Reseña del libro “Isla Decepción”, de Paulina Flores
Al terminar el libro y pensarlo, sentí nostalgia. Como cuando piensas en unas vacaciones pasadas y se te pinta en la cara una media sonrisa. Esa sensación que supone una mezcla entre melancolía y una velada felicidad. Recordé cuando era pequeña y llegaba junio y sabía que hasta que empezase el colegio en septiembre no saldría del mar. Que comería helado todas las noches con mis abuelos y me rebozaría en la arena a diario. Isla Decepción no va de nada de esto, pero cuando la finalicé, el sentimiento que me dejó fue similar a este recuerdo. No a la sensación del momento, sino al recuerdo en sí mismo. Puede que sea por su carácter marinero y por las relaciones familiares que aborda, contado todo ello como una historia lejana; un relato procedente de muy lejos, un rumor desde la Patagonia Chilena.
En Isla Decepción podemos encontrar dos historias paralelas que se desarrollan en tiempos y escenarios distintos. En uno de ellos encontramos a Marcela; una mujer que está en un momento doloroso y decide dejar un trabajo en el que no es feliz. La relación con su novio está acabada y huye alejándose de todo aquello que en ese momento le está haciendo daño. Desde Santiago de Chile llega a Punta Arenas, un lugar inhóspito situado en la Patagonia. Allí vive su padre, Miguel, quien le recibe con un inesperado huésped: Lee. Un coreano que rescata del mar y a quien acoge en su casa. En la otra parte de la historia nos sumergimos en el día a día del trabajo esclavista al que son sometidos los marineros orientales en la pesca del calamar. A través de experiencias reales de los propios marineros, presenciamos la violencia que todo lo impregna. Las acciones de estos protagonistas, sus palabras, sus gestos, los escenarios donde se mueven, toda la atmosfera está liderada por una furia intensa que todo lo arrasa, que nos arrasa a nosotros como lectores.
Tengo muy malas costumbres con los libros y una de ellas es ojear las últimas hojas en cuanto lo tengo en mis manos. Y así fue, antes de comenzarlo, cuando me di cuenta de la relación que tenía el libro con la música. No desvelaré más, porque para mí fue genial llevarme la sorpresa y no quiero estropeárselo a nadie. Isla Decepción no habla explícitamente de la música pero yo sí he encontrado paralelismos con la misma. La musicalidad de nuestras palabras, su intensidad, y el tono juegan un papel muy importante en la comunicación. Y así lo podemos observar en la manera de relacionarse de los personajes. La relación que tienen Marcela y Lee sin hablar el mismo idioma demuestra que el lenguaje no lo es todo a la hora de la comunicación. Ella, reflexiva y neurótica, le habla largo y tendido de su relación pasada con su exnovio, desgranando con detalle sus miedos, dudas y su dolor acerca de su relación con él, intentando entender algo tan incomprensible como es el amor. Lee, paciente, sin conocer ni una palabra en español, la escucha y parece comprenderla. La intensidad, el ritmo, las expresiones, las miradas, todo ello parece resultar más eficaz que el lenguaje oral. Lo vemos en Marcela y su padre, en quienes la comunicación no fluye. En su caso existe un pasado, heridas que no llegaron a sanar y conversaciones necesarias que no se llegaron a dar.
Isla Decepción ha sido todo un placer líquido con el que me he encontrado embebida tanto por sus personajes como por sus deseos de un nuevo y mejor comienzo. Una novela que huele y sabe a mar.