Yo sé que Julio Cortázar y yo nos hubiéramos llevado muy bien. No es una sospecha y no hay margen de error en esa afirmación. Lo sé porque sí, porque son cosas que se saben y no necesitan más explicaciones. Y eso que el enormísimo cronopio y yo nunca hemos llegado a coincidir bajo este sol. Yo nací justo un año después de que él muriera y eso es algo que hace todavía más extraña nuestra relación: algo así como cósmica.
A Julio empecé a quererle cuando aún era una niña. Tenía diecisiete años la primera vez que leí Rayuela y desde entonces no he podido dejar de quererle. Ni aunque quisiera, que no es el caso, podría. Si conectas con Julio la conexión es para siempre, estoy totalmente segura. He leído tanto de él y sobre él que es como si fuera parte de mi familia. Ya os decía: una relación cósmica un tanto extraña, pero me gusta así. Y es que, como dice Peri Rossi en este libro, a Borges, por ejemplo se le recuerda por su gran calidad literaria, pero a Julio, no sólo se le recuerda por su literatura, sino que, además, su evocación siempre va de la mano del cariño y eso, ya no solo como escritor, sino como persona, es una de las mejores cosas que te podrían suceder.
Con Cristina Peri Rossi me pasa otro tanto. Hace años que vengo disfrutando sus poemas y no hay mejor forma de sentirse identificado con alguien que a través de algo tan íntimo como es el ejercicio de la poesía. También creo que nos caeríamos bien, pero con Cristina aún puedo tomarme un café algún día, quién sabe.
El caso es que un libro que reúne a estas dos personas tan queridas por mí es garantía total de éxito. Además, sabía de antemano que me iba a gustar, porque Cristina nunca iba a escribir una biografía de Cortázar al uso. De Cristina sólo podía salir algo hermoso, lleno de complicidad y cariño.
Y eso es Julio Cortázar y Cris, un libro escrito desde el afecto y en el afecto. Se nota en cada una de sus líneas, en cada recuerdo y anécdota que Cristina cuenta en él. Un maravilloso canto a la amistad que vivieron y viven estos dos cronopios tan singulares. Y yo, en tanto que cronopia, no puedo evitar sentir envidia de los dos: de haberse tenido y tenerse, de celebrarse, de sus juegos y sus complicidades. Como podéis adivinar, y dicho todo esto, este libro se ha convertido en uno de mis favoritos y no os hacéis una idea de cuánto he disfrutado leyéndolo porque las palabras no me alcanzan en esta reseña. Qué maravilla, lectores. Qué dos enormísimos cronopios.
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