Huracán, la última novela de Sofía Segovia, me ha gustado a medias. Y no es una frase hecha para no mojarme demasiado, es que, literalmente, me ha gustado la mitad. Si esta novela de doscientas noventa y ocho páginas tuviera cien menos, me hubiera fascinado y la hubiese incluido, sin duda, entre mis novelas favoritas del año. Y es que en la historia de Aniceto Mora, que abre el libro, Sofía Segovia despliega su talento narrativo y construye un personaje profundo, al que primero compadecemos y, después, acabamos odiando. Un pobre niño regalado al que nadie quiere, un porquero que se convierte en un delincuente del tres al cuarto, y eso le llevará a cometer actos con los que cargará el resto de su vida.
Pero, por alguna razón que no termino de comprender, Sofía Segovia interrumpe esa historia de la primera mitad del siglo XX para trasladarnos a los años noventa y que conozcamos a dos parejas que se hospedan en el mismo hotel de Cozumel durante un huracán. Primero presenta a la pareja que llega desde Estados Unidos. Ella espera reavivar la llama de su matrimonio en ese viaje, pero él solo piensa en deshacerse de ella. Después, a la pareja de Monterrey, que no está en su mejor momento por el desgaste que ha supuesto para ellos (y especialmente para ella) ser padres.
Entiendo el significado de ese viaje en el tiempo, que enlaza con la historia de Aniceto Mora en el último tramo del libro, pero no veo la necesidad de dedicarle un centenar de páginas a esas dos parejas. Mientras las personalidades del matrimonio de Monterrey están algo más elaboradas y es posible empatizar con ellos, la pareja estadounidense parece un simple esbozo, la vis cómica de la novela, aunque sea a costa de su patetismo; pero, al final, resultan simplemente odiosos y no aportan nada a la trama.
El tono de la narración de esa parte del libro y la propia construcción de los personajes que la protagonizan no encajan en absoluto con la historia de Aniceto Mora. Me dio la sensación de que se trataba de dos novelas distintas y que el huracán, que está presente tanto en las calles como dentro de cada uno de los protagonistas, solo era un recurso metafórico forzado para unir los diferentes capítulos con cierto sentido.
Quizá, si hubieran sido dos novelas independientes, ambas hubieran ganado. Por un lado, la de las parejas en el hotel, a las que se les hubiera podido dar mayor profundidad y desarrollado mejor sus tramas. La historia del matrimonio de Monterrey, aunque es demasiado sencilla, está más o menos bien cerrada en Huracán, pero la de los estadounidenses no llega a despegar. Y eso que tiene elementos suficientes para que hubiese sido una historia interesante de intriga y traiciones. Y, por supuesto, si la vida de Aniceto Mora se hubiese narrado sin interrupciones, Huracán hubiera sido una auténtica maravilla.
Por eso, a pesar de ese centenar de páginas de más que, para mi gusto, tiene esta novela, no puedo dejar de recomendarla. Porque Aniceto Mora es un grandísimo personaje, por sus tragedias y por sus atrocidades, y porque Sofía Segovia hace alarde de su maestría como escritora cuando narra su historia.