Me acerqué a este libro pensando que sería un elogio al respeto a la tradición y la historia del pueblo japonés, algo en lo que uno, en su ignorancia, creía que era un país modélico. Me refiero, claro, al Japón rural. Sin embargo Japón perdido está lejos de retratar a un pueblo respetuoso con su pasado y su entorno natural, otra de las características que siempre le atribuí, más bien es una crónica de la decadencia, un mapa del camino a la desaparición de la naturaleza, la arquitectura, las antigüedades y el paisaje japoneses tradicionales, y que si embargo sólo hace aumentar el interés por ese país, tan extraño como atractivo a nuestros ojos. Tal vez sea porque está escrito con infinita pasión o tal vez porque lo que cuenta es objetivamente interesante, pero lo cierto es que es un libro imprescindible para cualquiera que se interese en la cultura japonesa en particular y oriental en general.
Se trata de una reedición de un libro de 1991 y por tanto es necesario un prólogo que actualice el panorama, que explique si el camino sigue su cuesta abajo o se ha revertido, si el hormigón y el neón siguen comiéndole el terreno a los techos de paja y la sombra y la mala noticia es que el autor considera que su análisis se mantiene vigente y, si acaso se ha modificado, ha sido a peor. El autor considera que conoció Japón en un momento de privilegio, cuando el pasado aún estaba presente en el día a día, fuera de los museos, Alex Kerr llegó a conocer aquello que amaba y en Japón perdido lo comparte con nosotros, afortunados lectores por verlo a través de sus ojos, aunque afortunados en diferido. El subtítulo del libro es “el último destello de un Japón precioso”, y es una descripción hermosa y certera de su contenido.
Todo empieza con un niño que quería vivir en un castillo y que lo encontró en Japón, en el Japón remoto del valle de Iya, en una casa tradicional abandonada de las que entonces abundaban y que él restauró y bautizó Chiiori. Esa casa ejerce sobre el lector un atractivo magnético, es el centro del viaje sentimental, porque aunque sea cultural, artístico y en ocasiones de negocio es sentimental, de Alex Kerr en el Japón que convirtió en su hogar.
Las etapas de este camino son Chiiori, el teatro Kabuki, la caligrafía, China, Kioto, Osaka, Nara, los literatos o el Tenmangu, pero sobre todo son esos destellos de un Japón que se resiste a desaparecer, y todas son una alerta frente a esa concepción del desarrollo opuesta a la tradición cultural de los pueblos.
No es del todo exacto que el Japón actual no respete la tradición, lo que no trata con cariño son los objetos, las antigüedades, las casas, pero sí que siente devoción por tradiciones como la ceremonia del té, por aquellas están relacionadas con las personas, con protocolos o costumbres. Es para mí un enigma indescifrable un pueblo que no siente el menor remordimiento en derruir casas tradicionales y monumentos, en desecar ríos y cubrir montañas de hormigón, inundar de luz artificial aquello que en su tiempo fue el paraíso elegante de la sombra, de la penumbra, pero sin embargo dedica tanto esfuerzo a servir el té de una manera determinada, igual que siglos atrás.
También hay un retrato sociológico de la sociedad japonesa en tanto que pueblo obediente y disciplinado y también desde el punto de vista de los negocios, ya que Japón perdido incluye una crónica de cuando su autor fue representante una empresa estadounidense, y es un retrato, una vez más, sorprendente, porque es presa de una serie de servidumbres y opacidades que no hace que se la pueda mirar con optimismo.
En resumen, Japón perdido es un libro fantástico, el fruto de una mirada a la vez enamorada y objetiva, un ensayo brillante e indispensable para conocer Japón más allá de la faceta superficial que nos llega.
Andrés Barrero
@abarreror
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