Estoy seguro de que ha sido el tiempo que más he pasado sin reseñar ningún libro por aquí. Es como si la cuarentena también hubiera afectado a mi inclinación por las novedades editoriales. Pero en verdad no ha sido así. Lo que ha pasado se podría resumir en la suma de dos factores: en primer lugar, que las editoriales han dejado de poner novedades en el mercado y, por tanto, los envíos han parado; y, por otro lado, que en esos momentos de encierro, cuando vi que se terminaba la pila de libros que tenía pendientes de reseñar, me di cuenta de que tenía otra al lado (en realidad es más de una) que había ido creciendo mes a mes y yo no le había hecho mucho caso. Hablo de la famosa pila de pendientes. Estoy seguro de que muchos la tendremos en algún lugar de nuestras casas (como esa nota larguísima de recomendaciones en el móvil, como esas tantas cosas que nos hacen lectores obsesivos), esperando el día en que decidamos ir aminorándola. A mí ese día me llegó en plena cuarentena y me refugié en ellos, olvidándome de que después tendría que escribir sobre el libro, anotando cosas solo para mí, sabiendo que como mucho después hablaría con alguien de lo que allí había leído. Pero hay otra cosa que sabemos los que leemos: hay poca gente con la que comentar lo leído. Por eso me gusta tanto poder pasar por aquí.
Cuento todo esto porque hoy voy a hablar del primer libro poscuarentena. La primera novedad que ha llegado a casa tras el parón generalizado, aunque novedad debería escribirlo entre comillas. El libro en cuestión es Intento de escapada, de Miguel Ángel Hernández (de quien ya reseñé por aquí El dolor de los demás), un libro que casi entra como finalista para el Premio Herralde en 2012 y que el jurado de dicho premio quiso destacar y recomendar su publicación. Entonces, ¿es novedad o no? Pues en cierta manera lo es, porque Anagrama ahora lo publica por primera vez en su colección de Compactos. ¿Y yo hablaré de esta edición? Pues la verdad es que no, porque la edición que yo recibí es la de la colección Narrativas hispánicas. ¿Y eso importa? Pues no, no importa nada. ¿Por qué? Porque el libro es genial, y lo será en cualquiera de sus ediciones. Vamos a él.
En Intento de escapada nos encontramos con Marcos Torres, estudiante de Bellas Artes en una «ciudad de provincias» española que, si no estoy equivocado, no se menciona en ningún momento pero que por alguna referencia que se hace a «la huerta» y por esa singular variedad de autoficción de Miguel Ángel Hernández, todo apunta a que es Murcia. Marcos va a la universidad y si nos habla de sus clases siempre lo hace exclusivamente de la que imparte Helena, por quien siente una atracción tanto física como intelectual, quien a parte de dar clase dirige la sala de exposiciones de la ciudad. Marcos vive en un piso compartido con estudiantes prototípicos: poco estudiosos y muy fiesteros. No me quejo, yo fui así. Él es todo lo contrario. Se lleva bien con Sonia, su mejor amiga. A ella le gusta la fiesta (como es normal) y es la única que consigue que Marcos salga a tomar algo, aunque ese algo siempre sea una Coca-Cola, sola. Bueno, siempre no. Nunca cambia el color de su ropa, negro, que usa para ocultar su exceso de peso, y quizá solo por eso sea también él prototipo de algo, de ese algo a lo que canta Loquillo en El hombre de negro.
Todo empieza con Marcos visitando una exposición de Jacobo Montes, «el creador español más importante, genial y controvertido de los últimos años», como definirá Helena. A punto de vomitar por el mal olor que desprende su creación principal, el libro será un flashback con el que Marcos explicarnos cómo llegará a ese día, al día de la inauguración de la exposición. ¿Y cómo llegará? Vamos a ello.
Helena anuncia en clase que Jacobo Montes vendrá a la ciudad para exponer su obra. Marcos se agita, porque es muy buen estudiante, porque se siente atraído por la obra de Montes, porque se siente atraído por lo que se siente atraída Helena. Habla con Helena y esta le ofrece ser el asistente de Montes. Marcos acepta. Y ahí empieza todo.
Marcos se encuentra con Montes. Ha visto sus performances y ha leído mucho sobre él, pero siente que no lo conoce nada. Se abre el ascensor y aparece el artista. Tatuajes, cabeza rapada, ropa inusual, larga. Parece un sabio, un eremita, un monje. Van hacia la sala que dirige Helena mientras Montes pregunta y pregunta, sin esperar respuesta, por la ciudad. Se siente atraído por la periferia, le pide a Marcos visitarla. Lo hacen. Montes sabe que tiene un fuerte influjo sobre Marcos, por eso se siente capaz de pedirle que sea sus ojos allí, que estudie el campo por él, porque él se tiene que ir por un tiempo, pero Marcos seguirá allí. Y el arte es una manera de mirar. En nuestro caso será la de Marcos.
A partir de ahí Marcos se sumergirá en esa periferia, en la inmigración de su ciudad, en la quebradiza logística del trabajo ilegal, de la vida ilegal, del ser ilegal. Conocerá inmigrantes que dirigen locutorios, conocerá inmigrantes que esperan cada mañana en una gasolinera a que pase un coche y los recoja para trabajar unas horas en lo que sea, conocerá inmigrantes que al final lo que harán es que él se conozca a sí mismo. Y en ese conocerse, Marcos se encontrará con la verdad (o su verdad) sobre Montes. Y tendrá que decidir, o eso cree él, entre vida y arte. ¿Y qué eligirá él? Pues eso solo lo sabrá quien se anime a leer el libro. Que, no está de más decirlo, vale muchísimo la pena, el gasto, lo que sea.
Intento de escapada, que se llama así porque ese es el nombre de la exposición pero es también lo que vive Marcos a lo largo de las páginas, es la mecha que Anagrama supo (muy acertadamente) prender para iniciar el camino de Miguel Ángel Hernández en la editorial. Una mecha que sigue dando fuego, vivo, y que espero que dure, que en breve llegue una novedad sin comillas, que sigamos disfrutando de esos libros, esas novelas poco clasificables, que parece que cuenten la historia de alguien ajeno al autor, pero que no lo es porque puede ser él mismo; de alguien ajeno al lector, pero que no lo es porque también puede ser él mismo. Como he dicho, un gran libro. Suerte de estas nuevas ediciones que, como mínimo, hacen que gente como yo, a quien en su momento el libro pasó desapercibido, ahora lo encuentren y se reafirmen en la voluntad de seguir leyendo a un autor en concreto. Yo lo he hecho. Tú eres el siguiente.