Alicia lo consigue tras perseguir a un conejo vestido de caballero inglés que dice de forma repetida llegar tarde a algún sitio. Escapar del tedio la embarcará en una aventura donde la lógica y lo absurdo se mezclarán en un país de ensueño. Los hermanos Pevensie llegan hasta Narnia a través de un portal misterioso ubicado dentro de un armario. Criaturas mitológicas y seres dotados de magia es todo lo que necesitan para huir de una guerra que los mantiene en vilo. Bastian se oculta en un desván esquivando a sus acosadores y acaba encontrando el reino de Fantasía. Para ello solo le hará falta un libro, una historia cautivadora y una imaginación desmesurada. Estos son solamente tres ejemplos de personajes literarios que se evaden de su realidad para caer en un mundo donde las leyes de la fantasía los pondrán a prueba. En su mayoría son siempre niños, ya que, como es bien sabido, a la que crecemos nuestra imaginación solo alcanza para vernos como ganadores de la lotería. Aunque siempre hay algunas excepciones, como el bueno de Edward Bloom, el cuentista mayor del reino de Big Fish. No es este el caso de Joe el bárbaro, el cómic que hoy nos ocupa, pues el protagonista es un chaval de trece años con demasiados problemas y una creatividad potenciada por un bajo nivel de glucosa.
Para Joe últimamente la vida no es un camino de rosas. Su padre murió hace poco, su madre anda enfrascada en papeleos para evitar que los desahucien, no tiene amigos y los pocos niños que se le acercan es para pegarle o reírse de él. El lugar más seguro, su reino, es su casa, y en especial su habitación. Allí pasa las horas muertas, dibujando, jugando a videojuegos o con todas esas figuritas que representan a los mejores héroes de acción. Una tarde lluviosa en la que está solo en casa sufre un ataque hipoglucémico. Un nivel demasiado bajo de azúcar en sangre lo llevará a alucinar y a su vez a atravesar el portal que lo llevará hasta El reino de Hierro. Allí el Rey Muerte tiene subyugados a todos los habitantes y, estos solo suplican para que llegue el salvador del que hablan las profecías: el Chico Moribundo.
“Este cuento de hadas se está yendo al infierno”, afirma un personaje con pinta de Dick Tracy rodeado por un gentío. Hay soldados, dinosaurios, personajes de Star Trek, Batman, algún transformer, astronautas, soldados e incluso Papá Noel. Grant Morrison nos mete de lleno en la historia presentándonos a los derrotados residentes de ciudad Juguete mientras Joe no deja de preguntarse dónde narices está. Que esto es lo menos alucinógeno del cómic no debería extrañar a nadie que conozca un poco el trabajo del autor natural de Glasgow, pero sí que es cierto que, a pesar de todo, y junto a We3, es una de sus obras más accesibles. Y es por esto, por ser asequible incluso para los lectores que no estén acostumbrados a las paranoias metaliterarias de Morrison, que los que llevamos un buen puñado de sus cómics leídos, en un principio, nos sorprenda su sencillez. Una simplicidad, eso sí, entre comillas, que enmascara una historia que va in crescendo. Y es que mientras en la mayoría de narraciones de este estilo el niño en cuestión pasa del mundo real al imaginario, Joe vive diferentes aventuras en dos mundos a la vez. En El reino de Hierro Joe lucha junto a una rata gigante, surca los cielos en cacharros voladores que parecen sacados de una novela steampunk o se enfrenta a un enorme monstruo acorazado que le impide pasar por un puente. En la vida real Joe debe recorrer las diferentes habitaciones de su casa para llevar a cabo una peculiar misión para superar la muerte de un ser querido. “Mi mundo ordinario es vuestra mitología.” Y aquí es donde entra lo que yo creo que es una genialidad, pues, a lo largo de los ocho números que componen la mini serie, el cómic invita al lector a dejarse llevar por ese vaivén entre lo real y lo imaginario, esa incógnita continua de si lo que Joe está viviendo forma parte de la realidad o de la fantasía. El autor, además, da libertad al lector, esa libre interpretación, de elegir dependiendo de si sé es más racional o emocional.
Sean Murphy, autor de Punk Rock Jesus, dota a Joe el Bárbaro de una ambientación sublime que cuadra a la perfección con lo que se espera de un cuento de hadas oscuro. El dibujo tiene un poco de estética setentera y punkarra mezclada con lo gótico y lo fantástico, una mezcla compleja y atrevida pero fascinante. Su propensión a la oscuridad hace que las tinieblas dominen las viñetas, pero, a su vez hace que el color y las texturas otorgadas por Dave Stewart contrasten más. Sean Murphy se sale con la suya representando la belleza o fealdad de los diferentes lugares de El reino de Hierro, pero donde realmente demuestra ser un puto amo en el dibujo es en esas secuencias donde podemos ver las diferentes estancias de la casa y sentir que en lo ordinario también se esconde la magia.
Joe el bárbaro, englobado dentro de la biblioteca Grant Morrison de ECC, es un cómic que juega con la realidad y la ficción para moldear un lugar de fantasía bellísimo, y así explicarnos una épica, enternecedora y dura metáfora de lo que significa lidiar con el dolor por la muerte de un ser querido.