Kentucky seco, de Chris Offutt

Kentucky secoPara hablarle de Kentucky seco, si no le importa, me gustaría que imagináramos algo juntos por un momento: se trata de Chris Offutt ¿ok?, un treintañero norteamericano con cara de (muy) malas pulgas que se define como amante de los libros y de la escritura y que no le sale nada y es pobre y todo eso. Un escritor en ciernes, vamos. Pues bien, digamos que el tío Chris nació y pasó su infancia en un pueblo muy muy pobre también y tan minúsculo que ya ni siquiera existe. Una aldea localizada allí donde da la vuelta el aire, escondida en medio de los Montes Apalaches, esa cadena montañosa que atraviesa el este de los EEUU y de Canadá y que viene a ser como cortar y pegar en un DIN-A4 los Pirineos unas cinco o seis veces nada más. Al final Offutt se fue, vivió aquí o allá, tuvo varios empleos de mierda y luego decidió ir a un programa de Escritura en Iowa con un tal James Salter como profesor. Entonces, un día, el tío pare un pedazo de libro de cuentos de flipar, sabe usted, destinado principalmente a la gente con la que creció. Una maravilla para que esos seres atravesados por la vida y por las montañas pudieran mirarse en un espejo y entre otras cosas, reconocerse y entenderse por fin.

De acuerdo, pues sigamos imaginando. Digamos que, en esa aldea recóndita y dura, Chris Offutt era amigo de A, padre de una hermosa familia montañesa y que una mañana, después de desayunar, se quitó el cinturón y se ahorcó en el porche de su casa antes de irse a trabajar. Y punto. Offutt también es el sobrino de B., que vivió su propia e inolvidable experiencia en el monte, en la amorosa compañía de los hambrientos pumas o de los coyotes, (o quizá se trataba de una serpiente cabeza de cobre, pero qué más da eso en realidad). Los amigos de Chris son J. y T., gente dura como las rocas y también un poco alcoholizados. Unos hombres primitivos que manejan tractores y hachas y escopetas y buldozers (o como coño se diga eso), tipos que mascan y escupen tabaco sin parar y que supongo que no se lavan mucho los dientes.

Digamos que esos hombres, que no han salido del pueblo en toda su puñetera vida y que ahora ya no son intrépidos ni tampoco son jóvenes, siguen dándole duro al whisky y a la marihuana, pero se encuentran sin trabajo, sin blanca, no hay sueños por cumplir por aquí, y entonces vagan por cualquier sitio siempre vacíos y desesperados y siempre listos para jugar a vida o muerte otra partida de póker más. En el pueblo vive también H., viejo loco con el que se relacionan varios asesinatos y algunos robos, aunque nunca se pudo demostrar nada. Dicen que un día dejó atado en mitad del bosque a un pobre chico, a un forastero de esos, parece ser, y lo ató justo ahí, cerca del río y a merced de las nieves nocturnas y los animales salvajes. H. le quitó las botas y luego se montó en la ranchera y se largó sin más, pero seguro que son todo habladurías. Sobre la chica D. se cuentan historias increíbles y J.R., su único hijo, era solo un niño cuando pasó todo aquello de la gran nevada, pero tarde o temprano se tomará cumplida venganza. Además, ya sabe usted: por aquí pululan leyendas del pasado que corren de generación en generación. Y también están los fantasmas del bosque o la Madre Naturaleza demostrándonos quién manda de verdad y, por supuesto, el orgullo, la valentía, el miedo, el trabajo, la soledad, la muerte, la vida o la esperanza como ingredientes esenciales con los que fabricar un auténtico whisky americano de relato bien añejo.

De acuerdo, el ejercicio mental ha terminado y debo confesarle que esto último que le he contado no es real sino que son simples estereotipos, aunque también podría ser cierto. Por lo tanto, si a usted le interesa conocer qué se esconde realmente tras esas asfixiantes montañas, no se pierda por nada del mundo Kentucky Seco, el primer libro de relatos del escritor Chris Offutt (que, a pesar de haber sido publicado en EEUU en el año 1992, llega por primera vez a nuestro país de la buena mano de Sajalín editores), un fantástico escritor, oriundo de un territorio inhóspito como ninguno, donde la vida y la muerte chocan casi sin querer al doblar cualquier esquina y que nos deja, sin duda, uno de los mejores libros de relatos de los últimos años.

Estos nueve fantásticos cuentos están fabricados al estilo más genuino y clásico, como si se nos estuvieran contando en mitad de la noche, mientras la lumbre termina de apagarse y se escucha a lo lejos el aullido de los coyotes en plena faena de caza. Son directos y sin florituras. Su estilo sencillo es tan verosímil que a veces nos hace dudar hasta el espanto, pues las historias y peripecias de sus personajes, muchas veces brutales, otras hermosamente poéticas, te golpean fuerte en cada trago (y recuerde que son 9) por lo que cada cuento te va dejando un poco más K.O. que el anterior. Al final, igual que pasa con las buenas borracheras y con la gran literatura, el famoso Kentucky seco de la zona que destila este inolvidable libro, le saca a uno del sillón y lo traslada a donde tenga que trasladarle dando buenos tumbos y borracho, borracho como una cuba y bien lúcido y feliz.

Si analizamos la obra en su conjunto, se puede decir que Offutt consigue perfectamente su objetivo, que no es otro que mostrar de forma magistral las características de un territorio y de unos personajes extremos, de esos hombres y mujeres que él conoció muy bien (o de unos muy parecidos) y que viven atrapados por una orografía abrumadora e infinita pero también enjaulados en sus propios terrores y anhelos. Personajes ya deformados por un pasado que se intuye en todos ellos bien terrible. Gente envuelta en un presente machacón, inevitable y peligroso y que vislumbran un futuro de espanto pero también desconocido y esperanzador, pues estos seres humanos de las montañas aún están vivos y quieren seguir estándolo, signifique eso lo que signifique por allí.

Por lo tanto, si quiere aprender a remolcar trailers de once metros en mitad de un diluvio universal, o a buscar cabezas de bebés arrancadas por los osos, acabe usted con el whisky antes de enfrentarse a este libro y ya verá cómo, después de leerlo, al Coronavirus se lo pasará usted por el mismísimo (g)orro de los mormones.

Ah, y Sajalín, una última cosa: ¡sigan trayéndonos este maravilloso whisky!

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