No me voy a andar por las ramas con la introducción de la reseña: en este cómic el prota se suicida. No hay miramientos. Una noche en la que ya no aguanta más se sube a la azotea, mira los edificios de la ciudad y se lanza seis pisos abajo. Oye, si el tipo ha decidido acabar así con su vida, ¿quién soy yo para juzgar o pedirle cuentas por lo que ha hecho? La historia nos la han presentado así y así la tenemos que leer. Hay que aceptarlo. Además, el suicidio es solo el punto de arranque que mueve la acción del argumento; todo se subordina a esa noche que decidió lanzarse al vacío. Entre otras cosas, porque no murió esa noche; todo quedó en un intento de suicidio.
El equipazo creativo formado por Ed Brubaker y Sean Phillips (con Elizabeth Breitweiser a las tintas) presentan la serie Kill or be killed. En ella, el joven Dylan, sumido en una fuerte depresión, decide suicidarse. Justo en el momento de poner un pie en el vacío y sentir que su cuerpo caía hacia el asfalto, se arrepintió. Las cuerdas de tender la ropa frenaron y amortiguaron la caída y solo se partió un brazo. Se salvó cuando debería haber muerto, por eso, un ser diabólico se le presenta para pedirle cuentas: una vida al mes a cambio de mantener la suya a salvo. Debe matar a seres indeseables que él mismo elija, debe convertirse en un justiciero asesino en serie. Pero, ¿quién merece morir y qué juicio hay que aplicar?
Ya hay más sustancia interesante para tratar en este cómic. Por un lado, la libre opción de poner fin a la vida de uno mismo. Si nos remontamos a los escritos de la Biblia —un libro estupendo que también recomiendo—, en Samuel 31 se describe la muerte de Saúl cuando, acorralado por los filisteos que mataron a sus hijos, decide quitarse la vida antes de correr ese mismo final. Ante la falta de opciones, se mata. Hasta seis personajes bíblicos se quitaron la vida en el libro. Por uno u otro motivo. Judas también. Lo curioso es que siempre se ha tenido la idea de que Dios castiga a los suicidas enviándolos al infierno. En realidad, la Biblia no dice absolutamente nada de ese supuesto castigo. Dios no juzga el quitarse la vida, eso lo deja en manos de las personas. Pero si aceptamos que Dios pone deberes cuando decides irte al otro barrio, el Diablo no va ser menos si fallas al hacerlo.
Lo interesante de este asunto no es en sí las razones que le llevan a suicidarse, sino lo que representa el suicidio en este cómic. La historia y el ambiente que su autor, Ed Brubaker, crea rezuman decadencia y hostilidad. Un mundo injusto y fragmentado que fragmenta aún más a la gente. Una sociedad que desespera a aquellos que son más débiles, que destruye sueños, que se compone de personas indeseables que hacen daño a otros. El suicidio no es un simple caso aislado de un chaval, como es el protagonista del cómic, aplacado en una depresión; es una depresión del mundo en el que vivimos. Ed Brubaker enmascara en una historia de género negro la denuncia del mundo injusto que nos rodea. ¿Y qué le falta entonces a un mundo sin justicia? Alguien que la haga cumplir, un justiciero.
Dylan desempeña ese cargo, pero con qué juicio es otro de los puntos que subyacen del cómic. Hay una parte de la narración en la que él mismo afirma que el mundo está lleno de asesinos, de gente que realmente merece morir, pero ocupar la posición de ejecutor no es nada fácil. De algún modo, todos rechazamos y odiamos a los indeseables que salen en los telediarios, pero muy pocos estarían dispuestos a asumir la responsabilidad de aniquilarlos. Salvo que lo hagamos por «contrato».
Esas comillas no son gratis. Pueden ser tomadas en el sentido literal que se narra en el argumento, es decir, todos tenemos jefes (el diablo que mantiene con vida a Dylan y le obliga a pagar con vidas humanas como si fuera el recibo del alquiler) que nos pide ejecutar una acción, o el sentido figurado que representa y que se intuye en el título (matas o mueres), esto es, el ahogamiento por parte de la sociedad que critica Brubaker y que nos hace actuar sin criterio propio, atados a una falta de opciones (ya sean elecciones electorales, conformismo, trabajos mal pagados, vivir hipotecados…).
Estas interpretaciones, todas elucubraciones que se van de madre a medida que indagas en el cómic, me han surgido precisamente porque Kill or be killed resulta mucho más que una historia gráfica al uso. Tiene todos los ingredientes de los buenos cómics de género negro: el relato, contado por su protagonista, resulta divertidísimo y caótico en el buen sentido. Caótico teniendo en cuenta que quien lo cuenta es un chaval que, de ser un pringao que hasta su suicidio le sale mal, ha pasado a ser un justiciero; chapucero, pero justiciero al fin y al cabo. Argumento, por tanto, que engancha, humor ácido, presentación de calles urbanas turbias, personajes bien construidos con misterios que se van desarrollando con el paso de las páginas y muy buen dibujo, pero también está esa intrahistoria que se enmascara en el subsuelo de la obra que han creado Brubaker y Sean Phillips. Me gusta cuando buscas y hallas; detalles, estos, que me hacen disfrutar más de las lecturas, porque quien lo ha escrito lo hace con intención de que encuentres sustancia. A la espera ya de leer el segundo volumen.
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