Irène, de Pierre Lemaitre
Vestido de novia, novela que ya reseñamos aquí, estaba en boca de todos los buenos aficionados a la novela negra y criminal. Era una buena novela, muy adictiva, pero que desmerecía de tantos elogios como estaba recibiendo. En realidad, no era para tanto. Pues bien, con Irène, sucede justo al revés: yo no había oído hablar de ella nunca, y sin embargo, es, sin discusión, una de las novelas de su género más brillantes y mejor construidas que yo he leído jamás. Y he leído muchas, lo digo modestamente.
Desde esta reseña, desafío humildemente a cualquier buen cazador de novelas de suspense y policíacas a que concluya la lectura de Irène -cosa que hará en un abrir y cerrar de ojos, porque es lectura que, a pesar de la dureza y la truculencia de la historia, pide que se lea más y más páginas- sin haberse sorprendido a sí mismo sorprendiéndose y admirándose de la tremenda (en varias acepciones) habilidad de Pierre Lemaitre para construir una historia que, técnicamente, es tanto como perfecta. De lo mejor urdido, hilvanado y pergeñado que he leído desde que llevo leyendo novela negra, y son muchos años.
Irène es una novela endiabladamente brillante, un poco autoparódica, pero sólo sutilmente y no de forma irrisoria, sino burlesca, cosa que es de agradecer para quienes opinan -como yo- que la combinación de suspense y humor casi siempre produce mejunjes inocuos, cuando no inicuos. En realidad, toda la novela es una especie de reflexión sobre la novela policiaca, su estatus, las razones de su popularidad y todo lo que el gusto por ella dice de quienes gustamos de ella, si es que dice algo (creo que Lemaitre, al menos el Lemaitre que escribió Irène, opina que más bien sí, y ese algo es bastante inquietante). Pero, sobre todo, es una novela policiaca de desconcertante inteligencia. Y de desarmante brutalidad, dicho sea de paso y como advertencia.
Irène es un camino sembrado de pistas en el que es muy difícil distinguir las verdaderas de las falsas, y aún más difícil seguir sólo éstas sin confundirse ni una vez. Es juego -pese a que sea juego macabro, pero juego a fin de cuentas- y es emoción. Pero es también, justo es decirlo, sadismo y crueldad. Mucha crueldad. Lemaitre, cuando no es sutilmente humorístico, es despiadado y descarnado, hasta límites casi -o directamente- intolerables. Hay descripciones gráficas y hay partes muy feas, horripilantes. Es el precio que hay que pagar por una historia, o más bien por una narración, que no dan tregua al lector, y por unos personajes, especialmente uno, el del inspector Camille Verhoeven, muy bien trazados y con personalidad propia, aunque no siempre veamos con claridad cuál es ésta, y si nos gusta o no.
Poco más se puede decir, salvo un par de cosas, un par de advertencias más: si pueden, absténganse de leer la contraportada, pues, como muchas otras, sigue la nefasta moda reciente de revelar más de lo que debe.
Y segunda advertencia y más importante: me han gustado muchas cosas de Irène, y sin embargo muchas otras me han desagradado profundamente. He dudado sobre si recomendarlo o no. Finalmente me he inclinado por el sí porque creo que quien lo disfrute lo disfrutará verdaderamente y porque es un libro escrito desde la inteligencia. Pero no desde la sensibilidad, o, al menos, no desde una sensibilidad vasta y al uso. Es un libro cruel, en ocasiones muy cruel, y lo peor es que no siempre se puede decir que la crueldad sirva para un propósito que lo neutralice, cosa que vendría a decir que es una crueldad que se nos muestra de forma gratuita. Es éste un rasgo que detesto en un libro, pues valoro más la humanidad y la sensibilidad con la que se nos cuenta una historia que la inteligencia que se demuestra al contarla, y opino que, cuando una historia -sea contada o mostrada- se torna fea, debe hacerlo por un buen motivo, para enseñar algo, para provocar una catarsis… algo que la redima.
De cualquier forma, como he dicho, opiniones hay muchas y cada lector puede sacar su propia conclusión.