Atreverse a desordenar el orden lógico de las cosas. Atreverse a mirar el mundo con otra perspectiva. Atreverse a transformar lo establecido. Atreverse, en fin, a ser atrevido. Juan Mayorga lo ha sido y mucho al crear esta hilarante historia que ha sido recientemente llevada a la escena teatral. Acompañada de las buenísimas ilustraciones de Daniel Montero Galán, que bien podrían beber del estilo cubista, Intensamente azules rompe las reglas de lo cotidiano, deshace la normalidad y crea un mundo donde aún se puede mirar las cosas como si lo hicieras por primera vez. La premisa de este libro es que todo es susceptible de transformación según el cristal con el que se mire. Y lo de cristal viene muy a mano, ya que el argumento cita que el personaje protagonista, al levantarse, encontró las gafas rotas y tuvo que ponerse en su lugar las gafas de nadar de cristales azules. Volvía a ver de maravilla y al salir a la calle se dio cuenta de que su vecino calzaba unas aletas de buzo, el camión de butano repartía bombonas de submarinista y en los periódicos se anunciaba el diluvio.
¡Vaya inicio! Con este arranque se produce la desautomatización de lo cotidiano, se nos plantea una situación que provoca un intenso extrañamiento. «Un hombre que al despertar descubre…», inevitable no pensar en la gran obra kafkiana de La metamorfosis y en el extraño despertar de Gregor Samsa. Como en aquella obra, el personaje nos muestra un cambio radical en la forma de las cosas. En el libro de Kafka, la transformación es física en el propio personaje; en el caso de este Intensamente azules el desorden de lo lógico lo percibirá el protagonista por el modo de observar lo que le rodea. En las dos historias, los protagonistas son conscientes de lo que observan: a aquel le produce pánico y rechaza su transformación; este, en cambio, abraza su nuevo modo de ver las cosas. En ambos casos, eso sí, se producirá un inevitable enfrentamiento con el mundo en el que viven.
Juan Mayorga y Montero Galán, ya que esta obra se desarrolla en tanto texto e ilustraciones, nos van a llevar a lo largo de este fascinante monólogo a descubrir la rutina diaria de un hombre que un día decidió mirar el mundo de otra forma. Lo interesante es que el mundo de las cosas lógicas y establecidas también le va a mirar a él. Hay un conflicto entre ambas posturas: el personaje ve un mundo (o se lo plantea), mientras que el mundo dispone lo que tiene que ver (o plantearse). La situación es cuanto menos disparatada al encontrar a un hombre que ocupa un cargo importante en la política paseando por la calle, por los bares y despachos con unas gafas de nadar azules. Una vez más se ofrece el desarme de lo más decoroso y normativo en la figura de un alto cargo público que transforma su propia visión del mundo. Un antisistema dentro del sistema, porque, si algo hay irrefutable es que no se puede estar fuera del sistema. De gran valor crítico serán algunos pasajes como los que le ocurren al protagonista en el supermercado o el conflicto interno que tiene con su familia. ¿Es que no ven las cosas como él las ve, o el sistema les ha enseñado que solo existe esa forma de verlo?
Este conflicto no es nuevo, desde luego. Ya lo planteó en 1605 don Quijote el día que decidió, alza en astillero, ardaga antigua, rocín flaco y galgo corredor, salir a desfacer tuertos y desagraviar viudas. Ese día, digo, Cervantes creó la identidad y el pensamiento moderno, la de aquel que se cuestiona el orden lógico de las cosas y, sabiendo lo que en él hay, intenta vivir en uno suyo alternativo. La experiencia nos ha enseñado que esa lucha es una constante victoria del sistema, pero no quita para que el pensamiento crítico personal gane sus batallas en, al menos, la forma de plantarnos ante la vida. Juan Mayorga hace de su personaje de gafas intensamente azules un Quijote contemporáneo que, sin olvidarnos de que su autor es ante todo hombre de teatro, utiliza el recurso de las gafas a modo de máscara carnavalesca donde el mundo lógico se vuelve del revés. Una grandísima obra que sin duda hará las delicias, no solo de los amantes del teatro de Mayorga, sino de aquellos que, muchas mañanas al despertar, deseamos ver el mundo diferente.
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