Invierno, de Rick Bass

inviernoComo madrileño que soy, siempre he dicho que a mi infancia le han faltado muchas nevadas. Me explico. Es verdad que a poco más de una hora tenemos mucha sierra para explorar y disfrutar de noviembre a abril, pero me sobran dedos de una mano para contar las mañanas invernales que he disfrutado con mis amigos del barrio de una guerra de bolas de nieve en época colegial. Sin embargo, veía con nostalgia en los informativos cada año como la gente de Vitoria, Burgos o Pamplona realizaba sus quehaceres diarios acompañados de un dulce manto nevado. Quizá por eso siempre he sentido tanta fascinación por la nieve, aunque para disfrutarla tenga que subir a Navacerrada un par de veces al año. Y por eso, cuando me enteré de qué iba el libro de Rick Bass, supe que Invierno tenía que ser mío.

Rick Bass es un periodista norteamericano nacido en Texas que en 1990 decidió recluirse con su mujer en el campo, buscando su propio “retiro de artistas” en el que desarrollar ambos plenamente su profesión. Y aunque empezaron, curiosamente, buscando un lugar en el desértico Nuevo México, terminaron cruzando de sur a norte todo el país para terminar instalados en el valle del Yaak, al norte del estado de Montana, muy cerca de la frontera canadiense. Su furgoneta destartalada, sus dos perros y un poco de equipaje para afrontar una nueva vida en una de las zonas más inhóspitas del país, allí donde la electricidad y la línea telefónica es un bien al alcance de pocos, donde el pueblo más cercano está a una hora de carretera y donde el invierno es realmente invierno.

“Una anciana a la que todo el mundo llama Yaya lleva viviendo aquí toda la vida. Ochenta años en Yaak. A saber la de cosas que se ha perdido. Pero a saber la de cosas que ella ha visto y al resto del mundo se le escaparon.”

A modo de diario, Rick Bass nos cuenta su proceso de adaptación a un medio bastante hostil para el forastero. Con la inocencia de un niño, el autor aprende a sobrevivir en una zona donde un hacha y una motosierra son más importantes que un buen amigo. Empieza también a conocer a los pocos vecinos que viven en ranchos cercanos por la zona, un grupo de vecinos de lo más variado, todos ellos con una historia de soledad y desconexión del mundo urbano que encaja perfectamente con la geografía elegida. Su relato es sencillo, reflexivo y apasionado, contando las muchas dificultades que tiene Yaak, pero a la vez enseñando y valorando las bondades que un territorio así ofrece a todos sus moradores. Todo lo que Rick, su mujer y el resto de habitantes del valle hacen tiene un único fin, prepararse para la llegada de las primeras nevadas, esas que cambian la fisonomía del terreno y ralentizan la vida de sus habitantes.

“Queremos que haga frío, queremos la nieve, ansiamos el aislamiento, la desolación, la reclusión, el silencio.”

En el relato se nota el ansia del autor por vivir su primer invierno en Yaak. Rick quiere nieve, quiere experimentar en sus propias carnes el Gran Frío, quiere sentirse atrapado dentro de su cabaña con la nieve a la altura de la ventana y ver el desplome total de las temperaturas. Y cuando todo esto llega por fin, aparece súbitamente ese síndrome de Estocolmo, ese fuerte vínculo afectivo entre nieve y recluso que choca al lector. Y la forma de escribir el diario varía, se ralentiza, desarrollando párrafos de lucidez otros pasajes donde parece querer tirar la toalla en ese tour de force personal que él y su mujer se han autoimpuesto.

Puede que, si uno visita el valle del Yaak hoy en día, la mejora de las telecomunicaciones y la tecnología haya hecho perder su verdadera esencia a la época invernal, y que ya no sea tan difícil vivir en una zona así. Pero valorando el año en que fue escrito (1991), hay que alabar el relato fidedigno que construye Rick Bass. Como siempre, Errata Naturae y su colección “Libros salvajes” destilan auténtica pasión por la naturaleza. Y leyendo Invierno, me han entrado unas ganas tremendas de emular al autor y cumplir con algo que más de uno piensa cuando se cansa de la civilización; mandar todo al carajo, y plantarte en una cabaña, al estilo Henry David Thoreau, sin más compañía que tu pareja, tu perro y una buena dosis de pura naturaleza.

César Malagón @malagonc

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