El paso del tiempo hace que todo se olvide y ponerse a pensar en que dentro de una o dos generaciones tras nuestra partida pocos se acordarán de nosotros, es entrar en un terreno del cual uno no puede menos que salir angustiado. Para ser recordados por largo tiempo, muchos seres humanos intentan sobresalir en diversas actividades; así, disfrutaremos de por vida la música de Beethoven, los cuadros de Picasso o los goles de Maradona. En todas las formas posibles del arte, los artistas buscan el paso a la eternidad. Saramago, para quienes lo leímos, lo leemos y lo leeremos, es y será inmortal, tal vez no porque haya buscado en vida esa eternidad, sino, sobre todo, por haber vivido y honrado la vida sin pensarla como un camino a transitar para llegar a lo que, dicen, viene después, sino por haberla transcurrido con una responsabilidad terrenal y cotidiana que lo llevó a comprometerse más allá de las cómodas quejas desde el sofá.
José Saramago en sus palabras es una recopilación de centenares de frases, pensamientos y declaraciones en la prensa que el Nobel de Literatura hizo desde la segunda mitad de los años setenta hasta comienzos de 2009. De esta manera, no solo podremos ir recorriendo su pensamiento a lo largo del tiempo, sino sobre todo confirmando algo que los que lo conocemos no necesitamos ratificar: su capacidad crítica, inteligencia, lucidez y libertad a la hora de decir lo que sentía, sin censuras y poniendo siempre el eje en la defensa de los excluidos y la reivindicación de los derechos humanos.
Fernando Gómez Aguilera, poeta, ensayista y filólogo, fue el encargado de recolectar las palabras del genio portugués y es digno de destacar su trabajo, que, a lo largo de más de 500 páginas, nos ofrece un panorama completo acerca de los valores éticos de Saramago. El libro en sí, está estructurado en tres grandes capítulos (Quien se llama Saramago, Por el hecho de ser escritor y El ciudadano que soy) que a su vez se dividen en decenas de temas que abarcan todo el mundo opinable del autor, entre los que podemos destacar los dedicados a Dios, el pesimismo, la muerte, la literatura, la historia, el comunismo, Europa o Sudamérica.
Particularmente, no pude despegarme del libro en el apartado “novela” en el que se recopilan todas las declaraciones de Saramago sobre los diferentes libros que fue publicando y que me permitieron descubrir muchos datos no conocidos sobre el “detrás de escena” de la creación de sus publicaciones. “Lanzarote”, donde cuenta su relación con esa isla española en la que residió hasta el final de sus días, es también muy interesante, porque narran el dolor que le causó tener que dejar su país, pero al mismo tiempo el hecho de, a una edad avanzada, encontrar un lugar en el mundo y volver, de alguna manera, a comenzar.
Disfruté del libro tanto como sus mejores novelas y a medida que iba leyéndolo, reconocía una vez más que la línea entre escritor y ciudadano, en Saramago, no existió nunca, ya que en la vida no ficcionada mantenía los mismos valores y el mismo compromiso con el mundo que, en forma de parábolas, mostraba en sus grandes éxitos literarios.
Recomiendo Saramago en sus palabras a todos aquellos lectores del mundo que, al menos, haya leído cinco o seis de sus novelas, ya que este libro actuará como un excelente complemento para su obra literaria y al mismo tiempo como un buen compendio de su enorme y eterna sabiduría.