Es probable que Jimmy Corrigan no sea el chico más listo del mundo, aunque su título, en una especie de cruel ironía, se empeñe en anunciarlo por todas partes. Más bien, es uno de esos personajes que no encuentran del todo el modo de ubicarse. Solitario, emocionalmente inmaduro y dominado por una madre excesivamente controladora, su existencia es de un tono gris inconfundible.
Profundamente contemplativo y poco expresivo, las intervenciones de Jimmy ocurren sin mucho diálogo, entre momentos cómicos, incómodos, ridículos y tensos. Su personaje derrocha una especie de patetismo existencialista en ese punto donde lo triste se vuelve risa o despierta una enorme ternura. Habrá quién, como yo, se sentirá un poco como él entonces. Igual de perdido. Quizás no sea tan extraño, a fin de cuentas, entre sus páginas como en la vida, también los superhéroes se caen al suelo.
No importa. Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo es uno de esos cómics que, como algunas personas, tienen un brillo especial y conectan fulminantemente con el lector. En él su protagonista es tan de carne y hueso que a veces es complicado tomárselo en serio y otras conmueve profundamente. Entre medias están los matices. Las historias de varias generaciones de hombres Corrigan. La difícil relación de su abuelo con su bisabuelo en la Chicago previa a la Exposición Universal de 1893, tan magistralmente llevada a sus viñetas. Pero también la del propio Jimmy con su padre, al que podría conocer por primera vez a sus 36 años.
Precisamente detrás de él y de esta historia está Chris Ware, su alter ego en la vida real. El artista, que conoció a su progenitor en similares circunstancias, investiga a partir de esta fantástica novela gráfica –cuya primera tira cómica fue publicada en un periódico de Chicago en 1993– conceptos como la confianza, la soledad, el abandono o el vacío. Y los presenta en una cuidada y detallada edición, sin absolutamente ninguna página en blanco, que a España llega ahora de la mano de Reservoir Books, traducida por Rocío de la Maya, y que incluye, además, unas divertidas instrucciones de uso, un desplegable y varios recortables.
Una auténtica obra de arte que, como señala el prólogo de la novela, tal vez sería suficiente con exhibir, si no fuera porque además Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo es un delicioso relato, tanto en lo visual como por su historia, que explora con humor los recovecos de la humanidad y de su existencia. Un retrato de época que juega, gracias a las licencias creativas del género, con la perspectiva del tiempo, las ilusiones y el subconsciente de sus personajes.
Y es que las viñetas de Chris Ware siempre van más allá y mezclan realidad con fantasía, saltan de un tiempo a otro y se detienen en el detalle. Su lenguaje es el lenguaje de la soledad y su humor, el de la derrota. Capaz de acercarse peligrosamente a lo cruel y, sin embargo, emocionarte. El resultado es una obra redonda, de obligada lectura para los amantes del género, cuyo final nos remite en ciertos puntos al principio y deja en el aire una posible esperanza.