Reseña del libro “Idaho”, de Emily Ruskovich
¿Cuánto sabemos en realidad del pasado de quienes nos rodean? ¿Cómo influye su memoria en nuestra vida? ¿Cómo la configura, la marca, la dirige algo sobre lo que tenemos tan poco control? Estas interesantes preguntas son el punto de partida de Idaho, la primera novela de Emily Ruskovich, una narradora elogiada por sus relatos cortos que en su debut en el formato largo ha sido comparada, entre otras, con Maggie O’Farrell o Alice Munro.
Ann vive en la montaña, en un tramo de difícil acceso, con su marido Wade. Es su segunda esposa. En la primera escena del libro la descubrimos reflexionando a solas en la camioneta que está junto a la leñera, pensando en el retrovisor arrancado, las abolladuras del capó, el olor a rata quemada que todavía desprende la zona del tubo de escape. Nueve años antes de esta introducción, sabemos pronto, algo terrible ocurrió allí con la primera mujer de Wade, Jenny, y con sus dos hijas pequeñas. Nunca lo han hablado a fondo (más bien Wade no ha querido revelarlo), y ahora él, en las primeras etapas de la demencia precoz que ya afectó a su padre y a su abuelo, lo está olvidando, así que Ann se divide entre tratar de averiguar toda la verdad antes de que se borre por completo o dejar tranquilos los fantasmas que aquella búsqueda puede desenterrar. Sin embargo, ¿acaso es posible cerrar la puerta de un pasado como ese una vez que se ha abierto?
Con una prosa muy cuidada, evocadora, Emily Ruskovich consigue envolvernos en un relato vívido, para el que utiliza una voz poética y dulce sin suavizar la dureza de la montaña y de la enfermedad mental. Sus personajes son seres complejos, que atraviesan el texto como bolas que impactan en las paredes de una máquina de pinball, rebotando y cogiendo impulso en su camino irremediable a un agujero negro. De la misma manera avanza la propia narración, a golpes entre varios planos pasados y futuros, desgarrando a jirones la tela que oculta los hechos, en una manera de contar que desconcierta un poco especialmente en el último tercio, uno de los pocos peros que se le pueden poner.
Idaho es una novela sin buenos ni malos a pesar de lo que puede hacer sospechar su tragedia central, que no hace falta revelar, y con un equilibrio curioso. Muy cuidada en el estilo, sensorial, con un papel fundamental del olfato y el tacto, no duda en recurrir a técnicas propias de la novela de intriga para mantener el pulso narrativo, lo que por momentos hace que se asemeje más a La chica salvaje de Delia Owens que a cualquiera de las mencionadas O’Farrell o Munro.
Sea como sea, Idaho es un debut muy notable. La prosa de Ruskovich sale airosa del trance y toda la novela está trufada de destellos brillantes que la hacen muy disfrutable. Queda todavía por ver con sus novelas posteriores si bajo ese fulgor hay una voz verdaderamente propia o simplemente se trata del reflejo de otras narradoras.