Reseña del libro “Huesos de sol”, de Mike McCormack
Johnny Carter, trasunto del gran saxofonista Charlie Parker en el famoso relato El perseguidor de Julio Cortázar, le cuenta en un determinado pasaje del texto a su amigo y crítico musical Bruno Testa que un día, de repente, mientras viajaba en el metro de París, el tiempo se desdobló en dos y pudo volver a vivir espacio-temporalmente una parte muy concreta de su vida pasada justo desde aquel tren, en lo que dura el viaje desde Saint Michelle hasta Saint-Germain-des-Prés. Es decir, un par de minutos, quizás tres. Carter paseando por las calles del barrio con los amigos o dando vueltas alrededor de su chica de entonces, asombrado de lo bien que le queda aquel vestido nuevo. Y su madre, recitando de memoria esa conocida oración que utilizaba para rezar por él y por su padre, o el propio Carter otra vez, tocando aquel famoso tema junto a los muchachos de la banda de entonces, esos acordes que vienen a su cabeza uno tras otro y que interpretaban los músicos callejeros por aquel entonces.
Y todo en unos ciento veinte segundos de eso que dicen que es la realidad.
¿O puede que estén equivocados?
Sobre este maravilloso fenómeno se han escrito muchas teorías científicas que aquí y ahora nos importan más bien poco, y aunque también podríamos hablar de Huesos de sol desde la manida (y sosaina, no me diga usted que no) premisa de la famosa magdalena de Proust, yo he preferido enfocar esta fantástica novela de Mike McCormack, llena de estilo, de reflexión y de poesía, desde ese otro cuestionamiento al que me llevó el bueno de Cortázar:
¿De verdad ocurrió todo tal y como yo lo recuerdo?
¿Por qué lo recuerdo así y no de otra forma?
Y por tanto, ¿cuánto de real tiene el tiempo, el mundo en el que vivo?
¿Es el pasado el que crea y configura el presente, o es al contrario?
Y de ser asi, ¿qué coño es el futuro?
Buenos pues pajas mentales mías aparte, digamos que Marcus Conway, ingeniero irlandés de unos cincuenta años, realiza este involuntario y profundísimo viaje a la memoria y a sí mismo en la fría mañana de un 2 de noviembre, día de los Difuntos, en la que, solo en casa y sentado en la mesa de la cocina, extrañamente ocioso, hojea el periódico del día y disfruta de un vaso de leche. A la vez, y desde el otro lado de la valla de la casa (que es, metafóricamente, ese otro lado del tiempo y el espacio), el lejano sonido de las campanas de la iglesia del pueblo tocando el Ángelus le hipnotiza y le transporta sin remedio, como al bueno de Johnny Carter, a esa otra dimensión del tiempo que está dirigida totalmente por la memoria y las emociones. A ese lugar elástico, el del tiempo ficticio, el de la imaginación y el pensamiento. El lugar de la literatura.
Con una forma de escribir que viene a reproducir la simultaneidad y el caos de los recuerdos y pensamientos que se van sucediendo en la mente del protagonista (sin duda, uno de los elementos más singulares y atractivos de esta novela en cuanto a su estructura y composición), McCormack nos presenta en Huesos de sol a un personaje muy común, muy de nuestro tiempo, un profesional liberal (ingeniero civil, en este caso) de clase media, de padres humildes, casado y con dos hijos, que reflexiona en mitad del camino sobre quién es en realidad y qué ha pasado con su vida. Sobre el material del que está hecho ese hilo de tiempo personal, invisible, que ha unido todas y cada una de las obras (físicas o no) en las que ha participado, todas las que ha diseñado y que han servido, a su vez, para hacer avanzar el tiempo y la forma de los que tiene alrededor y de aquel lugar al que pertenece, en esa zona concreta de Irlanda y del mundo.
Y entremedias de esta reconstrucción del pasado, reconocemos también el mundo alocado, corrupto, insano y en crisis de hoy e, incluso, podemos vislumbrar el devenir oscuro del mañana, y que no es otra cosa que la misma muerte. Las luchas generacionales o los secretos y los silenciados reproches de la vida matrimonial. Las pequeñas (o grandes) alienaciones en las que vive el hombre moderno, las contradicciones que nos hacen zozobrar, sean estas voluntarias o no y la comprobación, siempre al final del viaje, de aquella hipótesis que un día cualquiera hemos llegado a intuir: que todos estamos solos.
Pero que muy solos.
Huesos de sol.
No se olvide.
Que argumento más interesante. Gracias por mostrar la novela, no la conocía. Me la apunto
Sí, es una novela interesante. Una reflexión lúcida sobre la mediana edad, que no es un tema nuevo en realidad, pero que está escrito con un estilo muy creativo y personal que es lo que le da mucha personalidad a la novela. Espero que te guste! Y gracias por tus comentarios!