Hay libros que marcan un antes y un después. Historias que se quedan revoloteando en tu cabeza sin ninguna intención de salir durante lo que prometen ser muchos años. Hay libros que llegan a obsesionar. Y hay obras que consiguen cambiar la vida de una persona.
Eso es exactamente lo que le pasó a Nanette O’Hare cuando leyó La parca de chicle. Un libro escrito unas cuantas décadas antes de que ella naciera y que escondía detrás de sus páginas más que una historia ficticia. No se sabe si fue capricho del destino, pero resultó que el escritor de este libro que tan obsesionada tenía a Nanette vivía a poca distancia de ella. Poco a poco, nació entre ellos dos una preciosa amistad, pero con una única condición: no se podría hablar jamás de La parca del chicle. Digamos que la obsesión de Nanette por este libro se debía a que el autor había dejado un final abierto, no ponía fin a ninguna de las historias que había comenzado en su narración. Cuando la chica leyó por primera vez la obra (la primera de cientos de veces que vendrían posteriormente), se indignó profundamente. Volvió a sumergirse en la lectura para ver si es que se le había escapado algún detalle fundamental que servía para dilucidar el final, pero fue absolutamente en vano. Y, a pesar de haber conocido a la única persona que le podía dar esa solución, vio cómo el tema sobre el que giraba su vida de adolescente fue vetado sin poder hacer nada al respecto.
Pero digamos que el escritor sabe lo que es tener diecisiete años y sabe hasta qué punto puede obsesionarse alguien de esa edad. Así que pone a Nanette en contacto con Alex, un chico que escribe poesía, con el que se carteaba muy a menudo y que estaba igual de obcecado con La parca del chicle. que nuestra protagonista. A partir de ese momento, Nanette y Alex emprenderán una aventura que girará en torno al gran misterio que es el final del famoso libro, haciendo que incluso ellos mismos lleguen a confundir sus identidades con los protagonistas de la historia.
Matthew Quick nos presenta una crónica entretenida, novedosa y llena de sentimientos. Jóvenes poetas rebeldes es ese tipo de obra que te engancha por su sencillez y te conmueve por su profundidad. Me recuerda un poco a las historias de John Green, que tratan de mostrarnos lo difícil que es ser adolescente en un mundo en el que hay que seguir unas pautas y unos patrones para poder encajar con la sociedad. Los protagonistas son chicos raros, diferentes. Imaginaos a un chico y una chica que se hacen amigos porque están enganchados a la misma novela; novela que se publicó hace más de cinco décadas y que fue descatalogada con la misma prisa con la que fue editada. Nanette descubre que tiene voz y voto en esta sociedad, y también en su casa. Que si algo no le gusta o no le hace sentir bien, puede alzar la voz para renunciar a ello. Que, al final, el que se queda a tu lado, tiene que hacerlo porque quiere y que el que no te hace bien es mejor que se aleje como si fuera una hoja arrastrada por el viento.
Jóvenes poetas rebeldes es un libro que me ha rozado un poquito el corazón. Nanette es un personaje al que enseguida coges cariño y llega un momento de la historia en la que deseas decirle: “¡Nanette, tú eres única. Persigue tu sueño y no dejes que los demás te aplasten!”
Y no importa que las historias no tengan final, eso es lo bonito de la vida. Aunque eso signifique que te pases horas pensando en cómo podría haber sido el cuento si las cosas hubieran ido por un camino diferente. No os voy a decir si Nanette descubrió o no el final de La parca de chicle pero lo que sí os digo es que, después de todo lo que aprendió a lo largo de la historia, el final, es lo de menos.