Huesos en el jardín, de Henning Mankell
Cuando hace tres o cuatro años (o más) me dio por leer algo de Mankell buscando buena literatura negra no me equivoqué. No sabía que Asesinos sin rostro iba a ser el primero de los muchos y buenos libros que devoraría del escritor. Me vicié con la serie del detective Kurt Wallander y su colección (esa de Tusquets que lleva en el lomo de cada libro una de las letras del apellido del policía —ver foto—), cayó en un pispás. Después de eso en mis lecturas hubo otros títulos: El chino, El retorno del profesor de baile,… en los que Mankell no incluía a su querido inspector Wallander, pero que eran igual de buenos, absorbentes y entretenidos.
Y como la vida es eso que a algunos les gusta decir, “lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”, pasa lo que pasa y las lecturas vienen y van y se cruzan y desplazan a lecturas programadas y aplazadas, se amontonan en la pila física y mental que cada lector tiene… y terminas aparcando a Mankell.
Por eso no he podido leer todavía El hombre inquieto. Pero, por una vez, estoy de suerte, ya que el presente Huesos en el jardín se sitúa cronológicamente después de Antes de que hiele y antes de El hombre inquieto. (Por cierto, no hay que olvidar que los libros pueden leerse con independencia del orden y que este solo es importante si queremos observar la evolución del personaje en sí mismo y de los que le rodean. Las tramas policíacas son autónomas, cada libro un asesinato que resolver —o varios—).
¿Y qué tenemos aquí? Pues no es uno de los tochos, en el buen sentido, a los que el sueco nos tiene acostumbrados. Como él mismo explica, este libro lo escribió en 2003 para sus lectores holandeses. Cuando la BBC se inspiró en él para incluirlo en la serie de Kenneth Branagh Mankell vio la posibilidad de publicar de nuevo este libro que no había visto la luz en ningún otro idioma.
Vale, la trama: Wallander lleva varios libros queriendo dejar su piso de Mariagatan y encontrar una casa en el campo, lejos de la ciudad, y un perro a juego al que poder contarle sus cuitas. Un domingo Martinsson, su colega, le deja las llaves de la casa de un primo de su mujer, que podría ser lo que el inspector estaba buscando. La casa está algo dejada, pero Wallander, ya in situ, se ilusiona con ella y en su cabeza comienza a tirar tabiques, a cambiar la instalación eléctrica… Vamos, que está casi convencido de su compra. Cuando se dirige al coche tropieza con algo en el jardín: los huesos de una mano. Comienza así un nuevo caso para nuestro inspector y una investigación que no será nada fácil ya que los huesos que encuentran los técnicos llevan más de cincuenta años enterrados…
Mankell siempre ha tenido en cuenta la sociedad sueca en sus libros. Los cambios sociales, las minorías étnicas, los conflictos raciales, crisis económicas, el paro… y en esta ocasión no iba a ser menos, aunque por la situación por la que transcurre esta novela, y por la extensión, se toca bastante por encima.
Por otra parte, su creación, Wallander, es un personaje palpable. Es verosímil, humano, creíble (tiene diabetes, está separado, una hija con la que discute…). Como nosotros. Es alguien que te puedes creer y con quien puedes identificarte, así que pueden leerse sus historias como diarios de una investigación alternos con hechos de su vida privada. Si no fuera porque sabemos que es un personaje inventado diríamos que existe. (De hecho, yo no he visto la serie de tv., pero cuando leo la cara que le pongo es la del propio Mankell).
En Huesos en el jardín he visto, o más bien he sentido, a un Wallander algo huraño y arisco, resentido, de mal humor y con tendencia a cabrearse con facilidad aunque no llegue a exteriorizarlo y sin llegar a tener del todo claro el motivo. Como si tuviera uno de esos días en los que te sientes raro sin saber porqué. Igual. También lo he notado nostálgico, recordando de vez en cuando a su padre muerto. Discutía con él, pero lo echa de menos. Y tambíen le he visto con miedo. Miedo a envejecer y verse solo como algunos de los personajes con los que se cruza en este libro.
Lo dicho. Una ficción literaria a la que Mankell sabe y ha sabido dar cuerpo y alma humana a lo largo del tiempo.
Sobre el argumento, como siempre, no puedo decir mucho. Quien haya leído alguno de estas novelas sabe que para resolver la investigación hacen falta pistas, pistas falsas que no llevan a ninguna parte, estancamientos, entrevistas con testigos… y alguna que otra vez una pizca de suerte o azar. Pues eso también pasa aquí. El equipo del inspector irá tirando del hilo y poco a poco avanzará el caso.
Huesos en el jardín no es otro libro de Mankell; es el último. El autor asegura que ya no habrá más relatos protagonizados por Wallander, —aunque no cierra las puertas a que lo haga su hija. Lo he disfrutado mucho, pero también poco. Mucho porque me encanta lo que cuenta Mankell y cómo lo cuenta. Poco, porque es un libro muy muy cortito que se lee en cero coma…
Es un pequeño gran libro muy recomendable, tanto para wallandermaníacos y completistas como para el resto. No os defraudará.