Recordar mi época de Bachillerato me deja un sabor de boca agridulce. Conocí a gente increíble y aprendí todo lo que se supone que debes aprender en un instituto, o incluso más. Descubrí pasiones que no sabían que estaban dentro de mí, y reforcé otras que se habían manifestado mucho tiempo atrás. Y eso, siempre es algo que se recuerda con nostalgia y con una sonrisa en la cara. Pero también fue un tiempo —sobre todo el último año, tan cerca de Selectividad— en el que el estrés era el gran protagonista. Y ya no solo el estrés, sino la incertidumbre de no saber qué planes tendría el futuro preparados para mí. De repente, llega un día en el que te tienes que poner delante de un folio y decidir en qué carrera vas a estar metido durante tus próximos cuatro años (siendo muy pero que muy optimistas). ¿Decides hacer algo que te apasiona, algo práctico, algo interesante…? Al final, escojas lo que escojas, va a haber gente que le busque una pega a tu decisión: esa carrera no tiene salidas, hay demasiada gente en esa profesión, es imposible tener el título en cuatro años, no te veo estudiando eso…
Pero esta mentalidad machacona de los que nos rodean, se manifiesta en múltiples ámbitos de la vida diaria. Desde hace poco más de un mes estoy opositando. La verdad es que cuando comenté en casa la decisión que había tomado, solo recibí comentarios de ánimo y apoyo. Lo mismo por parte de mis amigos. Eso me gustó y me ayudó a empezar con ganas y motivación. Pero todos mis compañeros de academia me dicen lo mismo: al final, con el paso del tiempo, omites en tus conversaciones el tema oposición, porque peligra que salgan a colación frases destructivas como: las plazas van a dedo, todo es por enchufe, no salen casi plazas, no merece la pena, no hay nada como la empresa privada… Frases que, en un momento de debilidad pueden hacer que todo tu proyecto se venga abajo.
Y también podemos trasladar este ejemplo al típico jefe que no hace más que hundir la moral del trabajador. Hace poco leí esta frase: “cuida más a tus trabajadores que a tus clientes. Si los primeros están contentos, atraerán a los segundos”. Y no puede tener más razón. Esta es la temática que encontraremos en Juntos es mejor, un pequeño libro inspirador —como reza su portada— escrito por Simon Sinek e ilustrado por Ethan M. Aldridge y que tiene una filosofía muy clara y que se resume en una sola frase: “trabajar duro por algo que no nos importa, se llama estrés. Trabajar duro por algo que amamos, se llama pasión”.
Si ahora estuviera delante de la hoja teniendo que decidir qué carrera escoger… quizá tuviera que replantearme las cosas. Yo me dejé llevar por pensamientos que ahora no están dentro de mi cabeza y puede que en ese momento fuera lo que tenía que hacer, pero si hoy tuviera que decidir… quién sabe.
Lo que sí he aprendido (y espero no olvidarlo nunca, aunque vengan momento de flaqueza) es que tengo que trabajar duro por lo que quiero, visualizar mi meta y no dejar que nada ni nadie se interponga entre ella y yo. No valen escusas. No vale gente tóxica que no es feliz con los logros de los demás. No vale pesimismo. Y mucho menos frases autodestructivas. No vale parar. Ni mirar hacia atrás. No vale tener enemigos, aunque sean tus competidores. No vale olvidar que Juntos es mejor. Y, sobre todo, no vale no confiar en uno mismo. Pase lo que pase.