que intenten descubrir una trama, serán fusiladas. Si uno llamara a las puertas del infierno y pretendiera no encontrarse con el cancerbero, sería como abrir este libro, Huck Finn, y pretender que una visita a un clásico desde otra perspectiva no tuviera ningún tipo de interés. Por si no se había entendido, esto significa que entrar de lleno en esta historia con prejuicios no deja de ser absurdo y contener en sus palabras, en sus argumentaciones más variopintas, la estrechez de mente más difícil de llevar por la vida. Si después de estas palabras decidís que abrirlo merece la pena, descubriréis que aquello de lo que nos avisaban al principio es tan cierto como que las heridas acaban convertidas en pequeñas muescas en nuestro cuerpo, y que hay historias que, por mucho que pase el tiempo, por mucho que las épocas cambien y se intente dar una nueva visión a lo que ya conocemos, siempre nos harán supurar ese líquido que, cuando un pequeño corte hace acto de presencia, nos hace entender que ya está empezando a cicatrizar. Porque en ello nos veremos inmersos. En las heridas de un niño y una niña que, durante un viaje, decidieron que sus heridas eran lo suficientemente importantes como para buscar un sitio donde nadie tuviera que decirles cómo limpiárselas.
Uno de los lugares comunes que se visitan al hablar de esta obra, es su origen, esa novela de Mark Twain que supuso uno de los máximos exponentes de las novelas estadounidenses, y que convirtió a Las aventuras de Huckleberry Finn en un clásico moderno y en una de las novelas de aventuras más carismáticas de los últimos siglos. Pero los lugares comunes acaban aburriendo, y yo he venido a hablar de Huck Finn que siendo en su fondo la misma historia, en sus formas se trata de algo diferente, de un argumento que transforma el texto para llevarnos por otros lugares, por otro tipo de vivencias, convirtiendo un clásico, en una nueva historia, en un mundo completamente paralelo al que ya conocíamos. Porque donde había maneras propias de otra época, ahora nos encontramos con unos niños que, sin casa, sin un futuro aparente, y con un pasado que supone un peso enorme a las espaldas, transformarán sus heridas internas en una aventura que poco tiene de idílica y mucho de huida, de viaje sin retorno a un lugar que ya habían olvidado y que compartirán cuando la ausencia de lo conocido hunda su cuchillo y vuelva a hacer sangrar esas pequeñas cicatrices que habían ido formándose.
Plantear una nueva visión de un clásico siempre es peligroso. Se corre el riesgo de exacerbar las iras de los seguidores más vehementes de la obra original, y a la vez se tienta a la suerte de caer en una especie de fotocopia que resulte falsa y carente de sentido. Huck Finn no cae en los errores de novatos que se creen ya maestros, sino que nos invita a descubrir cómo la vida de este nuevo niño al que ya habíamos puesto cara desde el principio, es la mayor de las aventuras posibles. La infancia, la juventud, la adolescencia, el querer evitar el dolor y correr cuando el mismo demonio nos persigue. Y la esclavitud, de otro tipo, mucho más actual, que convierte a una chica en un trozo de carne. Pero por encima de todo la amistad, que es una de las lanzas de la obra de Olivia Vieweg y que planea a través de todas las imágenes y del texto, que convertido en una especie de vehículo ultrasónico, transforma una balsa en una historia que camina río abajo, o río arriba, en cualquier dirección, mientras la realidad va cayendo como el sol al atardecer, escondiéndose detrás de los gigantes edificios, mientras los lobos van saliendo de sus guaridas y van dispuestos a comerse a cualquier de nosotros. Una historia nueva, donde una historia clásica había convivido con el tiempo y muchas generaciones. Una visión de lo que la realidad impone, por mucho que pretendamos huir de ella.