Imre: una memoria íntima, de Edward Prime – Stevenson
Hablar. Hacerlo desde el corazón, no desde la razón. Nunca. Sacar lo que llevamos dentro y, de alguna manera, exorcizar los fantasmas, los espíritus que como invitados no deseados se fijan en nuestro cuerpo, lo llenan de surcos y anhelos, de deseos y rabia, de pasión y desesperación. El amor, que cuando tiene que ser callado, es una caja que al abrirla hará explotar el mundo. Un sentimiento, dos cuerpos, enamorarse del otro y vivirlo como si fuéramos uno, como si no estuviéramos preparados para lo que está por llegar, con las indecisiones, con el miedo, con la primera vez que conocemos algo semejante. Y el calor, en una mirada, en un gesto de caricia, en un simple abrazo que no encierra sólo camaradería, sino también obsesión. Renacer, cuando ya creíamos que nada importaba, con la vista fija en un punto determinado, en un lunar, quizás en una marca de nacimiento, puede que en todas esas imperfecciones que a nuestros ojos parecen perfectas. Será que amamos, los que creemos que cuando la chispa, el pequeño resorte, lo cambia todo. Será ese placer, el de sentirnos reconocidos, frente a lo que no se dice, frente a la invisibilidad en una sociedad marcada por las etiquetas que surcan las aceras, las carreteras, en las otras épocas en las que los diagnósticos los realizaban personas que no pensaban, que sólo escribían basados en errores, en fuegos fatuos que poco tenían de vida, pero que arruinaban las de aquellos que se veían estigmatizados. Un amor, quizá el más grande, el que se cuela entre los pliegues de la realidad y nos comunica, nos exhorta, nos vuelve valientes para gritar a un mundo que no entiende que, a pesar de todo, la igualdad, el respeto, la necesidad de sentirnos uno cuando somos dos, es algo global, y no sólo territorio de unos pocos.
Si en esta introducción uno se siente identificado, sea el género que sea el del lector que aparece al otro lado de la pantalla del ordenador, Imre: una memoria íntima será el paisaje en el que los ojos podrán perderse, podrán navegar por los mares embravecidos de un amor incipiente, de un amor que se consuma, de un amor que se vive, aunque sea en un silencio que grita desde las páginas. Porque lo que aquí se muestra, a pesar de las etiquetas, a pesar de que sea un amor entre dos hombres, es algo universal. La mirada, la que se pierde entre el doblez de la ropa, entre los botones de una chaqueta mal abrochada, entre las sábanas que duermen con nosotros y que nos ven amanecer, o en las calles donde los ojos observan, susurran, ponen marca a aquellos que, en épocas lejandas, fueron señalados, fueron vilipendiados, y tuvieron que esconderse entre las paredes de una habitación para que, en cierta forma, el odio – que no es otra cosa que desconocimiento – se convirtiera en trastorno, en crítica sin sentido, en mutismo, en el ostracismo del que hacían gala los ahora llamados intelectuales. No hay razones para no caer en las redes de esta historia de Edward Prime – Stevenson porque lo que en realidad se mueve aquí no es la historia de amor narrada de un hombre sobre otro hombre, con otro hombre. Lo que aquí se mueve, revolotea como un pájaro que no logra posarse en las ramas más fuertes, es el amor, el simple, y a la vez tan complejo, que nos produce el escalofrío del que nadie, absolutamente nadie, está a salvo.
Fue un metro el que abrigó la última parte de mi lectura de Imre: una memoria íntima y también fue ese metro el que encogió mi estómago cuando al cerrarlo, me vi transportado a aquella época, la de los diagnósticos infames, la de las palabras que creaban y destruían, la de los escondites y los tabúes, los fuertes tabúes que asolaron una sociedad – sea cual sea el lugar – y contribuyeron a enfureciéndome cuando el vagón iba haciendo escala en cada una de sus paradas. Se dice que en el amor y en la guerra todo está permitido, pero pocas veces se dice que el amor, por definición, también es una guerra, fue una guerra, contra algo, contra una idea, contra la ignorancia y ese deseo de convertir lo diferente en horror perpetuo. Es quizás esa visión la que hoy más me hace temblar, porque si caminar por las letras de este texto de Edward Prime – Stevenson ha conseguido esta labor, esta tarea titánica de convertir el silencio en grito, de mostrarnos la homosexualidad en sus infinitos detalles, sólo puedo arrodillarme, rendir cierta pleitesía a una editorial como Dos Bigotes por haber llevado su tercer título a un nuevo nivel, a un nuevo estado para aquel lector que se remueve por dentro, que es capaz de conocer, de reflexionar, de pensar que, en este mundo, en este universo donde las almas se tocan, poco importa que seamos dos hombres, mujeres, o nos mezclemos. El amor, al fin y al cabo, es un asunto de todos.
El libro tengo que leerlo todavía, pero tu reseña es maravillosa. Tanto por ese primer párrafo como por el concepto del amor como una guerra. La única que no termina, la única por la que merece la pena luchar y por la que seguimos luchando día tras día. Un saludo.
Es un libro precioso. El segundo tengo que hincarle el diente bien en cuanto vuelva a casa, pero ya puedo decir que es el mejor que han publicado hasta la fecha 🙂
A mí “Los deseos afines” me pareció maravilloso, con relatos de los que dejan huella. Estoy pendiente de recibir “Imre”, ya comentaremos.