Reseña del libro “Huéspedes de la nación y otros relatos”, de Frank O’Connor
Creo recordar que ya hemos comentado por aquí en alguna ocasión que Irlanda, me refiero a la literatura irlandesa que está más allá (o más acá) de los manoseados Wilde, Yeats, Joyce o Beckett de turno, es una puta maravilla. Y esto no solo lo digo yo (que no hago otra que pensar en ti / por agradarte / y para que se sepa) sino que lo dice la gente que sabe “mucho” de esto y que además cobra por decirlo. Esa (gente) que (se) hace la lista, usted ya me entiende. Y yo, que tampoco es que sea un auténtico zopenco en estas cosas (aunque nunca lea a J. M.), sí suelo pasearme por aquellos lares literarios y sus acantilados un par de veces o tres (o quizás más) al año, y ya le digo que siempre vuelvo del viaje oliendo a whisky, a oveja y a salitre del mar, por no hablar de otros olores menos agradables que me suele provocar la literatura que hace la gente por allí arriba.
Pero, sobre todo, en esos paseos rurales y salvajes por los verdosos y embarrados riscos gaélicos uno siempre descubre, tras la niebla, en medio de la lluvia o cerca del mar, a la gente sencilla (un tanto ruda pero siempre familiar) que los habita, y también a los de más allá. Uno siempre se encuentra con formidables (y muchas veces terribles) historias familiares, generalmente tan antiguas que se pierden en los márgenes del tiempo y de la memoria; son las tradiciones de un pueblo milenario creadas a base de leyendas, cerveza tostada, historias orales y horrorosos derramamientos de sangre.
Sin embargo, todavía me faltaba dar con un libro de relatos que estuviera al nivel de una cultura tan excitante para mí como esta. Y Huéspedes de la nación y otros relatos, de Frank O’Connor (seudónimo, en realidad, de Michael O’Donovan, un escritor al que el propio Yeats se refirió como el Chéjov irlandés y al que han ensalzado autores de la talla (también cuentística) de Richard Ford, y que, ¡oh sorpresa!, hasta hoy estaba inédito en España para disgusto y sorpresa de la gente que, como usted y como yo, matamos por leer buenos libros) es, posiblemente, ese que le faltaba a mi colección de estampas irlandesas y, además, también es, desde ya, uno de los cinco (aunque podría decir de los tres) mejores libros de cuentos que he leído en los últimos cinco (aunque también podría decir tres) años. Y esto lo juro por San Patricio.
Huéspedes de la nación y otros relatos está compuesto por siente cuentos, siete. Siete fabulosos relatos que no son sino las historias cotidianas de los hombres y las mujeres de esa Irlanda de la que le hablaba yo antes: una Irlanda tan religiosa y beata que determina la forma de vivir (y hasta la forma de morir) de sus gentes. Una Irlanda rural (pero nunca pueblerina) condicionada por su orografía y devastada por la propia diáspora de su pueblo por el mundo, por sus relaciones con las culturas vecinas y hermanas del resto de las Islas Británicas, pero también por los conflictos en los que se vio inmersa con ellas y por un sistema económico capitalista que se olvidó de ella durante décadas. Un pueblo, sin embargo, dueño de una riquísima cultura y que configura gran parte de la mitología europea sobre la que descansa nuestra actual civilización.
Efectivamente, si Chejov hubiera sido irlandés no habría escrito estos cuentos de otra forma. Pero, en realidad, Frank O’Connor nos cuenta Irlanda como nadie podría haberlo hecho. Porque no hay nadie mejor para hacerlo que él, que se vio envuelto en tantos asuntos de estado. Y lo mejor de todo es que lo hace con una prosa limpia y sencilla como pocas, el estilo de un indiscutible maestro del género. Una literatura alejada de los experimentalismos y las vanguardias estilísticas que se estaban sucediendo, incluso (y sobre todo) en su propio país allá por los años veinte y treinta del siglo pasado y que, no lo vamos a negar, tanto nos gustan.
Pero sí, O’Connor va por libre. Huéspedes de la nación y otros relatos no es nada exigente con el lector. Yo diría que más bien es todo lo contrario. Su escritura nos lleva de la mano y sin correr por las historias sencillas de sus compatriotas y nos introduce en la particular psicología de estos personajes de una forma magistralmente suave, aún sin perder por ello el interés en el texto, que nunca decae y siempre parece estar a punto de caramelo. Podríamos decir, por lo tanto, que estamos ante un auténtico prestidigitador del cuento europeo (y al que esperamos leer mucho más, si los amigos de La Navaja Suiza siguen elevando la apuesta).
El libro recoge, como decía, siete cuentos de corte totalmente clásico (y que han sido seleccionados por el propio traductor, Daniel Morales, de entre los más de ciento cincuenta relatos que O’Connor escribió a lo largo de su vida). Todos están llenos de melancolía, de humanidad, de orgullo y de no poco sufrimiento y tristeza. Con todos te sonríes cada dos por tres, y todos son puro realismo y costumbrismo popular irlandés. Por eso, es posible que estos siete cuentos sirvan, quizás durante decenas de años, para mostrar ese fascinante país que es Irlanda con una claridad de imagen y una precisión en los detalles a todas luces inigualable para cualquier otro ojo humano que se precie. Así que contésteme honestamente, que la suscripción ya la tenemos pagada: ¿de verdad cree usted que hacen falta más series en Netflix sobre irlandeses?
Huéspedes de la nación y otros relatos son estos irlandeses e irlandesas (y otros mucho mejor caracterizados) batallando y conviviendo con ellos mismos y con sus propios fantasmas; son seres humanos muy blanquitos y con el pelo generalmente colorado que vienen ya marcados por su fantástica historia familiar, y que participan a su vez de la creación continuada de la (a veces histérica) historia colectiva de su país.
Este es un libro de historias dentro de otras historias y todas ellas, en definitiva, nos llegan como auténticos fogonazos, instantes memorables de una Historia que sabemos superior, pero que es, ni más ni menos, en lo que consiste escribir buena literatura breve.