¿Qué debe tener un libro para enganchar? ¿Cliffhangers al final de cada capítulo? ¿Giros inesperados? ¿Escenas sorprendentes? Puede. Aunque hay autores que no necesitan semejante despliegue de recursos para mantenernos pegados a las páginas. A algunos les basta la situación más cotidiana del mundo para conseguirlo. Es el caso de Sandra Bruce en Jugar con fuego.
Stella, la protagonista de esta historia, es una inglesa afincada en Valencia (al igual que la autora). Su hija, Ana, tiene poco más de un año, por lo que el día a día de Stella consiste en ser madre y ama de casa a tiempo completo. Una vez al mes se reúne con sus amigas inglesas, y los domingos con la familia de Paco, su marido. Por supuesto, su cuñada y su suegra no la tragan. No es de extrañar que Stella añore su trabajo como secretaria bilingüe, su independencia económica, su tiempo libre. Su vida era tan diferente antes de que naciera la niña. Y se siente tan culpable por pensar eso. ¿Acaso se puede quejar? Vive en un piso precioso; tiene un marido guapo, que gana lo suficiente para que todos vivan con comodidad, y una hija sana y la mar de simpática. ¿Por qué se siente al borde de la depresión?
¿Es mala madre? ¿Una esposa desagradecida? ¿Una ama de casa horrible, incapaz de mantener el hogar en orden? ¿O quizá solo sea una mujer agobiada por las presiones sociales que la obligan a estar donde no quiere y a hacer lo que no le apetece? ¿Cuánto tiempo soportará esta situación? Todas estas preguntas surgen en su cabeza cuando una de sus amigas inglesas, tan hastiada como ella, explota de la manera más inesperada y peligrosa.
Es fácil empatizar con Stella, abocada a la infelicidad porque ha de cumplir siempre con todo el mundo, menos consigo misma. A lo largo de los capítulos de Jugar con fuego, la acompañamos en sus pequeños atrevimientos, que van sumándose hasta convertirse en una doble vida que tarde o temprano, parece, saltará por los aires.
Poco más necesita Sandra Bruce para hacer que su novela sea adictiva: una protagonista con la que se conecta de inmediato (sobre todo si se es mujer), diálogos reconocibles y una narración fluida, con un toque de humor. Paco, junto a su madre y su hermana, parecen los villanos que martirizan a la pobre Stella; sin embargo, una de las grandezas de este libro es mostrarnos que, quizá, no son así por maldad, sino por prejuicios, ignorancia, infelicidad. Todas somos Stella en algún momento de nuestra vida, pero también Paco o la suegra, aunque no nos guste reconocerlo. Porque, al fin y al cabo, estos personajes son de carne y hueso, con sus debilidades y mezquindades, pero también con sus virtudes y su corazoncito.
En Jugar con fuego se habla de esas obligaciones tácitas por el simple hecho de ser mujeres y, encima, madres; de la infelicidad que socava las relaciones y de la importancia de elegir qué papel queremos desempeñar en la familia y en la sociedad, antes de que la inercia de las circunstancias nos impida arrepentirnos. Y pese a ese baño de realidad, Sandra Bruce sabe sacarnos más de una sonrisa.